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La familia de Isabel, de 69 años, velando a su marido, 'Papa': llevan ahorrando desde junio para las flores.

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La familia de Isabel, de 69 años, velando a su marido, 'Papa': llevan ahorrando desde junio para las flores. Salvador Salas

Málaga

Las familias visitan a sus muertos: «Llevamos desde junio poniendo bote para las flores»

Personas de todas las edades se acercan al cementerio este 1 de noviembre para recordar a sus familiares fallecidos, una tradición que muchos lamentan que pierde fuerza

Sábado, 1 de noviembre 2025, 13:06

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El día amaneció luminoso y con calor desde primera hora. El ambiente no era muy de primero de noviembre, del que inunda el imaginario colectivo, gris, con las nubes, la lluvia y el frío que crean un clima más acorde con la melancolía, la nostalgia y el recuerdo a los seres queridos fallecidos, la tradición propia de este día en España y en Málaga. Quizás ya no se forman los atascos de antaño para entrar en los cementerios, pero hay familias que no fallan en un día como el de hoy y el camposanto de San Gabriel estaba a tope de coches aparcados, en algún momento, mediada la mañana, hubo hasta algún pequeño embotellamiento. Y en el autobús número 25 antes de las nueve de la mañana ya iba montada Reme, de 63 años, que llevaba bolsas llenas de flores. Aunque el vehículo de la EMT iba en dirección a Parcemasa, el viaje de esta mujer iba a ser un poco más largo, hasta el cementerio de Cártama. «Voy a ver a mi padre y a mi madre, mis pilares. Lo hago cada quince días. No puedo permitir que las flores que ponemos se marchiten. Hablo con ellos todos los días. Les extraño siempre. A diario también los lloro. No es necesario ir al cementerio para eso, pero no falto ni un 1 de noviembre. Las flores es cierto que están un poco subidas de precio, pero te lo quitas de otro lado. Yo mantengo la tradición porque soy soltera y mis padres son lo más que tengo. La gente joven es verdad que va menos al cementerio, pero es que cada vez se incinera más», reflexiona. Efectivamente, las incineraciones suponen ya más del 80% de los servicios funerarios en Málaga. En lo que va de año, Parcemasa ha llevado a cabo 3.560 cremaciones entre el total de 4.425 servicios. Las inhumaciones han sido apenas 865.

El termómetro de la salud de la tradición lo lleva Ángel Giles, de Floristería Andalucía, que ultima detalles de la decoración pedida por algún cliente: «Se mantiene, pero a la baja. Cada vez se venden menos flores. Llegará un día que todo esto desaparezca. Ayer, en el centro, se vendieron más caretas y disfraces que flores para el Día de los Santos. Nos estamos cargando nuestras tradiciones. La gente se incinera y para eso se necesita sólo una flor». Y cuánto estima que se gasta en flores en un día como éste: «Depende, hay quien compra una rosa por tres euros y quien se gasta 200 euros en una jardinera. Cada persona, según la devoción que tenga».

«Cada vez se venden menos flores. Llegará un día que todo esto desaparezca. Ayer, en el centro, se vendieron más caretas y disfraces que flores para el Día de los Santos. Nos estamos cargando nuestras tradiciones»

Mujeres reunidas en el cementerio este 1 de noviembre. Salvador Salas

Pero hay quien sigue invirtiendo mucho dinero. Las tumbas del marido de Isabel, de 69 años, y del padre de Samuel, de 36 años, los dos primos que vivieron siempre juntos y ahora así se encuentran también después de la muerte, están cuajadas de flores. No se ve ni un centímetro de lápida del 'Papa' y del 'Rey'. Y ante las dos tumbas, buen número de familiares, grandes y chicos. «No se tiene que olvidar uno de ellos. Que falten en este mundo no significa que no estén siempre en nuestros corazones. Todavía nos parecen pocas las flores. Nos da tranquilidad traérselas. Es lo único que podemos hacer: traérselas y estar aquí», reflexiona Isabel, que confiesa que toda la familia lleva reuniendo dinero desde el mes de junio para sufragar el coste de los adornos florales. «Están muy caras, pero es un día muy especial», comentan. Allí dicen que estará toda la familia junta hasta las cinco o las seis de la tarde. Se han llevado hasta sillas de playa para velar a los suyos. Están charlando. Recuerdan anécdotas. Vuelven a hacer la cuenta de los años que llevan fallecidos sus seres queridos: «Madre mía, ya son 21 años…».

Carmen Quesada está junto a la tuma de su hermano, que murió en un accidente de circulación en el año 2000 junto a dos amigos que reposan a su lado. En esas lápidas no cabe una flor más. Cada centro cuesta 30 euros. A la familia le hacen precio por el volumen que compra y los años que llevan siendo clientes. Aún así, hay cientos de euros en flores. «Somos diez hermanos y todos aportamos», dice Quesada.

Ésa una estampa común: familias (sobre todo gitanas) alrededor de nichos y tumbas. Sentadas en sillas de playa. O en el suelo, en el césped. Se ve también alguna sombrilla.

La pasión de Felipe eran los coches, por eso tiene uno sobre su lápida. Salvador Salas

«Es lo que tenemos los gitanos, que siempre estamos unidas las familias», comenta Curro Santiago, de 49 años, sentado él también en una silla de cámping y rodeado de los suyos. Aprovecha para dar la propina a los más pequeños. Se quedarán desde primera hora de la mañana hasta las dos de la tarde recordando a sus muertos. Como Yasmina, de 33 años, que apenas puede articular palabra ante la tumba de su padre, Felipe, adornada con su querido Audi A3 reproducido en mármol. «Era un hombre que murió cuando tenía toda la vida por delante y le gustaban mucho los coches. Para colocar este de piedra sobre la tumba tuvo que venir una grúa. Todas las semanas venimos a limpiar la lápida y a ponerle flores», comenta la familia.

Es el día de cuajar las tumbas de flores y de limpiar nichos y lápidas. Rocío, de 51 años, y su hija, de 14, se ponen a ello. Acercan una escalera al nicho donde está el primo. Cogen una botella de agua y mojan un pañuelo de papel con el que abrillantan las letras. Luego cambian las flores. «No es sólo hoy; lo recordamos todo el año, porque es carne que nos falta», dice la madre. Las flores comentan que les han costado 20 euros. Es un ramo discreto. Recuperan otras que tenían antes puestas y que habían descartado para que el nicho no se quede muy vacío.

«Mi hija mayor no quiere venir al cementerio; dice que no quiere tener en la cabeza la imagen de esta tumba, que prefiere recordar a su padre sentado a la mesa. Aquí vendré yo con él. Tengo cincuenta años pagados»

Ángeles, de 78 años, y su nieta, de 38 y con el mismo nombre, van mejor preparadas para limpiar la tumba del marido de la primera y abuelo de la segunda. Huele a vinagre. Las letras del nombre del fallecido, plateadas, resplandecen, como el escudo del Real Madrid pegado en la lápida y la virgen de Zamarrilla, las dos pasiones del hombre. «Mi hija mayor no quiere venir al cementerio; dice que no quiere tener en la cabeza la imagen de esta tumba, que prefiere recordar a su padre sentado a la mesa», explica la madre, que luego dice: «Aquí vendré yo con él. Tengo cincuenta años pagados».

Diego Marín, acompañado de su hermana, Reyes, y de su sobrino, ponen flores al nicho de su mujer. Se emocionan. «Las tradiciones se van perdiendo porque hay crematorios, más que por otra cosa», comentan. Pero también hay personas que van haciendo la ronda por el cementerio para visitar todas las tumbas de familiares y amigos. O quienes sólo hacen lo que vieron que se hacía en su casa desde siempre, aunque sin darse demasiada importancia: «Venimos a menudo. Y lo de hoy es una tradición. Nuestros padres iban a visitar a los suyos. Cada 1 de noviembre, cuando éramos niños, nos levantaba mi madre temprano, nos vestía bien, íbamos a Loja donde estaban enterrados los abuelos y allí llevábamos muchas flores y nos encontrábamos con nuestros tíos y primos. Era un punto de encuentro familiar. Luego teníamos que volver porque a mediodía había que servir: teníamos un negocio de hostelería», explica Elvira Maldonado Gálvez, que está con su padre y sus hermanos ante el nicho de su madre: «A ella le gustará que estemos aquí», añade, para agregar: «A mi hijo de trece años le he dicho que viniera, pero no ha querido despegarse del móvil. Le he preguntado si no vendrá a vernos a sus padres cuando muramos».

«A mi hijo de trece años le he dicho que viniera, pero no ha querido despegarse del móvil. Le preguntado si no vendrá a vernos a sus padres cuando muramos»

La familia de Elvira Maldonado hace lo que vieron desde pequeños en su casa. Salvador Salas

«La tradición se está perdiendo. Antes se formaban caravanas. Hoy hemos entrado directamente sin colas. Ahora igual es que la gente viene el día antes o la semana antes para evitar el colapso de hoy. Pero quizás cuando se vaya la generación de los mayores se acaba todo esto», lamenta Elena Vallejo Álvarez, que es de las que, junto con los suyos, recorre el camposanto para poner flores en las tumbas de los familiares fallecidos.

También jóvenes, como Lucía Sales y Jesús Sotomayor. Salvador Salas

Pero puede que sí haya relevo para las visitas a los cementerios. De vez en cuando se escuchan voces de los niños que acompañan a sus padres y abuelos. Corretean. Juegan. Hacen travesuras. Como los que golpean las hojas de una palmera con un palo mientras se escriben estas líneas. Y también hay veinteañeros. Como Lucía Sales y Jesús Sotomayor, que son novios. El padre de ella falleció hace cuatro años. No encontraba el momento de venir al cementerio. Hasta este 1 de noviembre. «Desde algún sitio me estará viendo», dice ella. «Es de mal gusto, me da pena, es de ser un desagradecido que se acabe todo, no venir. Una muerte no se puede superar. Venir es una manera bonita de acercarte. Quizás la gente hace que pase desapercibido porque no queremos ser conscientes de dónde vamos a venir algún día. Tenemos demasiado miedo a la muerte. Y es el ciclo de la vida. No somos inmortales», concluye él.

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