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Trump incorregible, zafio y... vivo

El último debate entre aspirantes a la Casa Blanca fue relativamente sosegado, evitando cometer un error fatal

enrique vázquez

Jueves, 20 de octubre 2016, 19:36

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El último de los debates entre los aspirantes a la presidencia de los Estados Unidos, el miércoles en Las Vegas, fue relativamente sosegado, como si Hillary Clinton o Donald Trump temieran cometer un error fatal pero, como esperaban sus fans, el aspirante republicano no pudo, o no quiso, pasar sin hacerse notar a lo grande: no aclaró si aceptará el resultado de la elección del 8 de noviembre porque no está seguro de que no esté adulterado a favor de los demócratas.

El escándalo provocado por sus palabras, que rezuman desdén hacia el acreditado y veterano sistema electoral norteamericano, fue el colofón de la línea grosera, rupturista y zafia elegida por el candidato.

Más allá de este compartido diagnóstico, es útil valorar hasta qué punto el tono insólito adoptado personalmente por Trump, claramente relacionable con su temperamento y lo conocido de su conducta personal privada, no está siendo avalado por sus asesores de imagen, escritores de discursos y expertos en campaña, reclutados a peso de oro entre los mejores del país y relevados parcialmente en su día, cuando se confirmó su deriva chusca, inmoderada y grosera.

Si así fuera, confirmaría el extendido pronóstico de que ya ha perdido la elección, una afirmación que sería casi indiscutible vistos los sondeos si no persistiera una incógnita de peso: la posibilidad de que la participación, tradicionalmente baja, sea escasa en un momento en que los votantes de Trump parecen resueltos, en cambio, a apoyarle sean cuales fueran sus excesos.

La posibilidad está amparada en el peligro de que la holgada ventaja de que goza Clinton hoy (cerca de un diez por ciento en una media de todos los sondeos) pudiera desmotivar al campo demócrata, indebidamente confiado. Eso explicarí, entre otras cosas, la juiciosa decisión de llamar en ayuda de su campaña a su exrival demócrata, el senador Bernie Sanders y a la propia Michelle Obama, muy activa en público en los últimos días.

Es cierto, por lo demás, que Hillary Clinton, que venció por muy poco a Sanders en las primarias, no es una gran candidata, aunque sí solvente, experimentada, prudente y digna de la función. Sobra decir que el campo demócrata no baja la guardia y tiene bien presente el recuerdo del referéndum británico de junio, demasiado reciente como para descartar sorpresas. Falta amarrar definitivamente una victoria que debe librar al país, y a sus aliados de medio mundo, de la ominosa posibilidad de que individuo de la catadura moral de Trump, un candidato aún vivo, pueda ser presidente.

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