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Varias personas tratan de salir de la ciudad portuaria de Odesa. AFP
La delgada línea amarilla que defiende la puerta de Odesa

La delgada línea amarilla que defiende la puerta de Odesa

El destino de la ciudad portuaria del Mar Negro se empieza a decidir 138 kilómetros al este, en los duros combates por Mikolaiv

miguel gutiérrez garitano

Mikolaiv

Jueves, 10 de marzo 2022, 00:10

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La batalla por Odesa se está librando antes en Mikolaiv, una ciudad de medio millón de habitantes situada 138 kilómetros al este, en la confluencia de los ríos Bug Meridional e Inhul. De su suerte depende en buena medida el curso de la guerra en esta región del país: todo el mundo está esperando el gran desembarco ruso en Odesa, el principal puerto de Ucrania y un punto clave desde el punto de vista estratégico y también desde el simbólico, pero los analistas militares coinciden en señalar que una operación de esas características jamás podría prosperar sin apoyo terrestre. Y, para eso, a los rusos les hace falta Mikolaiv, que en los últimos días se ha convertido en objetivo de ataques constantes.

Mikolaiv es un nudo de comunicaciones, con un puerto marítimo y otro fluvial, y además es sede de varios astilleros, entre los que figura el más importante de Ucrania. La ciudad muestra las señales evidentes del asedio en el que están empeñados los rusos desde la semana pasada, que también está dejando víctimas civiles: en la avenida Jersón, por ejemplo, dos manzanas han acabado completamente devastadas y han muerto tres personas. Las tres residían en el número 23, donde ayer solo quedaban escombros y dos perros asustados. En toda la calle reinaba un silencio sepulcral, con un paisaje desolador de techos hundidos, boquetes de metralla en las paredes y vehículos inservibles. Los vecinos se habían marchado, salvo un grupo de hombres que se esforzaba en hacer habitable una de las viviendas alcanzadas por los proyectiles: «Fue terrible. Pasaron unos aviones, soltaron bombas y una de ellas alcanzó la casa donde han muerto esas tres personas. No se ha librado ni el sótano», resumía uno de los hombres, Vladi.

«¡Somos gente pacífica!»

Las tropas rusas vienen de Jersón, la única capital que han conseguido tomar hasta el momento, y han reparado una línea de ferrocarril que les permite trasladar a más soldados e incrementar la presión con más ataques. El martes, quisieron hacerse con el aeropuerto y se produjo un combate de carros blindados que parecía decantarse a su favor, pero las tornas cambiaron al anochecer y los ucranianos conservaron en su poder las instalaciones.

Ayer, los ataques se produjeron sin descanso desde tres carreteras, dos de ellas (la H11 y la M14) en el lado oriental y la tercera (la T1507) en el occidental, donde han desembarcado algunas tropas rusas en un intento de 'embolsar' la ciudad. Se oían constantemente sirenas antiaéreas y explosiones, aunque no se supiese bien a qué bando correspondían. «¡Qué desgracia! ¡Somos gente pacífica!», lloraba una mujer mayor, en bata delante de los restos de su casa destruida. Mikolaiv es estos días un campo de batalla donde se palpa el combate, pero también han surgido líderes improbables como el gobernador Vitaliy Kim, algo así como el Zelenski local. Todos adoran a Kim, un político mordaz y tremendamente carismático.

En la Guerra de Crimea de mediados del siglo XIX, se acuñó el concepto de la Delgada Línea Roja cuando unos 'casacas rojas' soportaron el ataque de un ejército muy superior en número, que tenía todas las probabilidades de acabar con ellos. Hoy, en esta guerra del siglo XXI, los militares rusos y ucranianos van vestidos igual, pero estos últimos se distinguen pegándose bandas amarillas. A estos pocos soldados ucranianos que están defendiendo con moral inquebrantable la puerta de Odesa bien se les podría llamar la delgada línea amarilla.

Nervios a flor de piel en los puestos de control del aeropuerto

Llegar al aeropuerto de Mikolaiv resulta complicado. Siguen los combates y hay que superar sucesivos 'checkpoints' ucranianos: a medida que se va avanzando por esa cadena de puestos de control, la tensión se desborda. En la última barrera, el hombre de guardia apunta al interior del vehículo con un kalashnikov: «Dabai, dabai», grita (rápido, rápido). En otro control, el paso de un avión enemigo pone a prueba el temple de los soldados, que se retiran hacia las cunetas. Llama la atención el poco uso que hacen los rusos de la aviación, que desmiente la idea de su superioridad aérea: uno esperaría un tránsito continuo de cazas para aplastar toda resistencia, pero no está sucediendo.

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