Una imagen tomada durante el 'Death Café', celebrado la semana pasada en Málaga. Francis Silva

Los 'Death Café' llegan a Málaga: hablar sobre el final inevitable

Personas desconocidas se citan en un entorno sosegado para debatir sobre un hecho ineludible. SUR asiste a uno de estos encuentros

Miércoles, 28 de octubre 2020, 00:46

Una tarde nublada, un día entre semana, a principios de otoño. No es el 1 de noviembre, día de los difuntos, pero queda poco. Es ... la primera vez desde el fin del verano en el que hace frío, una sensación que se intensifica por estar al lado del Guadalmedina. La mascarilla impide que se formen las primeras pequeñas nubes de vaho al exhalar, antaño señal inequívoca de estar vivo. En un local de la calle San Rafael, en las instalaciones de una clínica de psicología, se han reunido unas doce personas para hablar sobre aquello que pasa cuando ese aliento finalmente se agota. Aquí se celebra esta noche un llamado 'Death Café'. Un café de la muerte si se quiere traducir al español. Se trata de un evento reconvertido en un fenómeno a nivel mundial, en el que desconocidos se citan para intercambiar y conversar sobre la muerte. Hay café recién hecho y galletitas dulces y saladas.

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Noelia Correa, 48 años, originaria de Palencia, espera en la entrada. Una mujer con el pelo negro y rasgos faciales suaves, que estudió Derecho en Inglaterra, es la organizadora: «Yo me quiero hacer amiga de la muerte», se presenta con un agradable tono de voz. ¿Y eso para qué? Callar sería más doloroso que hablar. Debatir con desconocidos sobre un tema que suele ser tabú sería de gran ayuda. Sobre todo, cuando hablar sobre la muerte con alguien de la familia suele ser muy complicado. Las emociones, ya se sabe, se descontrolan muy pronto.

Muchos prefieren ignorar antes que saber y evitarse el dolor. A Noelia le gustaría que esto cambiara: «Es que la muerte es un hecho que se reprime muy bien». La muerte como igualador. La conciencia de que hay un fin que no se puede sortear. Una garantía como las hay muy pocas en la vida. Y seguirá siendo así durante mucho tiempo, por mucho que la ciencia esté fantaseando con la inmortalidad.

La idea de los cafés de la muerte viene del Reino Unido. El artífice de estos encuentros, así lo explica Noelia, era un hombre adscrito al budismo, con un interés desmedido por la transitoriedad de la vida y lo efímero. Su nombre era Jon Underwood y falleció a los 44 años por leucemia. Los primeros cafés empezaron a hacerse en Londres y en Suiza, con la intención de convertir la muerte otra vez en un tema personal y no dejarla exclusivamente en manos de enterradores, médicos y enfermeros. Ahora se celebren en todo el mundo, tanto en Tailandia como en Dinamarca o Alemania. Miles de personas han hablado de la muerte en un sinfín de países. Ahora también lo hacen en Málaga.

Todo esto puede sonar un poco mórbido, aunque la intención que hay detrás es la contraria. Noelia cree que enfrentarse a la muerte y reducir miedos existenciales empodera para vivir con más tranquilidad y conciencia. «A la mayoría les funciona», asegura.

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Hay algunas reglas que se deben cumplir en este tipo de encuentros. Noelia pasa a enumerarlas de memoria antes de facilitar el acceso a una de las salas que tiene la escuela de psicoterapia Lamar en Málaga: no está permitido cobrar, la entrada debe ser libre para cualquiera, el ambiente debe ser pacífico y respetuoso, tiene que haber café y pastitas y no está permitido vender ni publicitar nada. Además, un café de la muerte no es ningún sustituto de un psicooncólogo ni pretende serlo. «No es un tratamiento psicológico, lo que pretendemos es normalizar el tema de la muerte», añade Pilar Bermejo, otra de las terapeutas que asiste.

Mientras tanto, doce personas toman asiento en una gran sala que permite mantener la distancia de seguridad. Las mascarillas no impiden constatar el olor a café. La moqueta que cubre todo el suelo transmite calidez. La franja de edad es variada. Hay jóvenes y luego hay mayores que sobrepasan los 50 de forma holgada. Noelia toma la palabra e insta a un pequeño ejercicio de meditación. Todo el mundo cierra los ojos. Un calmante natural para las pulsaciones, se podría concluir.

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Luego pide que todo el mundo se presente, que explique las razones que les han llevado hasta aquí. Pilar, mayor, con el pelo corto y una mascarilla rosa, asegura su presencia se debe al fallecimiento reciente de su padre. Ahora se sentiría «desmembrada» y estaría en busca de una especie de reconstrucción.

Unos vienen solo para hablar y otros buscan consuelo. Sandra, que no llega a los 40, explica que quiere «responsabilizarse ante la muerte». «Yo estoy en la vida, pero quiero llegar a la muerte en paz».

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La conversación empieza a girar alrededor de los preparativos cara a una defunción. ¿Qué significa eso y, realmente, uno puede estar preparado para el adiós sin retorno? Empiezan a caer palabras como voluntad vital anticipada y sepelio. Pero no todo puede ser burocracia.

Una mujer, que no quiere dar su nombre, expresa el miedo a no sacar el mejor provecho de su vida antes de morir. Irene, una mujer extremadamente delgada, responde: «No me da miedo la muerte. Sí morir con mis hijos demasiado jóvenes». También se tocan temas como el envejecimiento: residencias de mayores atestados, el miedo a la soledad y a la enfermedad. El coronavirus también sale. La pandemia ha hecho que la muerte esté muy palpable. María José, una mujer de mediana edad, ha perdido a su tío por culpa del covid. «Las circunstancias han agravado mucho la pérdida, el sentir que no te has podido despedir de él», se lamenta.

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Naturalizar la muerte

Al final, las personas que forman parte de este intercambio no dejan de ser extraños. Eso se nota, la distancia se mantiene. Algunos planteamientos que se pronuncian, eso parece inevitable, suenan un poco a tópico . Dicho de otra manera: la calidad del 'Death Café' se eleva y cae con sus invitados. Puede que este argumento se base también en la creencia de que, si las personas se conocen, la conversación también se vuelve más íntima. Posiblemente, también se está a las puertas de un cambio generacional. Los jóvenes parecen más dispuestos de hablar sobre el amor, el sexo o, en este caso, de lo efímero del ser humano.

A pesar de todo, la muerte y el hecho de morir tiene mucho menos presencia que antes, apenas se considera una parte natural de la propia vida. En el siglo XIX, por ejemplo, muchas familias fotografiaban a sus seres queridos, se hacían álbumes en blanco y negro. «Todo se medicaliza. Al enfermo se le lleva al hospital y ahí muere. Luego se pasa al velatorio en los cementerios. Nos estamos alejando de la muerte», explica la psicooncóloga malagueña Lucía Vegas. Los 'Death Café', como el celebrado en Málaga, luchan contra esto.

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