La botica de don Bonifacio deja huérfano al Centro
La farmacia Bonifacio Gómez, en la céntrica calle San Juan, cierra tras 136 años de vida por el elevado coste del alquiler y la falta de relevo generacional
Colarse en su interior era como emprender un viaje al pasado. Su artesonado, mobiliario y botamen de mitad del siglo XIX era objetivo fijo de ... las cámaras de los turistas que recorrían a todas horas el Centro antes de que el coronavirus hiciera trizas nuestra cotidianeidad. La botica de don Bonifacio, en la céntrica calle San Juan, era uno de los negocios con más historia de la ciudad. Y lo ha sido hasta esta semana, ya que a su propietario no le ha quedado más remedio que poner punto y final a 136 años de historia (134 perteneciendo a la misma familia) empujado por el elevado precio de los alquileres y la falta de relevo generacional.
El cierre de la farmacia Bonifacio Gómez ocupa un lugar destacado en el libro negro de los cierres de comercios tradicionales en Málaga. La botica era historia viva del sector comercial y una de las tres más antiguas de cuantas quedaban abiertas. Su actual propietario, ya próximo a la jubilación, ha solicitado el traslado a Teatinos para dar paso a un nuevo propietario.
La botica abrió en el año 1884 y siempre ha permanecido en la céntrica calle San Juan resistiendo a inundaciones, crisis e incluso a la Guerra Civil. Prácticamente desde sus inicios, cuando fue adquirida por Bonifacio Gómez Martínez, el bisabuelo del actual propietario, ha sido un destacado punto de encuentro por los empresarios y vecinos de la ciudad, que frecuentaban habitualmente la rebotica para disfrutar de tertulias interminables.
La farmacia la abrió un capitán de navío, que la mandó construir para su hijo, aunque apenas dos años después se la vendió a Bonifacio Gómez, que se hizo cargo del negocio hasta prácticamente el día de su muerte. Posteriormente la compró su hijo, Bonifacio Gómez Linares –abuelo del actual propietario–, al que mataron en enero de 1937, justo una semana antes de que entraran las tropas nacionales en Málaga, creando una gran conmoción en toda la ciudad por la calidad humana del personaje.
Tras este episodio traumático se hizo cargo del negocio su abuela a través de la figura de farmacéuticos regentes, hasta que en el año 1973 la compró el hijo de Bonifacio, José Manuel Páez Martínez. Desde 2006 ha estado regentada por Tomás Páez, el actual propietario y cuarta generación de la saga familiar.
La puntilla del virus
Tomás se muestra especialmente apenado tras haber bajado la persiana, y más en estos momentos de crisis sanitaria. Mientras recoge los pocos enseres que le quedan en el Centro, asegura que permanecer en un local alquilado en pleno Centro es imposible para los pequeños empresarios. «Si el local fuera de mi propiedad, hubiera aguantado hasta la jubilación; pero la situación ya era insostenible», reconoce.
El boticario explica que llevaba ocho años atendiendo el establecimiento sin ningún tipo de ayuda, una circunstancia que le daba algo de vértigo porque cualquier contratiempo le hubiera obligado a cerrar sin ningún tipo de previsión ni plan B. Ahora, con el cambio a Teatinos, ya hay un empresario interesado en hacerse con la licencia. «La nueva es otro concepto mucho más moderno, con robots y todo; es otra liga», sostiene.
Tomás explica que el coronavirus ha sido la puntilla que le ha rematado, ya que las restricciones de movilidad han impedido que muchos de sus clientes habituales se desplacen para comprar medicinas. «Las farmacias en el Centro viven mucho de las personas que trabajan cerca porque no hay mucha población», dice. Y eso por no hablar del pequeño comercio, «que casi ha desaparecido entre tantos bares y franquicias», añade.
La farmacia Bonifacio Gómez era especialmente reconocida en la ciudad por su mobiliario centenario, que se conservaba fiel a la idea inicial de su creador. Tras el cierre, todo el artesonado y botamen ha sido donado al Colegio de Farmacéuticos, que tiene previsto abrir un museo de la farmacia con todo este material. Aunque tenía opción de venderlo a buen precio, él prefirió que fuera alguna institución la que se hiciera cargo de él siempre que se comprometiera a conservarlo. «Yo quería que no se perdiera nada porque eso es patrimonio de todos los malagueños», dice satisfecho.
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