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Pablo Podadera salió a cenar con unos amigos. Tras tomar una copa en un bar de Teatinos, uno de ellos propuso continuar en el Centro. Antes de confirmarles que podía ir, el joven consultó a su hermana por si tenía que llevar a su sobrino al colegio al día siguiente. Sabía que Irene tenía una comparecencia a primera hora –es abogada– y necesitaba que alguien le echara una mano con el pequeño. Y su hermano siempre estaba dispuesto.
Para Pablo, aquel día, el 20 de abril de 2017, era algo más que una noche de fiesta. Era su 22 cumpleaños. Por eso fue al Centro, cuando siempre salía por Teatinos. Por eso bebió más de la cuenta, cuando tampoco solía hacerlo. Para lo único que nadie encuentra explicación, ni la familia, ni la policía, que no halló móvil alguno de la agresión, es a que Pablo acabara recibiendo una «brutal» paliza en un callejón cuando solo trataba de mediar en una pelea a la que era –y en eso coinciden hasta los propios acusados– completamente ajeno.
El caso, que conmocionó a la sociedad española en general y malagueña en particular –el padre es el conocido abogado Pepe Podadera, que comparte despacho con su hija Irene–, sentará en los próximos meses en el banquillo a cinco jóvenes. Dos de ellos están acusados de matar a golpes a Pablo. La Fiscalía los considera autores de un delito de asesinato y pide para ellos penas de 18 años de prisión. Los otros tres procesados son amigos de los anteriores –entre ellos, el portero de la discoteca junto a la que sucedieron los hechos– y están acusados de encubrimiento. El Ministerio Público solicita que cada uno de éstos sea condenado a dos años de cárcel. Hoy, precisamente, se celebra en la Ciudad de la Justicia la audiencia preliminar del caso.
Los supuestos coautores del crimen, Alberto (25 años) y Alejandro (28), no habían salido juntos esa noche. El primero regentaba una academia de inglés en El Perchel y frecuentaba el mundo de la noche, donde a veces trabajaba poniendo copas en otro bar del Centro. Había practicado boxeo. De hecho, compartió entrenador personal –les impartió algunas clases en el mismo local de la academia– con otro de los procesados, concretamente el portero, a quien al parecer también le une su simpatía por grupos ultras del Málaga. Alberto posa en una foto acompañado de integrantes del Núcleo Fenicio en las gradas de La Rosaleda, mientras que al portero se le relaciona en el atestado policial con el Frente Bokerón.
El segundo, Alejandro, solo era un viejo amigo al que Alberto hacía tiempo que no veía. Aunque salieron por separado, esa noche acabaron encontrándose por casualidad en la Sala Theatro, en la calle Lazcano, donde también estaba, celebrando su cumpleaños, el joven Pablo Podadera. Alberto y Alejandro salieron del local con sus respectivos amigos y, una vez fuera, empezaron a discutir entre ellos. Al parecer, dos de los jóvenes habían sido expulsados por lanzar unos hielos y tirar unas botellas de la vitrina, y uno se quedó en las inmediaciones del establecimiento, visiblemente exaltado, como reflejan las cámaras de seguridad, que grabaron la secuencia casi al completo. El exaltado, al que los demás trataban de contener, era Nicolás, un amigo de Alejandro.
En esas, Pablo salió de la sala Theatro con un amigo para fumarse un cigarro. Eran aproximadamente las 4.35 horas de la madrugada. Y entonces vieron la trifulca. La víctima medió «tratando de apaciguar los ánimos», afirma la fiscal del caso, «poniendo una mano en el torso de Nicolás». Todos coinciden en que Pablo sólo quería evitar la pelea, y que lo único que les dijo fue que «no merecía la pena» y que «estaban todos allí de fiesta para pasar un buen rato».
La representante del Ministerio Público asegura que, en ese momento, Pablo recibió «desde atrás, de forma sorpresiva, violentos puñetazos de Alberto (practicante de boxeo) y Alejandro, que impactan contra la sien derecha, con la intención de matarlo, dada su envergadura, potencia y destino de los golpes (la cabeza), comenzando a caer desplomado». Una vez en el suelo, continúa la fiscal, «recibe igualmente patadas en la cabeza por parte de ambos».
La policía, tras el visionado de las imágenes, hace el siguiente relato de la agresión: «El varón rubio (Alberto) lanza y propina al joven un violento puñetazo, observándose claramente y en la secuencia de los fotogramas, como la violencia, dirección y foco del impacto sobre la víctima (que se encuentra distraída y no puede ver a su agresor) es propia de una persona con conocimientos de lucha o artes marciales. El impacto va dirigido a la zona de la sien derecha».
Según el atestado policial, Alberto dio un segundo puñetazo a Pablo, al que hay que añadir un tercero que le propinó otro miembro del grupo (los cuatro que inicialmente discutían), «tres rápidas y violentas agresiones que se producen en apenas un segundo» y que tumbaron a la víctima. Ya en el suelo, «el joven rubio (Alberto) le asestó otro golpe». Entonces, otro de los agresores, al que en la investigación se identifica como Alejandro, propinó una primera patada en la espalda a Pablo mientras éste se encontraba en el suelo «absolutamente indefenso y debilitado», después le dio una segunda patada en la cabeza y, por último, un tercer golpe dirigido al mismo sitio, según la policía. Los porteros, entre tanto, trataban de contener a Alberto para impedir que pegara al amigo de la víctima.
Pablo, que fue «salvajemente agredido», en palabras de la propia policía, llegó a incorporarse unos segundos, pero se encontraba «inestable, con problemas de equilibrio». Trató de sujetarlo Nicolás, el joven al que él inicialmente intentó calmar poniéndole la mano en el pecho, que se dio cuenta de la gravedad de su estado, pero se le resbaló de entre las manos y Pablo acabó golpeándose contra la pared del local y el suelo.
Tras ello, la cámara captó el momento en que su amigo corría en su ayuda, y cómo uno de los porteros recriminaba a los agresores diciéndoles que «tan sólo es un niño». A la una de la tarde de ese mismo día, Pablo murió y su familia, por expreso deseo del joven, donó todos sus órganos. Esa conciencia enraizó en Pablo mucho antes. Cuando solo era un niño, donó médula ósea a su hermano José, que murió hace seis años a causa de una enfermedad.
Según la autopsia, Pablo presentaba una serie de lesiones en las cubiertas craneales compatibles con focos contusivos (golpes) y «como consecuencia de la intensidad de los mismos se ven reflejados en una hemorragia cerebral masiva que conduce a la muerte encefálica». «Pablo Podadera –añade la fiscal– se encontraba indefenso y sin capacidad de reacción, dado el alcohol ingerido en la celebración de su cumpleaños».
Tras la agresión, Alberto y su amigo se marcharon del lugar, mientras que Alejandro y Nicolás se refugiaron dentro de la discoteca. Alejandro se entregó días después, al saber de la muerte de Pablo. Alberto se ocultó durante varios días ayudado por distintas personas. La fiscal recoge en su escrito que el joven contemplaba la opción de fugarse: «Plan A, irse; Plan B, en caso de no ser tan grave». Fue detenido cuando iba en un taxi junto a su novia, menor de edad, cuya fuga del domicilio también fue denunciada por sus padres. Según diría más tarde Alberto en su defensa, se dirigía a ver a su abogada para acordar las condiciones de su entrega voluntaria.
Alberto, el de la academia, y Alejandro permanecen en la cárcel a la espera del juicio, que se prevé para el próximo otoño y que será juzgado por el Tribunal del Jurado. Paradójicamente, Pablo estaba yendo a una academia: se preparaba para opositar a funcionario de prisiones.
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