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Un grupo de manifestantes corea consignas en Teherán contra los activistas antigubernamentales, contra EE UU e Israel. :: a. taherkenareh / efe
El hartazgo en un Irán a dos velocidades

El hartazgo en un Irán a dos velocidades

Las protestas de la última semana reflejan la división social entre una parte inmensamente rica y otra a la que le cuesta llegar a fin de mes

MIKEL AYESTARAN

JERUSALÉN.

Domingo, 7 de enero 2018, 00:02

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Los Paykan han desaparecido de las calles de Teherán. El vehículo nacional iraní, auténtico rey del asfalto persa entre 1969 y mediados de los noventa, ha dejado su lugar al Saipa en las interminables avenidas de la capital iraní, donde viven más de quince millones de personas. El barato utilitario, que se exporta a los países amigos de la región y hasta a Venezuela, comparte acera con los Porsche, Mercedes y Masserati que rugen en la parte norte de una ciudad que ejemplifica de manera perfecta dos Iranes bien diferentes, el que se ha hecho inmensamente rico desde el estallido de la revolución y al que le cuesta trabajo llegar a fin de mes y soñaba con que el final de las sanciones financieras tras la firma del acuerdo nuclear acabara con sus problemas.

El país vive desde el 28 de diciembre las mayores protestas registradas desde 2009, en las que al menos 21 personas han perdido la vida, entre ellas un niño, y hay más de 450 detenidos en las más de sesenta localidades en las que se han registrado incidentes. En las últimas horas parece que las movilizaciones han remitido en las calles, pero el pulso se mantiene abierto sobre todo en las redes sociales, donde desde el exterior se anima a convertir las protestas económicas en una lucha política contra el régimen.

Decepción atómica

Ultraconservadores, moderados y reformistas, las principales corrientes políticas del país, se acusan mutuamente de la grave situación financiera y en el último sermón de los viernes, Ahmad Jatami, clérigo del sector más duro, cambió el tradicional «muerte a Estados Unidos, muerte a Israel», que se escucha desde 1979, por «muerte a los altos precios», pero pidió a los iraníes «protestas legales y pacíficas».

«Tres años después de la firma del acuerdo nuclear, el levantamiento de las sanciones sigue sin notarse en los bolsillos de los iraníes y una parte del país echa en cara a los líderes todo el dinero que recibe la Guardia Revolucionaria o las instituciones religiosas, frente a la pobreza extendida por las zonas rurales», subraya el analista iraní Touraj Jafarieh, para quien «el malestar empezó tras la decisión de Rohani de hacer un ejercicio de transparencia y publicar el presupuesto. Es la primera vez en la historia que un presidente lo hace y causó un gran revuelo, sobre todo entre la clase más marginal y vulnerable, que es la que ahora sale a la calle. Es una revuelta de pura frustración y el régimen está preocupado porque se trata de lugares que siempre habían apoyado al sistema, es su gente».

Los números publicados reflejaban que la guerra contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI) y el respaldo a Bashar el-Asad han sido prioritarios para Teherán y una gran parte del dinero que genera la venta de petróleo y gas se destina a la Guardia Revolucionaria y a diferentes instituciones religiosas. Rohani ha logrado reducir la inflación de un 40% hasta situarla en un 10%, según los datos oficiales, pero el paro ha subido (entre los jóvenes alcanza el 29%), el rial sigue perdiendo valor y los precios suben. Diferentes fuentes consultadas en Irán en los últimos días bautizan al levantamiento, en tono de broma, como «las protestas del huevo», ya que su precio se ha incrementado en un 40% en las últimas semanas.

«La situación social es insostenible, la gente no aguanta más la pobreza y por eso estalla. No hay liderazgo porque estos iraníes pasan de la religión, de los reformistas, que lideraron lo ocurrido en 2009, y hasta de la República Islámica, es espontáneo», piensa un artista de Karaj, en el extrarradio de Teherán, que pide mantener el anonimato y que vive enganchado a Internet y a las redes sociales, que funcionan con importantes restricciones, para saber lo que ocurre.

En su opinión, «por un lado está la corrupción de los altos cargos y por otro el sobrecoste de las guerras en el exterior», y recuerda que «hace unos meses varias instituciones de crédito quebraron y miles de personas perdieron sus ahorros, en grandes empresas públicas hay impagos de hasta tres meses, las pensiones no alcanzan, los jubilados tienen que buscarse la vida para sobrevivir...», un panorama que ha incendiado las calles de Karaj, Nishapur, Kashmar, Najafabad, Ahvaz, Kermanshah, Hamedan, Zanjan, Rasht, Shahrud o la mismísima Qom, capital religiosa del país.

Para ver uno de los míticos Paykan en circulación hay que salir de Teherán y adentrarse en el Irán rural, que durante las últimas décadas ha sido el bastión del sistema y desde donde el voto conservador o ultraconservador contrarresta en cada elección los aires reformistas y moderados de la capital.

El Irán que sigue al volante de un Paykan, o se ha dejado sus ahorros en un Saipa, se revela ahora contra las promesas incumplidas, la inflación, el alto desempleo, la corrupción y la que consideran mala distribución de los recursos generados por el petróleo.

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