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Asesinada en Etiopía una cooperante española de Médicos Sin Fronteras

La ONG condena el ataque, ocurrido en la región de Tigray, en el que perdieron la vida otros dos voluntarios

GERARDO ELORRIAGA

Sábado, 26 de junio 2021, 00:03

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El cadáver de la cooperante española María Hernández fue hallado ayer a escasos metros del vehículo en el que viajaba por la región etíope de Tigray. Esta madrileña de 35 años trabajaba como coordinadora de emergencias de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) y se desconocía su paradero desde el jueves, cuando se desplazaba con el asistente de coordinación Yohannes Halefom Reda y el conductor Tedros Gebremariam Gebremichael, también abatidos por desconocidos. El crimen tuvo lugar en una zona en conflicto desde hace ocho meses, cuando las fuerzas gubernamentales desplazaron a las autoridades regionales.

La joven se había unido a la organización en 2015 y tenía experiencia previa en República Centroafricana, Nigeria y México. Según Ángel Olaran, misionero vasco que residía en este territorio, la fallecida llegó en noviembre, solo cuatro días después de que él abandonara la región ante la creciente atmósfera de inseguridad. Desde entonces, se han sucedido los enfrentamientos entre las tropas federales y el Frente de Liberación Popular de Tigray, con acusaciones de violaciones de derechos humanos por ambos bandos. «Unos y otros se achacan la responsabilidad de los hechos», explica.

El crimen tiene lugar en un periodo crucial para la potencia del Cuerno de África. El país celebró elecciones parlamentarias el pasado día 21, aunque no tuvieron lugar en las 38 circunscripciones electorales de la región. La muerte de la española también coincide con un reporte de Amnistía Internacional (AI) en el que se asegura que, poco después del inicio de la guerra, se produjo una masacre en Aksum, la capital religiosa de la Iglesia Ortodoxa Etíope. El informe aporta imágenes de enterramientos masivos y, según la información, tropas eritreas practicaron allanamientos y masivas ejecuciones de hombres y niños en respuesta a un conato de sublevación local. El gobierno de Asmara, antiguo enemigo de Addis Abeba, colabora con los federales en la lucha contra las facciones rebeldes.

La noticia se produce cuando solo han transcurrido 24 horas desde el bombardeo aéreo sobre un mercado en la localidad de Togoga, cercana a Mekele, la capital tigriña, y que ha ocasionado medio centenar de muertos. Las protestas de Naciones Unidas, Bruselas y Washington, parecen avalar la autenticidad de la denuncia. El ataque se enmarca, según la oposición local, en el intento del gobierno central de desalojar a los insurrectos de varias ciudades retomadas por la milicia.

La mayor contradicción

La guerra de Tigray se ha convertido en la mayor contradicción del Gobierno de Abiy Ahmed Ali, flamante Premio Nobel de la Paz en 2019. El primer ministro nigeriano estaba considerado el timonel del cambio en este país africano, un régimen autoritario apoyado por diversas facciones políticas con carácter étnico.

Su ascenso al poder hace dos años impulsó un proceso de liberalización que debía consumarse con los recientes comicios. Las razones para la guerra no han sido esclarecidas, aunque se sospecha que las fuerzas locales se negaron a participar en el proyecto político de Ahmed, plasmado después en la creación del Partido de la Prosperidad. De hecho, se convirtieron en el principal escollo para su estrategia personal. En todo caso, la represión ha concitado el apoyo de otros grupos étnicos, como los amhara, resentidos por la preeminencia política y militar de los tigriña.

La catástrofe humanitaria se ha producido en una de las áreas más pobres de Etiopía, eminentemente rural y donde prima el minifundio más precario. Las últimas evaluaciones hablan de que el 30% de sus cinco millones de habitantes han sido desplazados y unos 60.000 han buscado refugio en la vecina Sudán.

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