La peluquera que viene de Holanda
Una empresaria holandesa viaja todos los meses hasta Málaga para cortar el pelo y atender a los clientes de un salón ubicado en el Centro
Ingrid Schlingmann vive y trabaja en Gouda, en el sur de los Países Bajos, pero los espetos y la playa le atraen casi más que los tulipanes y los canales de su ciudad natal. Peluquera de profesión, esta empresaria holandesa se desplaza todos los meses hasta la capital para cortar el pelo y atender a las clientas de un salón de belleza del Centro. Es la peluquera que llegó de Holanda.
La adicción de esta profesional con la ciudad se produjo hace muchos años. Ella estuvo más de una década residiendo en la Costa del Sol, aunque por motivos laborales y familiares se vio forzada a regresar a su ciudad natal. Para entonces ya trabajaba en su propia peluquería en Málaga, por lo que decidió buscar una socia que le llevara el día a día y poder venir ella solo cuando le reclamaran sus clientas.
El local al que acude de forma recurrente se llama Mooi (bonito, en holandés), que se encuentra en la calle Compañía, 42. Suele acudir cada seis semanas y se queda en Málaga entre una semana y diez días. «A veces me cuesta venir y cuando estoy aquí me cuesta mucho volverme porque cuando llego me enamoro de Málaga», confiesa.
Ingrid tiene 42 años y en Holanda trabaja en otra peluquería como 'freelance', aunque también hace sus pinitos en pintura, fotografía e incluso danza aérea, su verdadero hobbie. «Me encanta viajar y por eso quería mantener el negocio en Málaga». De hecho, su ilusión sería abrir una tercera peluquería en otro país europeo para completar el triángulo.
Fiel desde 2008
Esta empresaria llegó a España en el año 2008 y tras un breve paso por Marbella se instaló en la capital, de la que se enamoró al instante. «No era la ciudad turística que es ahora, pero yo ya pensaba que podría ser como era Barcelona». Entonces compró el referido local en la calle Compañía y comenzó a trabajar como peluquera.
Ingrid tuvo que abandonar la ciudad en 2018 forzada por su familia y la necesidad de contar con apoyo para cuidar a su hijo. En ese momento comenzó a trabajar en su ciudad natal y empezó a gestar su vuelta a la capital (aunque fuera de forma esporádica). Tras el confinamiento provocado por el Covid (y tras un breve periodo con el local alquilado a otros profesionales), contactó con Virginia, la que había sido su mano derecha en Málaga, para retomar la actividad juntas.
Aunque apenas están empezando, la empresaria asegura estar contenta y satisfecha de los resultados obtenidos. De momento no le da para recuperar toda la inversión realizada, pero la peluquería funciona muy bien gracias al boca a boca, tanto con clientes locales como extranjeros que acuden desde diferentes puntos de la provincia. Esto provoca que sus clientas fijas cada vez le exigan pasar más tiempo en la ciudad. «No sé si en el futuro me volveré a vivir a Málaga», apunta.
Sobre los tipos de trabajo que suele realizar, confiesa que son algo diferentes en las dos ciudades, ya que suelen cambiar las modas. En su caso está muy especializada en peinados, por lo que hay clientas que sólo quieren estar en sus manos. «Todas somos muy profesionales», dice quitándose importancia. Pero la realidad es que no todas son peluqueras llegadas de Holanda.
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