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Trump pone a Rusia en su objetivo

Negociación. El líder de EE UU quiere sellar la paz en Ucrania, reivindicarse como 'pacificador' global y abrir una relación comercial con Moscú

Domingo, 19 de octubre 2025, 00:05

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El secretario de Estado Marco Rubio dirigirá las negociaciones con el Kremlin para organizar la próxima cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Budapest. El presidente de Estados Unidos manda a su cargo más próximo como primer espada en vez de a Steve Witkoff, su amigo y enviado especial a las crisis de Ucrania y Oriente Medio, pese a que éste se ha reunido ya cinco veces con el mandatario ruso en un año y medio.

Han sido cinco reuniones, a razón de una hora cada una de ellas. Cinco horas. Más de lo que cualquier líder occidental ha conversado con Putin en los últimos tres años con la excepción del propio Trump que, además de verse en Alaska el pasado agosto, ha mantenido ocho conversaciones telefónicas con él en un año.

La razón del cambio no descalifica a Witkoff. El veterano empresario es jaleado como uno de los artífices del proceso de paz de Gaza y también participará en las gestiones con Moscú. Pero las reglas del juego con la potencia rusa se mueven más en sintonía con la diplomacia añeja. Rubio es el hombre con más poder en la Casa Blanca después de Trump y el vicepresidente JD Vance, además de jefe oficial de la diplomacia estadounidense. El político que gusta para entenderse a las altas esferas de Moscú. Cuenta, además, con una capacidad de decisión casi absoluta, lo que suprime el trámite de efectuar largas consultas a la Casa Blanca.

Trump intenta llegar a Budapest con asideros concretos, puntos de acuerdo comunes aunque sean neonatos; no solo palabras que resulten un riesgo y le desacrediten posteriormente ante los aliados occidentales. Sabe que a Putin le gustan las palabras. En Alaska comenzó a disertar sobre la historia de Rusia –un recurso muy frecuente cuando hace declaraciones o está en público– y el líder republicano amenazó alzando la voz» con suspender la reunión y marcharse.

En la cresta de la ola por su éxito en la negociación del alto el fuego y la liberación de los rehenes en Gaza, el presidente americano está ávido de seguir difundiendo buenas noticias. Pasos concretos sobre las cenizas de la guerra. Erigirse en el 'pacificador' global y acallar las bocas de quienes critican sus formas, sus amenazas y su manera de perseguir objetivos en la geoestrategia mundial.

Más allá de igualar a Barack Obama y su Nobel de la Paz de 2007, una obsesión personal, medios afines al republicano afirman que le motiva la posibilidad de establecer diferencias con su predecesor, Joe Biden, a quien guarda una profunda animosidad y retrata como a un dirigente que se dedicó a surtir armas y promover guerras. Para él, ese contraste debe suponer una gran satisfacción, máxime ahora, cuando ha comenzado a perseguir judicialmente a aquellos que considera sus enemigos –jueces, fiscales y agentes del FBI que participaron en investigaciones en su contra antes de ganar las elecciones– y ordenado una indagación específica para averiguar si Biden le «robó» las elecciones de 2020.

Alaska resultó ser más una visita de cortesía a favor del jefe del Kremlin que una cumbre en sí misma, algo que EE UU no quiere para esta segunda ocasión, No obstante, en el entorno de la Casa Blanca defienden que 'la cumbre del frío' resultó más fructífera de lo que parece en general. Allí, Putin se mostró dispuesto a retroceder en su exigencia de tomar el control de todo el Donbás y conformarse con el territorio conquistado hasta el momento. Una admisión que ha sido clave para perseverar en la búsqueda de un segunda reunión, según las mismas fuentes, y de la máxima actual del líder estadounidense: «Rusia y Ucrania deben detenerse en la línea donde ahora están».

Marco Rubio tiene la misión de ensanchar esa pequeña ventana de oportunidad en el marmóreo muro de las condiciones rusas para un acuerdo de paz. La Casa Blanca cree que sus anfitriones en el Kremlin se sentirán cómodos tratando con el secretario de Estado. El enfoque no incluye todavía a Volodímir Zelenski, pese a que el mandatario de EE UU dijera este viernes que le gustaría una «reunión doble» en Budapest con él como «presidente mediador». Moscú aseguró ayer que no lo contempla.

La «nueva realidad» dejó este viernes a su homólogo ucraniano con la miel en los labios. Zelenski llegó a Washington para llevarse misiles Tomahawk con los que tensionar a Rusia y se fue sin ellos. Después de la conversación sorpresa con el presidente ruso el pasado jueves, el norteamericano ha preferido aliviar cualquier gesto que el Kremlin interprete como hostil por el bien de la cumbre húngara. Pero eso no significa que haya bajado los brazos, según sus propios portavoces.

Zelenski obtuvo el compromiso de que la cuestión de los misiles queda en suspensión, pero en una suspensión animada. La opción de transferir los poderosos Tomahawk seguirá sobre la mesa para el caso de que Putin, como ha hecho antes, muestre una actitud fútil y reacia a un acuerdo de paz. El líder republicano esta vez no se la juega a todo o nada. Su Gabinete continuará proporcionando apoyo de la Inteligencia estadounidense a Kiev, que ha sido vital para que sus artilleros y pilotos de drones acertaran en refinerías y depósitos de combustible rusos situados a cientos de kilómetros, mientras el Senado confecciona un paquete de sanciones para castigar a Rusia y sus países aliados. La Cámara utilizará esta semana entrante para seguir con el diseño de las sanciones mientras Rubio negocia en Moscú.

El dinero también importa

Esta presión política no tiene vocación de infligir una derrota al Kremlin, sino de empujar a su jefe a una negociación, a sabiendas de lo que le espera en caso contrario. Hoy, el Gobierno ruso parece más débil: según los informes de guerra, su avance se ha ralentizado y los ataques a las refinerías ha dejado a Rusia si casi un 30% de abastecimiento.

La táctica estadounidense no deja de ser un instrumento parecido al que ha empleado para forzar al primer ministró israelí a reanudar las conversaciones con Hamás y pactar la liberación de los rehenes y un alto el fuego en Gaza. En Tel Aviv y Jerusalén todavía se recuerdan las tormentosas conversaciones telefónicas entre los dos dirigentes y la llamada que Trump le obligó a hacer a Benjamín Netanyahu desde el despacho Oval para disculparse ante las autoridades de Catar por haber bombardeado a la delegación de Hamás en Doha.

Sin embargo, con Putin difícilmente se verá un episodio de bochorno. Los dos presidentes dirigen sendas superpotencias. Los arsenales y las alianzas internacionales existentes a sus espaldas hablan más que una bronca pública. Y también el dinero.

Putin ha usado con Trump la seducción del capital y éste ha empleado con el ruso la oferta de rescatarle del ostracismo internacional y emprender juntos una fructífera relación económica y comercial. Será un tema clave en Budapest, igual que en Alaska.

El jefe del Kremlin, de hecho, dijo entonces que las empresas estadounidenses podrían contribuir a la evolución de la industria del aluminio en Siberia y a la extracción de tierras raras en la Ucrania ocupada. Ambos hablaron también de empujar el negocio de la energía. Y resulta significativo que tras acordar verse en Hungría, el director del Fondo Soberano Ruso, Kirill Dmitriev, apostase por construir un enlace ferroviario y de carga entre EE UU y Rusia por Alaska de 112 kilómetros de longitud.

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