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Berni Rodríguez, con Nacho en el entrenamiento de los superbasket Ñito Salas/ Vídeo Pedro J. Quero
Equipo Berni: ganar es otra cosa

Equipo Berni: ganar es otra cosa

Aquí jugar al baloncesto no es lo importante. Aquí fichan chicos con discapacidad cognitiva: es el grupo de 'superbasket' del Proyecto 675, que cumple el sueño del campeón mundial pero también el de 30 chavales con autismo y síndrome de Down. Hasta hace unas semanas algunos no hacían nada. Hoy, Diego tira de vez en cuando a canasta, Alberto regala abrazos en vez de marcajes y Carlos es un adorable 'vacilón'

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Domingo, 8 de diciembre 2019, 00:10

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Diego tiene 14 años, una equipación reluciente y un balón en las manos con el que observa la canasta desde la línea de tiro lateral. La cancha de al lado devuelve el jolgorio de una pachanga con sabor a revancha que enfrenta a un grupo de adolescentes con granos. Diego tiene la misma edad y el mismo balón en las manos, pero a la hora de lanzar suelta la pelota y se tapa los oídos. El gesto lo protege, el balanceo hacia adelante y hacia atrás le da seguridad y los sonidos que emite le aíslan del grupo «porque no lleva muy bien lo de los ruidos y las cosas que se hacen en equipo». Su padre, Alfonso, lo mira desde el exterior de la pista y celebra como una pequeña conquista que ahora, al menos, tire de vez en cuando a canasta. «Hasta hace unas semanas no hacía nada». Porque Diego tiene un trastorno del espectro autista (TEA), y aunque lleve un rato mirando la red como algo hostil que lo aleja del confort y la seguridad de su rutina, estar ahí le hace bien.

También le hace bien a Pablo, 19 y con una altura y una condición física que ya quisieran los de al lado. Igual que Diego, tiene autismo. Abre con sus manos enormes la puerta de la pista número 7 del pabellón de Ciudad Jardín y se pone a dar saltos de alegría. «Hola-hola-hola-hola!!!!», saluda a su monitora Rossy poco antes de empezar a cantar a gritos el 'A quién le importa' de Fangoria. Suena bien semejante himno en su voz. A quién le importa si juegan o no al baloncesto. Hay cosas más valiosas que aprender en esa cancha.

Diego y Pablo lo hacen como parte del equipo de Berni. Y que un campeón del mundo te quiera en su lado de la fila no pasa todos los días. Berni es Berni Rodríguez, orgullo cercano y gigante del baloncesto que a pesar de todas las medallas sigue moviéndose por Ciudad Jardín como si fuera uno más. Es lo que tienen los grandes. La diferencia es que la que se ha colgado con su nuevo proyecto brilla mucho más que el oro del Mundial que ganó en 2006 en Japón: su aventura comenzaba el pasado mes de marzo con la puesta en marcha del Proyecto 675 (toma su nombre de la línea de triple, que está situada a 6,75 metros), una ambiciosa apuesta que combina en un 'dream team' perfecto el ámbito formativo, el social y el cultural. Esa forma de entender los valores del BA-LON-CES-TO, como pregonó su seleccionador Pepu Hernández cuando se trajeron a casa el título, ha cristalizado en una academia de minibasket para niños de hasta 12 años, en el grupo de superbasket que ha reclutado a Diego y a Pablo y a otros 28 chicos y chicas de 5 a 20 años con discapacidad cognitiva, en programas de tecnificación individual, en un ciclo de Salud y Deporte y en el impulso un Congreso Internacional de Baloncesto (CIBA Málaga), que se celebrará en la ciudad en junio de 2020.

«Es algo que siempre he querido hacer, que siempre estaba ahí...», admite el exjugador del Unicaja y de la selección española en el cambio de turno entre los 'minibasket' que se van y los 'superbasket' que llegan. La bendita normalidad en el relevo se ve en gestos tan espontáneos como que unos y otros choquen las palmas. Que no hacen falta complejos tratados de integración cuando son niños que juegan y que se hacen una foto en equipo para un reportaje de domingo.

Arriba, Bernardo Rodríguez padre da instrucciones al grupo de los mayores. Abajo a la izquierda, Nacho Bravo felicita a uno de los jugadores. Al lado, Sonia esquiva a Berni pasándole por debajo de las piernas Ñito Salas
Imagen principal - Arriba, Bernardo Rodríguez padre da instrucciones al grupo de los mayores. Abajo a la izquierda, Nacho Bravo felicita a uno de los jugadores. Al lado, Sonia esquiva a Berni pasándole por debajo de las piernas
Imagen secundaria 1 - Arriba, Bernardo Rodríguez padre da instrucciones al grupo de los mayores. Abajo a la izquierda, Nacho Bravo felicita a uno de los jugadores. Al lado, Sonia esquiva a Berni pasándole por debajo de las piernas
Imagen secundaria 2 - Arriba, Bernardo Rodríguez padre da instrucciones al grupo de los mayores. Abajo a la izquierda, Nacho Bravo felicita a uno de los jugadores. Al lado, Sonia esquiva a Berni pasándole por debajo de las piernas

Los martes y los jueves de 7 a 8 están reservados para ellos, para los 'súper': la mayoría tiene trastornos relacionados con el espectro autista, pero también los hay con síndrome de Dowm. Se reparten en tres grupos según las edades y uno de los grandes logros desde que comenzaran en septiembre es que ya respetan el espacio asignado a cada uno. «Esto al principio era una auténtica locura, era difícil que hubiera un orden», admite Berni cuando se le pregunta por las pequeñas victorias conquistadas en este proyecto de integración pionero en la ciudad. Las otras tienen mucho –o todo– que ver con el equipo que rodea al exjugador y que hacen que todo funcione. 

El 'jefe' es Bernardo Rodríguez padre, alma mater de la parte formativa y creador del método con el que aprenden los chavales: «Él es maestro y fue entrenador de la cantera del Unicaja. Todos hemos pasado por él, Carlos Cabezas, yo (...), todos». De hecho, la idea global del proyecto 675 «surge de todas las charlas que siempre hemos tenido sobre baloncesto», explica Berni. Mirando al padre con los chicos, y toda la energía que hay alrededor, es difícil no dejarse llevar por esa certeza íntima de que, al final, si se quiere se puede. Con ellos también quieren y pueden el cofundador del proyecto, Manolo Escobar –«mi nombre es puro márketing», bromea en el momento de las presentaciones–, que cambió el mundo del fútbol por el del baloncesto nada más conocer la idea; o Nacho Bravo, profesor de Educación Especial y amigo de Berni «desde que estábamos en el cole». A él le corresponde la coordinación del equipo de superbasket y además es profesor en el colegio La Colina. De ahí conoce, por ejemplo, a Diego, que no ve como un extraño a Nacho cuando éste se le acerca a esa línea de tiro en la que sigue balanceándose para pedirle que lo intente. Esta vez sí, Diego coge la pelota y la bota fuerte mirando a canasta. 

Pero estos triunfos sencillos que saben a medalla no están sólo dentro de la cancha. También fuera. Con los padres. «Mira, ya no queda ni uno por aquí –celebra Berni–. En las primeras clases miraban con cierta angustia cómo iban a estar sus hijos. Ahora se van tranquilos: para ellos no tiene precio esta hora de desconexión, es muy duro verlos tan agotados». Se tarda poco en comprobar eso que cuenta, porque justo en ese momento llega uno de los chavales con su madre. Ella le da un beso húmedo y sonoro en la mejilla y suelta un «me voy a Mercadona» que suena a bono de una hora con spa y masaje.

La pregunta sobre 'Campeones' es inevitable: «Esto no tiene nada que ver con la peli. Esto es otra cosa»

Los (pocos) que se quedan se toman un café en la cafetería del complejo o hablan de sus cosas en el exterior sin perder ojo de los avances de sus hijos. Uno de ellos es Rafael, que daría lo que fuera por que el despertador sonara indecentemente temprano los fines de semana para ir de competición. «Coín, Antequera, Nerja... yo qué sé. Que jueguen y que luego vayamos todos a comer a McDonalds. Que tengan la ilusión de vestirse con la equipación, que da igual si ganan o pierden». Esa ilusión por vestirse es el motor que mueve a su hija Sonia, con síndrome de Down y una de las más 'cañeras' al otro lado de la pista. «Para el cole no hay manera de que se arregle, pero cuando sabe que tiene que venir aquí pone toda su ropa estirada en la cama», cuenta Rafael haciendo el gesto con las manos y dirigiendo su mirada hacia ella. A menos de esa línea de triple de 6,75 de distancia, Berni le pide que le haga un marcaje. Pero Sonia prefiere pasarle por debajo de las piernas. «¡Mírala qué lista ella!», se ríen. Luego le toca a Alberto, pero tampoco funciona porque a Alberto lo que le apetece es echarse encima de Berni, sí, pero para darle un abrazo compacto, casi de tribu, que de inmediato es correspondido.

Como una familia

Carlos, 11 años y síndrome de Down, es más 'vacilón'. Se lleva a todos de calle. «Tu padre es el número uno (...). Y luego ya vas tú», le dice a Berni al acabar el entrenamiento. Carlos es como de la familia; de hecho es el hijo de José Carlos, uno de los entrenadores del grupo de minibasket. En realidad, ahí todos son (como de la) familia. Hasta Isa, la madre de Berni, a quien le gusta ir de vez en cuando a ver a sus niños. «Si estoy dos semanas sin venir, al volver me quedo sorprendida de cómo han avanzado», celebra mientras Bernardo padre sale de la cancha con una red gigante llena de pelotas. «¿Sabes que mis padres se conocieron también gracias al baloncesto?», desvela Berni sin disimular un orgullo natural y de clan por seguir en ese camino.

La pregunta que todos esperan, la fácil, se queda para el final. «¿Cuántas veces os han comparado con el equipo de la película 'Campeones'?». El capitán de este equipo diverso y heterogéneo, donde la competición sólo es contra uno mismo, mira a su alrededor antes de responder: «Mira, esto no tiene nada que ver con la peli. Esto es otra cosa». Y lleva razón. El equipo Berni es otra cosa que se encarga de definir Mariola, la madre de Dani, de 20 años y «feliz» agarrado a un balón: «Esto es el mundo. Y esto es creer que el mundo es para todos. ¿Qué necesidad tienen Berni y los suyos de haberse complicado así la vida por estos niños? Pues ninguna. Pero alguien tiene que hacerlo». Y lo han hecho ellos. Que ganar, ahora sí, es otra cosa.

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