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En el corazón de Ronda

En el corazón de Ronda

Paloma Martos y su hija Macarena abren las puertas de El Vicario, una hacienda familiar situada a los pies de la Ciudad del Tajo que conserva intacta su estructura original de molino tricentenario y cuyo interior está decorado con la exquisitez que proporciona lo genuino

Lorena Codes

Miércoles, 8 de abril 2015, 00:34

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Cuando se colocó la primera piedra de la hacienda El Vicario de Ronda, en 1752, aún no se había construido el Puente Nuevo, ni tan siquiera la plaza de toros, a la postre símbolos de la ciudad y germen de su historia romántica de bandoleros y toreros. Su fundación como molino de aceite estuvo ligada al campo, a la forma de vida agrícola de la Ronda serrana. Y así siguió siendo durante mucho tiempo. La estructura primigenia ha permanecido impasible al correr del tiempo y a las reformas varias que ha sufrido con la finalidad de adaptarse a las comodidades de la vida de cada siglo. Sin embargo, hay que afinar mucho el ojo para encontrar elementos que recuerden al visitante que se encuentra en pleno siglo XXI. Tanto es así, que son la pantalla de plasma y el frigorífico, y no al revés, los que resultan anacrónicos en un ambiente decimonónico.

Paloma Martos y su hija Macarena realizan el paseíllo que va desde el portón de entrada, adornado con el escudo familiar en piedra, hasta el encantador patio central de la casa. En el centro del mismo, una tinaja encalada que nace del empedrado y está rodeada de naranjos le sirve a Paloma de excusa para echar la vista atrás y recordar una vieja leyenda sobre la propiedad de la hacienda. Sus bisabuelos paternos, los Martos, habían sido los dueños de la finca hasta que se la vendieron a otra conocida familia de Ronda.

Tiempo después de sellar la compraventa, la señora sintió añoranza de la finca y le pidió a los dueños que le permitieran ir a visitarla. La llevó en coche su hijo, Paco Martos, hoy el padre de Paloma. Al entrar a este patio, en la tinaja del centro había una jovencita con el pelo trenzado, casi una niña. La señora, que iba del brazo de su hijo Paco, le dijo a la chiquilla, medio en broma medio en serio: «Tú te casarás con este joven y todo esto será de vuestro hijo». Tiempo después se cumplió el pronóstico de la mujer y el matrimonio entre ambos hizo que la finca volviera a ser propiedad de los Martos y finalmente de Paloma.

«No sé si la historia es exactamente así o no, pero a mí me parece curiosa y me gusta creerla», cuenta Paloma con una media sonrisa. Cierta o no, lo que es bien seguro es que los muros de piedra de El Vicario podrían relatar mil historias de conquista, porque sus patios han servido de verbena para varias generaciones de jóvenes que se enamoraron aquí. Así lo recuerda Paloma, quien desde muy niña llegaba desde Marbella para pasar el verano con sus abuelos. «Recuerdo que mi abuela iba a El Corte Inglés y pedía todos los juguetes nuevos que habían salido, luego los guardaba en el armario de la sala y los iba dosificando durante las semanas según nos portásemos», relata Paloma. No es difícil imaginarse la algarabía de los niños corriendo entre los naranjos del patio o jugando al escondite en alguno de los mil rincones de la casa.La capilla es uno de ellos, quizá de los más encantadores. La preside una imagen de la Inmaculada Concepción, que se encuentra escoltada por un tapiz con el escudo de la familia y varias imágenes religiosas más. Al lado se halla la entrada a la parte residencial de la casa, cuya última reforma data de 1987. Una restauración que, a juzgar por el resultado, se llevó a cabo con sumo cuidado y gusto, pues se han conservado numerosos elementos originales.

El marco perfecto

Los suelos de barro, las bigas de madera del techo, los portajes y herrajes conforman el marco perfecto para un interior decorado a base de antigüedades, pinturas y ornamentos centenarios. Afirma Paloma que este estado de conservación se debe a la labor de su madre, quien cuidó de cada rincón de la casa para mantenerlo intacto. En la planta baja están la sala de estar con chimenea, la biblioteca, el comedor y otro salón, además de una zona de dormitorios. Arriba se ubica la cocina, el salón y otra zona de dormitorios hasta sumar ocho. Las alacenas y puertas pintadas de verde, conjugadas con numerosas piezas de finales del XIX,dan como resultado un ambiente refinado y exquisito, y sobre todo muy auténtico. Espejos rococó, cerámicas de Manises, óleos con retratos de sus antepasados y elementos taurinos componen una atmósfera anclada a otro tiempo.

Su hija Macarena no tiene memoria de esa época de esplendor con eventos veraniegos interminables, pero ya ha vivido alguna que otra cita festiva y asegura que le encantan. Sobre todo cuando tienen lugar en uno de los patios, en el que un magnolio centenario cubre de verde la zona de la piscina, rodeada de plantas aromáticas, jazmines y damas de noche. Su madre celebró aquí su puesta de largo, la fiesta posterior a la corrida en la que se vistió de Goyesca (testigo de ello es una foto junto a Antonio Ordóñez, amigo de la familia) o su propia boda. Algunos de los momentos más felices de su vida están ligados a esta tierra que le encanta.

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