Bobastro, la ciudad rebelde que desafió al emirato de Córdoba desde las montañas del interior malagueño
El enclave fue el centro de la revuelta de Umar Ibn Hafsún en el siglo IX, un proyecto político que llegó a poner en jaque al poder omeya
En las Mesas de Villaverde, donde hoy solo quedan muros desgastados y una iglesia excavada en la roca se levantó hace once siglos, más concretamente ... entre los años 880 y 928, una ciudad capaz de poner en aprietos al poder más fuerte del sur peninsular. Allí, escondido entre la piedra, aparece Bobastro: un conjunto de ruinas que guarda la memoria de una ciudad rebelde. No fue una aldea perdida ni un refugio improvisado. Fue la capital de un proyecto político que, durante casi medio siglo, desafió a los emires de Córdoba. Una ciudad excéntrica, llena de contradicciones, construida para enviar un mensaje al mundo y que ahora mismo es uno de los rincones más apreciados del municipio malagueño de Ardales.
La historia suele describir Bobastro como un asentamiento militar o una ciudad mozárabe, pero lo que ocurrió aquí fue más complejo. La revuelta nació en una sociedad completamente islamizada, pero se alzó contra ese mismo sistema político y religioso. No fue una protesta aislada, sino un desafío directo al Estado. Ibn Hafsún, lejos de actuar como un caudillo local, aspiraba a ocupar un lugar que jamás habría reconocido abiertamente: quería ser un emir, alguien con la autoridad suficiente para disputar el poder de Córdoba.
Ese papel lo asumió esta espacio. El enclave, protegido por su orografía y difícil de asediar, permitió al líder rebelde organizar su poder, atraer apoyos y construir un relato que sedujo a numerosos grupos descontentos. Durante años extendió su influencia a poblaciones satélite, castillos y alcaides que fueron cayendo bajo su órbita. Unas veces se unían por afinidad, otras por pura presión. Las crónicas conservan frases duras que muestran la lógica de la época: «o te vas o te mato», llegó a advertir a algunos jefes locales. Su expansión fue tan contundente que durante más de una década los omeyas se vieron incapaces de frenar su avance.
Es en este punto donde la mirada del arqueólogo Pedro Cantalejo, director de la Red de Patrimonio de Guadalteba desde 1985, ayuda a entender por qué Bobastro es tan difícil de encasillar. Cantalejo insiste en que no se trata de un yacimiento medieval convencional. «Es un fenómeno híbrido. No conocemos bien sus antecedentes ni su proyección posterior. No encaja en el modelo habitual porque es, en sí mismo, una contradicción», explica. Para él, la clave está en que Ibn Hafsún trató de construir un poder paralelo reproduciendo algunos elementos del Estado al que combatía, pero añadiendo otros completamente opuestos para reforzar su legitimidad.
Cantalejo relata que Bobastro «no encaja en el modelo habitual porque es, en sí mismo, una contradicción»
Esa mezcla se refleja claramente en la arquitectura. Cantalejo recuerda que Ibn Hafsún levantó una alcazaba siguiendo modelos militates musulmanes, pero a la vez fundó iglesias que recordaban a la tradición hispanorromana. La principal, excavada en la roca, es considerada la iglesia mozárabe más temprana de la zona. «Es prácticamente una basílica antigua, con la única novedad de los arcos de herradura. Su diseño se inspira en el mundo romano y visigodo», señala el arqueólogo. La coexistencia de una fortaleza emiral con templos cristianos dentro de una misma capital rebelde revela hasta qué punto la ciudad fue concebida para mandar mensajes políticos. Bobastro era, en palabras de Cantalejo, «un escaparate».
La ciudad tuvo también viviendas excavadas, espacios domésticos que muestran que este no fue un refugio improvisado, sino un asentamiento estable. Junto a la iglesia principal existió otra más pequeña, de la que se conserva parte del ábside y el iconostasio. Todo ello formaba un núcleo urbano que combinaba vida cotidiana, poder militar y un discurso simbólico cuidadosamente elaborado.
La resistencia de Ibn Hafsún se prolongó durante casi medio siglo. Cantalejo compara esa duración con conflictos actuales para subrayar su dificultad: «Si hoy no se consigue cerrar una guerra en tres años, imaginemos en la Edad Media. Acabar rápido con un problema era rarísimo». Durante décadas, el emirato no logró neutralizarlo. Solo con la llegada de Abderramán III, decidido a terminar con lo que consideraba un foco de inestabilidad, el cerco se estrechó. El futuro califa instaló bases de asedio en puntos estratégicos (en Álora y en Ardales) y presionó hasta forzar la rendición del heredero de Ibn Hafsún.
La caída de Bobastro
La caída de Bobastro en 928 coincidió con una transformación decisiva del poder. Abderramán III se proclamó califa y consolidó un sistema político más centralizado y estable. Para Cantalejo, ese gesto fue más relevante que la propia derrota de la ciudad. La destrucción de Bobastro, y la dispersión de sus habitantes, quiso ser también el cierre simbólico de una etapa.
Hoy, quien recorre el yacimiento encuentra las huellas de lo que debió de ser una ciudad impresionante. Cantalejo insiste en que el enclave demuestra que, incluso en territorios aparentemente hostiles, hubo poblaciones complejas capaces de construir estructuras políticas propias. Considera que Bobastro es un complemento perfecto para quienes visitan el entorno del Caminito del Rey, aunque admite que exige tiempo, calma y un cierto gusto por la historia. «No es que no le vaya a gustar a la gente —dice—, es que a veces cuesta decidirse. Para entender bien Bobastro hay que dedicarle un rato, dejarse guiar».
Once siglos después, la antigua capital rebelde sigue planteando preguntas. Su historia es la de una ciudad que quiso ser algo más de lo que llegó a ser, un proyecto levantado entre contradicciones y ambiciones que aún se lee en sus muros. Un lugar que, como resume Cantalejo, «no encaja del todo en ninguna categoría», y quizá por eso sigue fascinando.
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