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Jueves, 11 de octubre 2018, 01:17
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Detrás de cada balance de daños y de cada litro por metro cuadrado que ha dejado esta sucesión de trombas de agua hay historias de personas que han visto cómo el agua arrasaba a su paso. En este caso, las zonas rurales del Valle del Guadalhorce y parte de la Sierra de las Nieves se han llevado la peor parte por los numerosos desbordamientos de arroyos y ríos. En Monda, uno de los cauces que atraviesa la localidad creció sin control durante la noche anegando viviendas, parques y caminos, desde la Alpujata hasta la Vega. Ayer los vecinos trataban de asomarse a sus casas (la mayoría de segunda residencia), con estupor: «Aquí tenía una casa, ahora sólo quedan escombros».
Un vecino de la Vega de Monda llegó en un cuatro por cuatro hasta el último punto transitable. Allí, a doscientos metros de lo que era su casa, el vehículo no podía avanzar más porque la carretera había desaparecido junto al río. «Todavía no hemos podido ver bien lo que ha pasado, pero me han dicho que no queda a penas nada».
A unos dos kilómetros, en la Alpujata, donde el arroyo arrastró varios vehículos, una mujer y su familia se debatían sobre intentar llegar, justo antes de cruzar la carretera, que se había convertido en una cascada. «Me han dicho que la casa está destrozada, tengo que subir sí o sí», se lamentó, al borde del llanto. El camino hasta la vivienda había quedado impracticable:las tuberías de la red general habían emergido de la tierra, cañas y residuos se agolpaban y el agua no dejaba de bajar.
En Cártama, donde se registraron graves daños y todo el municipio contuvo la respiración mientras el Guadalhorce amenazaba con desbordarse, Protección Civil, Guardia Civil y Policía Local trabajaban a destajo. El alcalde de la localidad, Jorge Gallardo, coordinaba los esfuerzos. «Los agricultores se han llevado la peor parte, el agua se ha metido en todos los cultivos». Desde la Estación hasta los terrenos del hospital, propietarios de viviendas y fincas, muchas de ellas irregulares construidas demasiado cerca del río, se llevaban las manos a la cabeza. «Aquí el agua nos llegaba por la cintura», dijo Alberto, otro de los afectados. Todavía con el miedo en el cuerpo.
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