El adosado de sus pesadillas
La vía de la negociación de la urbanización Montegolf empieza a dar resultados después de años de ver cómo la vivienda de sus sueños se convertía en un quebradero de cabeza
José Vicente Astorga
Martes, 15 de septiembre 2015, 16:36
«Como si aplastaras decenas de botellas vacías de agua mineral. Un ruido terrible», describe Luis Felipe Romero el minuto de ruido estremecedor que le despertó a las 4.10 de una madrugada del año 2000, cuando muros y ladrillos en las casas se quebraron. Tres fueron demolidas y diez quedaron muy dañadas, entre ellas la de este profesor. De ese extremo norte de la urbanización saltaron de la cama a la calle con lo puesto familias aterrorizadas creyendo vivir un formidable terremoto. «Al ver los daños lo primero que pensé fue en un temblor que habría dejado 50 o 60.000 muertos en Málaga», explica Romero, geofísico y meteorólogo. Por fortuna, no hubo víctimas, pero todos quedaron marcados.
Junto al hormigón quebrado y las grietas, se les descuadraban sueños y cuentas incluso a quienes la casa no se les dañó. Romero había comprado la suya sólo seis meses y tuvo que vivir diez años en la de los suegros hasta que a partir de 2010 pudo afrontar dos hipotecas. Los primeros comuneros de la cooperativa que levantó Montegolf en los 80 y los compradores de años posteriores profesores, abogados, jubilados, funcionarios... se unieron ante un problema del que culpan a Fomento por las obras para afianzar el talud que da a la A-7. Eligieron tribunales y negociación antes que protestas mediáticas. «Tendríamos que haber formado más jaleo, y no somos pijos ¿eh?», dice Maribel Alcaide, jubilada de Telefónica, que como sus dos hermanas, también vecinas, y la mayoría de las 21 familias residentes admiten que al realojo le queda un lustro al menos.
Montegolf roza el sinsentido catastral: casas sin valor y técnicamente en zona verde, sin indulto para el IBI y la hipoteca. Además, pese a órdenes de desalojo ahora renovadas para diez viviendas, la mitad están habitadas. A cien metros en vertical está la explotación de yeso, grandes cavidades que inquietan a todos sobre todo cuando llueve. A todos menos a Eduardo Pineda, 88 años de envidiable vitalidad y el único que sostiene que «esto no se moverá más».
Pero la cima del cerro bajó tres metros aquel día, tercia el geofísico Romero, que va señalando la huella de las catas que agujerean la montaña.
Para Eduardo, «la culpa es de la carretera, que movió el cerro entero y los anchurones (las cavidades de hasta tres metros de alto de la antigua mina) se llenaron de tierra el día del corrimiento. Ya está todo sólido», defiende el decano de los vecinos, que de joven visitaba la mina y sabía lo que el cerro guardaba.
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