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Málaga cuenta con un background cultural de museos que demuestra la interculturalidad y el cosmopolitismo de una ciudad que siempre ha mirado más allá de ... sus límites territoriales. Pero si alguno de ellos ha sido realmente vanguardista por lo que enseñaba a los que desconocíamos que había más allá del telón de acero –por suerte una expresión que ya no tiene sentido al menos culturalmente–, ese ha sido, sin duda, la Colección del Museo Ruso de San Petesburgo.
Escribía en este periódico el ahora director de La Térmica, Antonio Javier López, de una exposición que iba a marcar un antes y un después. Entre las primeras exposiciones del Ruso, en 2015, el grandioso y más desconocido aún Pável Filónov, del que venía su primera muestra individual a España. La primera. ¿Dónde estaba? ¿Cómo un artista de ese calibre parecía como borrado de la historia?
«Hay un estereotipo de que vanguardia es sólo Kandinsky, Chagall, Malévich y nada más y en realidad vanguardia es un periodo mucho más amplio. Creo que Filónov es un artista un poco complicado, pero que en España va a tener mucho interés», afirmaba por aquel entonces el director general del Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo, Vladimir Gusev. La cotidianidad de 'Trabajadoras ejemplares en la fábrica Amanecer rojo' o el dramatismo de su pintura y el uso impactante de los colores en 'El banquete de los reyes' muestran a un pintor, que hizo la revolución rusa junto a los bolcheviques y al que su país le dio la espalda. En 1929, el Museo Estatal Ruso de San Petesburgo preparó una retrospectiva suya, pero el Gobierno soviético prohibió esta exposición. Murió de inanición en el sitio de Leningrado (San Petesburgo). No consintió vender sus pinturas a privados porque quería donar sus obras al Museo Estatal Ruso, lo que hizo su hermana 36 años más tarde. 66 de sus 300 obras vinieron a Málaga. Fuimos unos privilegiados.
Después hicieron el paseíllo pintores que no necesitan carta de presentación como Kandinsky o Marc Chagall, éste último con una exposición muy cuidada en la que incluso se recreaba una de las habitaciones de cuando vivía en Vitebsk, con todos su objetos originales, tal como se conserva en el Museo Estatal Ruso. En 2018 arribó una exhibición similar en el Guggenheim de Bilbao. Primero había estado en Málaga.
Luego vendría Malévich (2018). La primera vez que se exhibió en España con una exposición retrospectiva nos enamoramos de él en la sala Juan March, de Madrid, en 1993. A Málaga llegaban 16 piezas que venían por primera vez a España. El hallazgo de los Jawlensky, padre e hijo, 'El arte del realismo socialista' o 'La dinastía Romanov'. Tantas y todas tan buenas. Tan bien comisariadas en esas salas que parecen que no se van a acabar o que dibujan entrantes y salientes para guiar al visitante.
La invasión de Vladimir Putin a Ucrania dejó esta pinacoteca dando lo que parecía que iban a ser sus últimos estertores. Profética su última exposición antes de romper lazos con San Petesburgo, 'Guerra y paz'. El impasse parecía difícil, pero lo cierto es que en esta aciaga época el listón del Museo Ruso ha seguido muy alto.
Hay dos exposiciones, sobre todo, en los últimos tiempos, que han sido realmente enriquecedoras. La primera, la del coleccionista y patrono de honor del Museo del Prado, José María Castañé, 'Más allá de su tiempo', que ha traído a Málaga documentos de gran valor histórico con la firma de Rasputín (el odiado monje que contaba con los favores de la zarina), de Lenin ('Instrucciones para la seguridad de la revolución'), de Trotsky (Certificado de Comité Militar Revolucionario'), Stalin ('Correcciones sobre las galerada enviada por el director del Pravda sobre el pacto germánico-soviético). Textos con un valor incalculable entre maravillosas obras de Kandinsky, Popova, y otros autores no rusos como el español Rusiñol, el británico David Hockney o el mexicano Diego Rivera. La exhibición de Castañé era tan impresionante que hubo que verla en dos días. ¡Qué pena no poder conservar para siempre esas obras de arte! De ella, aún queda una pequeña muestra en Tabacalera.
La última, la actual, la del coleccionista ruso George Costakis, el chófer de la embajada griega en Moscú, que atesoraba el arte prohibido por el Kremlin, 'Utopía y vanguardia', es sublime. Podrá visitarse hasta marzo. El pasado domingo 19 enero, la Fundación de Amigos del Museo Ruso (FAMER) llenaba las salas con casi un centenar de personas, que disfrutaron de una cuidada visita sobre arte y publicidad durante y después de la revolución de 1917. Las obras propagandísticas de Klucis, El Lissitzky, Ródchenko, Mayakovski, Popova, el constructivismo en los años 20 y 30 del pasado siglo. La tipografía, que tiene mucho valor en este contexto, con las letras que más tarde se popularizaron de la URSS, esos palos secos, que usan con profusión en esa nueva era en la que el comunismo prende en Rusia.
El arte no tiene fronteras. Como explicaba Julia Chernykova, que es precisamente ucraniana, en una visita sublime. Para el constructivismo juega un papel muy importante el cubismo de Picasso. Tan lejos, tan cerca. Vladímir Tatlin visita en París al genio malagueño y se maravilla de su obra. «Aquí, en el museo, fomentamos la cultura de la paz», subrayan durante la visita.
Después de 1930, Stalin decidiría que el arte del constructivismo es ambiguo y Klucis fue ejecutado. En realidad, había hecho varios carteles que desdibujaban la figura del dictador ruso y otro, que engrandecía a su gran enemigo, Trotsky.
De El Lissitzky es el beso de dos hombres, en el que más tarde se inspiraría el recientemente fallecido fotógrafo de Benetton Oliviero Toscani, que recordó la diseñadora gráfica Carmen Moreno en el enriquecedor encuentro.
El arte no tiene fronteras. El Museo Ruso nos ha enseñado mucho de lo que desconocíamos en todos estos años. Putin y su maldita guerra hizo el amago de cargárselo, pero lo cierto es que a día de hoy sigue afortunadamente muy vivo, pese a la que la concejala de Cultura, Mariana Pineda, ya hable de redefinición, pero sin profundizar.
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