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La abuela de los desnudos

La abuela de los desnudos

Imogen Cunningham, la legendaria fotógrafa estadounidense, descubrió para la moda la belleza del cuerpo sin ensalzar a la mujer como objeto de atracción sexual

Luis Gómez

Lunes, 22 de enero 2018, 00:37

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Al primer golpe de vista Imogen Cunningham recuerda a esas abuelitas que disfrutan contando historias a sus nietos junto a la chimenea de la casa de campo.Sin embargo, cuando perdía de vista a sus pequeños, la fotógrafa estadounidense por excelencia del siglo XX –falleció en 1976 a los 93 años– se adentraba, cámara en mano, en los bosques, aunque también se acercaba a los bordes de los ríos, playas y acantilados, para ensalzar la naturaleza y captar lo que más amaba en la vida: todo tipo de plantas y flores y mujeres desnudas. Fue famosa también por los retratos que realizó a las mayores celebridades de la época, como Cary Grant, Spencer Tracy, la pintora Frida Kahlo o Herbert Hoover, trigésimo primer presidente de Estados Unidos.

En ocasiones, su objetivo se detenía en las siluetas masculinas, pero eran las menos. Cuatro décadas después de su desaparición, la figura de Cunningham sigue agigantándose. Fue la precursora de los desnudos en el sofisticado mundo de la moda y la publicidad. Bajo el título ‘Nude’, una pequeñísima selección –18 imágenes– de la obra que comenzó a realizar en 1906 se expondrá hasta febrero en el centro cultural La Fábrica de Madrid. Robert Mapplethorpe, Helmut Newton, Howard Schatz, Jeanloup Sieff, Albert Watson, Greta Buysse... Artistas vivos y muertos, son numerosos los genios que han bebido de sus fuentes y engrandecido la figura de esta diminuta mujer. Enfocó la belleza con una perspectiva única:alejada de los lugares comunes y desprovista de cualquier connotación masculina. En vez de ensalzar a la mujer como objeto de atracción sexual, utilizó sus formas y curvas para poner en valor todos los cuerpos –los de hombres y mujeres– y remarcar la belleza sin ningún tipo de artificio. Fue una adelantada a su tiempo y dotó además al movimiento transgénero de una inusual naturalidad que la sociedad rechazaba por aquel entonces.

1939. ‘Helena Mayer en el Cañón de Chelly’. 1918. ‘Roi on the Dipsea Trail’ es un homenaje a su marido.1968. ‘Phoenix Rucumbent’.
Imagen principal - 1939. ‘Helena Mayer en el Cañón de Chelly’. 1918. ‘Roi on the Dipsea Trail’ es un homenaje a su marido.1968. ‘Phoenix Rucumbent’.
Imagen secundaria 1 - 1939. ‘Helena Mayer en el Cañón de Chelly’. 1918. ‘Roi on the Dipsea Trail’ es un homenaje a su marido.1968. ‘Phoenix Rucumbent’.
Imagen secundaria 2 - 1939. ‘Helena Mayer en el Cañón de Chelly’. 1918. ‘Roi on the Dipsea Trail’ es un homenaje a su marido.1968. ‘Phoenix Rucumbent’.

Proyectaba con cada clic la fascinación que sentía por aquello que, entendía, hacía única a cada persona. Puso de manifiesto algo aparentemente muy sencillo:el cuerpo de la mujer, por espectacular que fuese, «es un envoltorio más del ser humano» y deja de ser motivo de morbo y algo negativo para transformarse a la luz de todo el mundo en un espejo de todas nuestras inseguridades. Desvinculó, por supuesto, sus desnudos de cualquier referencia pornográfica. Del mismo modo que ahuyentó lo obsceno y la cosificación de la mujer, desterró la vulgaridad. Sus desnudos, interpreta su nieta Meg Partridge, mostraban el «carácter atributivo» que significaba el despojo de la ropa y de «todo aquello que nos pesa, condiciona y prejuzga». Obsesionada por la búsqueda de la belleza, sus fotografías evidencian algo incuestionable: sus mujeres no se parecen en nada a las que suben hoy en día, totalmente encorsetadas, a las pasarelas.La suyas eran libres y naturales y para nada les gustaba ejercer de mujeres-objeto. «El desnudo tiene mucho que ver con el contexto y la intención. Ella supo revelar a sus compañeros y al mundo que el cuerpo de la mujer no tenía por qué ceñirse a sugerir sexualidad, representar divinidad o simbolizar procreación», detallan los organizadores de la exposición.

Suaves desenfoques

Las fotografías de Imogen, de estilo pictorialista, parecían desenfocadas y sus modelos rara vez miraban a la cámara. Sus torsos y espaldas son el mejor de los semblantes. Aparecían tumbadas, retorcidas, en posiciones casi acrobáticas, expandiendo sus cabellos por los suelos... Le gustaba colocar a sus retratados en posturas difíciles creando sombras y trazando curiosas formas geométricas. «Como documento o registro de la personalidad, siento que la fotografía no es superada por ningún medio gráfico», solía recordar esta artista, que de joven se postuló como una prometedora estudiante universitaria de Químicas. Buscaba que las poses de sus protagonistas reflejaran la serenidad de quien se siente libre de cualquier complejo. La complicidad, también, de quien al saberse fotografiado no necesita ni pautas ni indicaciones.

Realizó los primeros desnudos masculinos de la fotografía y pagó caro su atrevimiento

Pese a marcar las reglas, todo el mundo anhelaba posar para ella. Mantenía con sus modelos una fuerte relación. Todos eran amigos o familiares. Sólo pagó a una maniquí al principio de su carrera. «Muchas veces fueron los estudiantes de su clase, sus viejos amigos o las novias de los asistentes fotográficos quienes se convirtieron en sujetos de sus trabajos», afirma su nieta. Realizó los primeros desnudos masculinos de la fotografía y, para desgracia suya, pagó muy caro tanto atrevimiento. Le cayeron muchos palos, aunque no le afectaron. «Un crítico de otro periódico escribió una crítica muy dura calificando mi obra de muy vulgar. No tuvo el mínimo impacto en mi quehacer», confesó. Y no mentía.

Compleja. Imogen retrata a su modelos en posturas difíciles. Sus modelos rara vez miraban a cámara. 1929. ‘John Bovingdon’.
Imagen principal - Compleja. Imogen retrata a su modelos en posturas difíciles. Sus modelos rara vez miraban a cámara. 1929. ‘John Bovingdon’.
Imagen secundaria 1 - Compleja. Imogen retrata a su modelos en posturas difíciles. Sus modelos rara vez miraban a cámara. 1929. ‘John Bovingdon’.
Imagen secundaria 2 - Compleja. Imogen retrata a su modelos en posturas difíciles. Sus modelos rara vez miraban a cámara. 1929. ‘John Bovingdon’.

Ella misma probó de su medicina y su primer desnudo fue un autorretrato en el bosque, en el campus de la Universidad de Washington. Luego puso en pelotas a su marido, el artista Roi Partridge, pese a las bajísimas temperaturas, reinantes en un frío día de 1918 en el Parque Nacional Mount Rainer. A partir de ahí, marcó una carrera con la que patentó también lo que hoy se conoce como ‘robados’.Era amiga de captar a todas las personas que se encontraba por las calles de Nueva York. Un año antes de su muerte, en 1975, dejó inconcluso el que fue su último proyecto: retratos de ancianos. Lo que era ella. La misma artista que de joven plasmó la belleza de los cuerpos lozanos adentrándose en los bosques se metió en los geriátricos. Jamás dejó de trabajar. Siempre que le preguntaban cuál era su fotografía favorita respondía de forma contundente:«Una que voy a hacer mañana».

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