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Foto: S. Salas Vídeo: F. Gutiérrez/ S. Salas/ Pedro J. Quero

Los Asperones perdió la sonrisa

El desánimo y la desesperanza cunde entre los jóvenes y mayores que viven en esta barriada, levantada hace 30 años para acabar con asentamientos chabolistas

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Domingo, 3 de diciembre 2017, 00:28

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Asunción, ‘la Chunga’, y José Antonio estrenaban casa con habitaciones, luz y agua corriente. La gran sonrisa que muestran al fotógrafo el matrimonio y sus entonces cinco hijos no es fingida. Todo lo contrario, es tan sincera como natural y muestra la satisfacción de salir de una chabola para vivir en una casa. Con lo que ganó José Antonio trabajando en la construcción de aquella primera fase de Los Asperones se compraron los muebles que aparecen en la foto: la mesa del comedor y sus sillas, el aparador, las camas, un televisor, un reloj de pared… «Esto fue como llegar a un palacio, a un hotel.. fue una alegría muy grande», recuerda Asunción, sorprendida al ver el reportaje que SUR publicó hace 30 años con ellos como protagonistas.

La familia vega-manguara posa para sur 30 años después. José Antonio Vega y su esposa, Asunción Manguara, con dos de sus hijas, Concepción (izquierda) y María.
La familia vega-manguara posa para sur 30 años después. José Antonio Vega y su esposa, Asunción Manguara, con dos de sus hijas, Concepción (izquierda) y María. Salvador Salas

José Antonio Vega Acosta y Asunción Manguara Carrillo llegaron con sus cinco hijos a Los Asperones el 30 de noviembre de 1987. Fueron una del más de centenar de familias que se reubicaron en este poblado, de nueva construcción, para acabar con núcleos chabolistas de la ciudad. Se planteó como un poblado de transición, con el objetivo de llevarlas, en un plazo de cinco años, a distintas zonas de la ciudad para favorecer su integración social. Pero lo que se planteó como ‘transitorio’ ha sido en realidad ‘definitivo’, muy pocas familias han salido de Los Asperones, algunos de los que se fueron volvieron, la desilusión y desesperanza es un sentimiento generalizado y, como asegura el director del colegio del barrio, se ha convertido a sus habitantes en ‘minusválidos sociales’, prácticamente incapacitados para una vida autónoma porque se les proporciona la vivienda, no pagan luz ni agua, los niños comen en el colegio y a muchas familias se les da también la comida. Así se entiende el vértigo que produce el salto a una vida normalizada. Y que algunos de los que se fueron hayan vuelto, incluso con familia, a levantar un ‘cuartillo’ en lo que fue el patio o el porche de la casa de sus padres.

El primer nacimiento

Isabel Marín Fernández llegó embarazada a Los Asperones y su hija Antonia fue la primera niña nacida en el poblado. Por esto la llaman ‘La Asperonera’. «Me trajeron flores, ropa para la niña, un carrito…», recuerda Isabel, de 49 años. Luego llegaron otros dos más. A los tres los ha sacado adelante «con mucho sacrificio», como madre soltera. Recogiendo chatarra, vendiendo, pidiendo.

Fotografía que se reprodujo en SUR hace 30 años. Llegada de los primeros ocupantes al asentamiento. Sur
Imagen principal - Fotografía que se reprodujo en SUR hace 30 años. Llegada de los primeros ocupantes al asentamiento.
Imagen secundaria 1 - Fotografía que se reprodujo en SUR hace 30 años. Llegada de los primeros ocupantes al asentamiento.
Imagen secundaria 2 - Fotografía que se reprodujo en SUR hace 30 años. Llegada de los primeros ocupantes al asentamiento.

Como el 95 por ciento de la población de Los Asperones, José Antonio, Asunción e Isabel son de raza gitana. El matrimonio es originario de Madrid, y llegaron a Málaga porque unos familiares les indicaron que podían levantar una chabola cerca de la ciudad. «Y aquí vinimos. Entre todos levantamos la chabola por calle Castilla. No teníamos agua, que recogíamos en un cortijo cercano. Y cuando llovía, nos mojábamos», recuerda Asunción. En esas condiciones tercermundistas vivieron casi diez años, hasta que se planificó la erradicación del chabolismo en la ciudad.

Su primer día

La familia Vega-Manguara es la protagonista de aquel reportaje publicado por SUR el 1 de diciembre de 1987. En la portada, una foto del momento en que las familias del asentamiento de calle Castilla recogían sus pocos enseres para cargarlos en un camión. Isabel Marín apenas se reconoce en la foto de la primera página. Le cuesta tiempo asumir que la mujer joven y guapa que lleva unas sillas en la mano sea ella.

Es así como un 30 de noviembre de hace 30 años la familia llegó a Los Asperones con sus cinco hijos, que aparecen en la foto del reportaje de SUR del día siguiente: José, Virtudes, María, Concepción y Emilio. En el barrio ya nacieron Rafael e Isabel. «Pasamos de vivir en una chabola a estar en una casa, con luz, agua, baño. Para mí fue como llegar a un palacio, a un hotel. Fue una alegría muy grande», recuerda Asunción que, a sus 59 años, tiene, además de sus 7 hijos, 20 nietos y 4 biznietos.

Casi todos siguen en Los Asperones. María, ‘La Negra’, la niña de amplia sonrisa que está a la derecha de la foto, junto a su madre, tiene 39 años, está casada con Antonio, también del barrio, y tienen tres hijos. Concepción, que está sentada al fondo de la fotografía, tiene ahora 43 años. Casada con Francisco, tienen 6 niños y dos nietos. Ellas no trabajan y sus maridos se «buscan la vida» en lo que pueden: la chatarra o la venta ambulante.

Ayuntamiento y Junta reactivan los planes de desalojo

El Ayuntamiento de Málaga y la Junta han reactivado los planes para el desalojo del asentamiento. «Tenemos que dar una respuesta definitiva, la situación en Los Asperones es ya insostenible», afirma el delegado de Fomento y Vivienda, Francisco Fernández España. Para ello, espera contar con la colaboración del Estado. Hasta ahora, los planes de vivienda estatales no recogían este tipo de actuaciones, pero para los presupuestos de 2018 se ha cambiado la normativa y el Estado sí puede financiar inversiones para la erradicación del chabolismo. En principio barajan una inversión de unos 30 millones de euros, a aportar por las tres administraciones a partes iguales, aunque son cifras muy provisionales. Hay comisiones mixtas Ayuntamiento-Junta trabajando para dar una «solución integral», ya que además de una nueva vivienda hay que procurarles formación y seguimiento por los servicios sociales para conseguir su integración, algo complejo como indica el hecho de que algunas familias que salieron del barrio volvieron al poco tiempo.

Hace 30 años, el desguace, la perrera y el vertedero era el paisaje que rodeaba las viviendas de Los Asperones. Cuando se circula por la A-7076 dirección Campanillas apenas se ven los tejados de las casas. Hay que estar muy cerca del poblado para apreciar las calles, los contenedores en los que arden basuras, las pintadas en las viviendas en las que, como un grito desesperado de salvación, se lee ‘Desalojo de Los Asperones, ¡ya!’. La carretera va paralela a las nuevas construcciones de Soliva, por un lado, y la ampliación de la Universidad, al otro. Las inequívocas señas de modernidad que representan los elegantes edificios universitarios y la línea de metro saltan por los aires cuando se llega al cruce de Los Asperones y se ve lo que queda a la derecha: un trozo del tercer mundo en el corazón de la capital de la Costa del Sol.

Su primer día

La familia Vega-Manguara es la protagonista de aquel reportaje publicado por SUR el 1 de diciembre de 1987. En la portada, una foto del momento en que las familias del asentamiento de calle Castilla recogían sus pocos enseres para cargarlos en un camión. Isabel Marín apenas se reconoce en la foto de la primera página. Le cuesta tiempo asumir que la mujer joven y guapa que lleva unas sillas en la mano sea ella.

En estos 30 años, las 145 familias iniciales han ido creciendo, han tenido hijos, que se han casado, y se han quedado en el barrio. Ya van por una tercera generación y la población se acerca al millar de personas. Hay más mujeres (488) que hombres (473) y el 38% de la población es menor de edad.

Que Los Asperones es un trozo del tercer mundo lo confirman algunos datos estremecedores: el 97% de la población se encuentra en situación de pobreza extrema (cuando la media andaluza es del 12,8%). Hay un 11,3% de personas con alguna discapacidad, cuando el dato regional es del 7%. Se da también una alta prevalencia de enfermedades mentales. Si la tasa de desempleo en España roza el 20 por ciento, aquí supera el 92 por ciento. Consecuencia de la mala alimentación, la talla de los niños es inferior a la media.

La falta de formación es una de las mayores lacras del barrio, un déficit que se ha convertido en una pesada losa que les impide salir adelante. Cuando para cualquier empleo se exige ya al menos el graduado escolar, aquí casi el 90 por ciento de la población no tiene titulación académica. En 2011 solo había 5 personas con el graduado en Secundaria. En 2017 ha subido a 44 personas. La semana pasada se colocó en el ‘Mural de las estrellas’ el nombre de otros 17 nuevos graduados. Y por fin un vecino del barrio llega a la universidad: José Gómez Heredia estudiará Educación Social por la UNED.

Trabajo asociativo

El trabajo de las asociaciones que intervienen en la barriada está dando sus frutos. Además de los servicios sociales municipales, trabajan en la barriada Cáritas Diocesana, Misioneras de la Esperanza, Incide, Accem y la Asociación Chavorrillos. El trabajo en red de todas ellas se materializó en el proyecto Asperones Avanza, con un programa específico de acompañamiento a los adolescentes y de implicación de las familias, que ha conseguido que muchos de estos jóvenes se hayan incorporado al sistema educativo.

Es el caso de José Antonio, nieto de La Chunga. Dejó los estudios, y ahora con la ayuda de Cáritas y su programa Radio Ecca ha logrado el título de Secundaria. Su nombre está desde la semana pasada en el ‘Mural de las Estrellas’. Está esperando que lo llamen de Carlinda, para aprender con Maristas en su taller de xerigrafía. Estudiar le ha abierto una nueva perspectiva: «es lo que nos puede abrir las puertas para salir de este agujero», afirma.

En las últimas semanas, hay rumores insistentes de cambios, de traslado a otras zonas de la ciudad. Asunción sueña con una casita baja en Puerto de la Torre. Pero advierte: «¡Que no nos lleven a todos al mismo lugar!; mejor separados, entre payos. Otra vez todos juntos sería la guerra mundial».

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