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E. C.
Miércoles, 19 de septiembre 2018, 00:01
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Hans Georg Maassen ha logrado que su «nula empatía» con los emigrantes, como aseguran algunas personas cercanas a su carrera, no le impidiera progresar en la burocracia alemana. Su capacidad de trabajo y su fidelidad a los superiores sirvieron siempre para que las sospechas sobre su xenofobia quedaran arrinconadas. Así fue hasta que hace unas semanas realizó unas declaraciones en las que ponía en cuestión la veracidad de un vídeo amateur en el que se recogía una agresión a un hombre de aspecto extranjero.
Fue la gota que colmó la paciencia de los socialdemócratas, socios imprescindibles para que Angela Merkel siga al frente del Gobierno. Su castigo, una patada hacia arriba que le coloca ahora en una secretaría de Estado, parece leve para un hombre al que siempre se le ha achacado ser «ciego del ojo derecho» con respecto a las actuaciones de grupos neonazis y, en cambio, extremadamente puntilloso con los foráneos.
Esas voces han recordado ahora el caso de Murat Kurnaz, un turco con permiso de residencia en Alemania preso en la prisión de Guantánamo. Aunque se descartó cualquier sospecha sobre su vinculación con el terrorismo, un informe de Maassen cerró las puertas a su regreso a territorio germano y le obligó a permanecer tres años más vestido con el buzo naranja que caracteriza a los reclusos del centro de detención ubicado en Cuba. El ayer destituido adujo que su permiso había caducado por no haberse presentado en más de seis meses en un consulado. La Justicia rechazó la teoría de Maassen, al que también se vincula a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), a cuya cúpula al parecer asesoró para eludir controles oficiales.
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