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José Gregorio, en Caracas.
Venezuela olvida su conciencia social

Venezuela olvida su conciencia social

José Gregorio se quedó en silla de ruedas hace 13 años por el disparo de un policía en un país que en 2014 sumó más de 24.900 homicidios

Jorge Benezra

Viernes, 4 de diciembre 2015, 10:28

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La inseguridad y la violencia en Venezuela no son una simple sensación generada por los medios, son algo que se percibe en cada rincón de su capital. En el centro forense de Bello Monte recibieron 432 cadáveres al cierre del mes de noviembre, en su mayoría, por casos de crímenes violentos, según las cifras manejadas por la prensa local. Todo el mundo habla de los fallecidos, pero poco se habla de los otros, esos supervivientes lesionados que siguen luchando para vivir.

La Parroquia La Vega es una de las que forman parte de Caracas. José Gregorio Rivas lleva toda su vida viviendo allí, en el barrio Las Dos Rosas. Hace 13 años iba rumbo a su casa después de dejar a su novia, cuando de forma inesperada fue interceptado en un callejón por la sombra de un hombre que sacó una escopeta de su costado y sin mediar palabra le propinó un tiro en la espalda. Aquel hombre que le sentenció su vida hace más de una década era un agente de la extinta Policía Metropolitana que, cegado por los celos, abusó de su poder para una venganza personal. El trozo de plomo le produjo una lesión medular.

El pasado 2014 hubo, según el Observatorio Venezolano de la Violencia, 24.980 asesinatos en todo el territorio nacional y la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes llegó a 82. Entre 1998 y 2014 se cometieron en Venezuela 231.562 homicidios, que son la tercera causa de muerte en Venezuela, la primera entre los jóvenes y la causa de mayor número de años de vida potenciales perdidos.

«Después de catorce horas de operación y un mes de terapia intensiva supe que no caminaría más. Era apenas un adolescente que solo tenía el apoyo de una madre y una abuela que lo han sido todo para mí», recordó. Los primeros dos años tras sobrevivir a su intento de asesinato fueron los más difíciles para Rivas. «Pensé que no lograría superar esta etapa, estaba deprimido, sin ánimo de nada, pensé que me iba a morir». Tuvo la tentación de caer en la criminalidad, porque le ofrecieron aprovecharse de su condición para vender droga en las calles, pero el miedo pudo más que la necesidad. «Estar preso y minusválido en este país debe ser el infierno». Cuando entendió que tendría que pasar así el resto de su vida, Rivas decidió incorporarse a un programa médico, al que aún acude en el Centro de Rehabilitación del Hospital Pérez Carreño de Caracas. Conoció a otras personas con discapacidad, muchas eran víctimas colaterales de la violencia al igual que él. Y salió a la calle a buscarse la vida. «Debo darle gracias a Dios por darme la oportunidad de estar vivo y poder seguir soñando».

Rivas lleva diez años atravesando la ciudad desde la parroquia La Vega hasta el final de la avenida Libertador en Chacao frente al centro Comercial Sambil, donde los moteros le dan una propina por cuidar las motos. También alquila por minutos su teléfono a cualquier transeúnte que pasa por la zona. Necesita una silla deportiva para poder trasladarse con facilidad, pero son muy costosas. Ha buscado ayuda en programas sociales del Gobierno como: Fundaprocura, Misión Barrio Adentro Discapacitados y Misión José Gregorio Hernández, pero las listas de espera son muy largas.

«Me gustaría tener un trabajo formal. He mandado solicitudes pero no he tenido suerte, a pesar de que las leyes protegen a las personas discapacitadas y obligan tanto a las empresas públicas como a las privadas a abrirnos las oportunidades también. Necesito mejores ingresos para poder costear todos mis gastos».

Empleados con discapacidad

En Venezuela existe una ley para personas con discapacidad que señala que «los órganos y entes de la administración pública y privada, así como las empresas públicas privadas o mixtas, deberán incorporar a sus planteles de trabajo no menos de un 5% de personas con discapacidad permanente de su nómina total. No podrá oponerse argumentación alguna que discrimine, condicione o pretenda impedir el empleo de personas con discapacidad». También hace unos años se creó bajo el gobierno de Chávez la Gran Misión Hijos de Venezuela dirigida a madres adolescentes y personas con discapacidad, que aparentemente tienen una subvención mensual.

Venezuela es un país donde la población con discapacidad es invisible y sus derechos son violados a diario. Es lo que se aprecia en todas partes. Muchas son las leyes y programas que se han impulsado cuando se busca información, pero en la realidad poco o nada funciona. Las calles de Caracas son un campo hostil para cualquier ciudadano con alguna dificultad física. El ejemplo más claro es el metro de Caracas, que casi no dispone de ascensores en las estaciones. «Me toca subir por las escaleras mecánicas del metro, las sorteo con facilidad porque son muchos años de práctica. Es el medio que las personas como nosotros tenemos para trasladarnos con rapidez por la ciudad. Cuando existe alguna paralización del sistema, prefiero no salir de mi casa. Los autobuses carecen de mecanismos».

José Gregorio es un joven lleno de ganas de vivir y con una voluntad increíble. Él, como muchos, está seguro de que las cosas no cambian de la noche a la mañana, pero pueden ser diferentes. Con su mirada esperanzadora nos dice que su mensaje es para el mundo: «Puedes ser feliz sin necesidad de tener muchas cosas, la vida es lo más importante».

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