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De izquierda a derecha: Valentín Jiménez, Luis Jiménez y Francis Garrida, gerentes de Bowling 80.

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De izquierda a derecha: Valentín Jiménez, Luis Jiménez y Francis Garrida, gerentes de Bowling 80. B. G.

La bolera que resucita el ambiente de la mítica Montemar

Bowling 80 es un oasis en mitad del Polígono Industrial Alameda, una de las dos boleras que quedan en Málaga, y donde resucita el ambiente del popular local de Torremolinos

BORJA GUTIÉRREZ

Domingo, 22 de julio 2018

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Son los huérfanos de Bowling Montemar, que tiró su último bolo en 2008, cuando echó el cierre. Tres años después, todo encajó en la vida de Luis Jiménez (el primer andaluz en conseguir un 300, la máxima puntuación en una partida de bolos, en Montemar), su hermano Valentín y su primo Francisco Garrido, para emprender su propia bolera; un sueño que seis años después va cogiendo forma: «Lo hemos conseguido, y lo tenemos todo pagado». Sonríen plenos.

En la búsqueda constante del «ambientillo» de los años ochenta y noventa, han conseguido conservar una de las últimas pistas de bolos mecánicas en Andalucía; mantener intactas las primeras máquinas de videojuegos de recreativos, con el primer Pac-Man incluido y todas las ediciones del Street Fighters; infinidad de piezas únicas, y lo que destacan por encima de todo, la consolidación de un punto de encuentro donde se para el tiempo.

A Luis Jiménez fue quien se le encendió la bombilla al escuchar la palabra mágica de voz de su tío Rafael Garrido. «¡¿Bolera?!». Garrido (padre de Francisco), buscaba darle utilidad a su nave industrial después de liquidar su función de almacén de productos de electricidad, y planteó la idea de montar un parque de bolas, pistas de Pádel o una bolera. Ese fue el inicio de todo, en enero de 2011.

«Tenía planteado irme de la empresa donde trabajaba, cambiar después de 26 años, y aquello fue una señal», relata Jiménez. Contactó con los dueños de la bolera Montemar, ya cerrada, para comprarles las pistas, pero los dueños se negaron a vender. Entonces fue cuando recurrió a Pedro Payá, el mecánico de la bolera Montemar, en paro en ese tiempo, para negociar la compra de otras pistas. Las encontraron en Fuengirola, en la también cerrada Bowling Palmeras.

Compraron la pista de bolos al completo (sin el sistema de puntuación ni mobiliario) por 8.000 euros, y tardaron nueve meses en desmontar en Fuengirola y montar en la calle Caracola del Polígono Industrial Alameda, donde se encuentra a día de hoy. Abrieron las puertas un año después, el 16 de marzo de 2012. La máquina es una «reliquia» para los «pura sangre de los bolos». Se trata de una Brunswick americana, modelo A2, que funciona íntegramente de manera mecánica, con la propulsión de un motor central adaptado a la corriente eléctrica.

Los tres familiares posan en la sala de máquinas de la bolera. B. G.
Imagen principal - Los tres familiares posan en la sala de máquinas de la bolera.
Imagen secundaria 1 - Los tres familiares posan en la sala de máquinas de la bolera.
Imagen secundaria 2 - Los tres familiares posan en la sala de máquinas de la bolera.

Es una de las dos que quedan en España, la otra está en Mondragón (Guipúzcoa, País Vasco). Es la joya del local, y punto angular de la filosofía que se respira allí. Más tarde si complementaron las pistas con mobiliario y el sistema de puntuación con cámaras de Montemar, por un precio de 3.000 euros.

Se diferencian con las boleras electrónicas modernas, habituales en los Centros Comerciales (cada vez menos, solo queda una en el Mare Nostrum), en varias cuestiones: uno, cada rincón es auténtico y único. Los objetos que complementan el espacio son propios, de amigos o de los que donan a cambio de partidas gratis. Su estética inspiró a una producción de cine, que ha utilizado la bolera para grabar un cortometraje titulado 'Strike', actualmente en fase de montaje.

Y dos, la sala de máquinas requiere un alto conocimiento de mecánica para el mantenimiento: «Si sabes cuidarla dura toda la vida», explican. En Bowling 80, el padre de la criatura era Pedro Payá, quien la cuidó hasta su fallecimiento. La práctica a pasado a manos de Luis, con la ayuda de su hermano y su primo.

Los tres tienen formada una sociedad, Francis es el único que le dedica plena atención en el horario de la bolera: de 17:00 a 00:00 horas (domingos cerrados) en verano. Son enamorados de los bolos, la música, los primeros videojuegos (Flipper y Pinball) y los objetos de su época; los frenéticos años ochenta. «Tratamos de ser ochenteros sin ser antiguos; no somos cerrados de mente y también ponemos música actual o Reggaeton; vienen muchos grupos de chavales jóvenes», advierten.

Pero además de todo eso, presumen de cuidar los modales: «Los tiempos evolucionan pero a los clientes les sigue gustando el pagar al final de jugar y haber consumido; hay chicos que se sorprenden, sacan la cartera cuando le doy los zapatos para jugar o cuando piden una bebida, es el modelo de negocio en las boleras comerciales, aquí no hacemos las cosas así», explica con férrea convicción Luis.

Tienen una obsesión por los detalles: «Tenemos música, pero se puede hablar sin gritar, los precios son asequibles: 3,50 de lunes a viernes, y 4,50 los fines de semana. Es la fórmula en la que creemos y hemos conseguido los objetivos», describen satisfechos los tres familiares, que han logrado reunir otra familia nueva.

Son sede deportiva del club de bolos Bowling Costa del Sol Málaga; cada año, en septiembre organizan un campeonato nacional, han creado el primer equipo femenino andaluz campeón de España (2015) y lograron doblete en la División de Honor masculina en 2016 y 2017. Cada semana hay entrenamientos y cuentan con Carmen Lozano, conocida como 'Meli', la única malagueña y andaluza en ser internacional con la selección de España de bolos. Aunque muchos pasan casi a diario, no siempre juegan a los bolos. Han convertido una nave de polígono en su segunda casa, y los bolos, una muy buena excusa.

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