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Barack Obama ayuda a su abuela, Sarah Hussein Obama, en su casa de Nyagoma-Kogelo
Obama, mochilero en España

Obama, mochilero en España

Iba en busca de sus raíces en Kenia, pero antes aterrizó en el aeropuerto de Barajas. Corría 1987 cuando aquel joven de 26 años se enamoró de la Plaza Mayor de Madrid por «sus sombras a lo De Chirico» y cruzó la Península en autobuses nocturnos hasta llegar a Las Ramblas

JULIA FERNÁNDEZ

Lunes, 13 de junio 2016, 00:44

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La primera vez que vine a Kenia, hace 30 años, me perdieron la maleta en el aeropuerto». Barack Obama no decepcionó a quienes fueron a recibirle el julio pasado a la terminal internacional de Nairobi. Era su visita oficial con mayor carga emocional: pisaba como presidente de Estados Unidos el país natal de su padre. Por eso, creyó oportuno recordar que ya conocía el terreno, que con 26 años había protagonizado otro viaje mucho más discreto y trascendental. Fue en 1987.

Aquel Obama que pisó por primera vez el aeródromo Jomo Kenyatta era muy diferente al que hoy surca el cielo a bordo del Air Force One. Sin traje, con menos canas, más perdido. Y aquella maleta que la compañía aérea había enviado por error a Johannesburgo (Sudáfrica) no era el moderno trolley que ahora le acompaña, sino una destartalada mochila con la que días antes había recorrido España. El 9 de julio regresa a Madrid, al igual que a Nairobi, como presidente del país más poderoso del mundo, cinco meses antes de que entregue las llaves de la Casa Blanca a su sucesor.

Aterrizó en aquel Barajas de finales de los ochenta al borde del colapso y con la torre de control recién remozada. Era un ciudadano negro de a pie que vivía en Chicago, a donde se había mudado en 1985, después de sacarse dos carreras en la Universidad de Columbia: Políticas y Artes Liberales. El joven Barack Hussein Obama II, según reza en su pasaporte, trabajaba como organizador vecinal en los barrios pobres de la capital del estado de Illinois, los mismos que le elegirían senador nueve años más tarde. Era el lanzamiento de su brillante carrera política.

En su plan de ruta figuraban dos ciudades, Madrid y Barcelona. A la capital llegó por aire y cumplió con los clásicos del turista, sin reparos. Así lo recuerda en un breve pasaje de Los sueños de mi padre, las memorias de la aventura que lo llevó hasta sus raíces africanas y que publicó en 1995. «Crucé la Plaza Mayor al sol del mediodía, con sus sombras a lo De Chirico (pintor italiano) y los gorriones surcando un cielo azul cobalto», relata. Una descripción poética y muy propia de alguien que estaba descubriendo un inesperado vacío interior.

A la Ciudad Condal, Obama arribó por carretera. Cruzó la Península en autobuses nocturnos poniendo en práctica el poco castellano que conocía y que aún no se le ha olvidado. Así quedó demostrado en septiembre de 2009, cuando, recién mudado a la Casa Blanca, recibió a José Luis Rodríguez Zapatero en la cumbre del G20 que se celebró en Pittsburg. «José Luis, ¡qué pasó!», le soltó campechano ante los periodistas. Más recientes fueron los guiños a nuestro idioma durante su histórica visita a Cuba, donde también quedó patente que sus conocimientos, aunque útiles para simpatizar, no le sirven ni para pedir en un restaurante. En el Paladar San Cristóbal, echó mano de su hija mayor, Malia, para hacerse entender y degustar un solomillo triple A.

Un bar de carretera

En esos 612 kilómetros que separan las dos principales ciudades españolas, el hoy presidente quedó marcado de por vida. El responsable fue otro «fugitivo», un africano «que buscaba trabajo como temporero» y que le invitó a un café mientras esperaban al autocar en un bar de carretera. Aquel senegalés, que se pasó todo el viaje intentado hacerle entender los chistes de un programa de televisión sin saber inglés y chapurreando muy poco castellano, le invitó a reflexionar sobre sus ganas de huir y su visión del mundo. Se despidieron en Las Ramblas, otro lugar emblemático de la España turista, no sin antes compartir «un cepillo de dientes, un peine y una botella de agua». «Sentí que le conocía tan bien como se puede conocer a cualquier hombre», rememora.

España fue solo una escala más en su viaje de tres semanas por Europa, una experiencia que volvió a romper los esquemas a un hombre que buscaba sus raíces. Su padre era un keniata negro; su madre, una blanca de Arkansas; y él había nacido en Hawai, se había criado en Indonesia y mudado a EE UU acabado el Bachillerato. En el libro define su posición social en ese momento como «incómoda»: era «un occidental que no se encontraba del todo en casa en Occidente» y «un africano de camino a una tierra llena de desconocidos». Así, «dubitativo», «crispado» y «a la defensiva» también visitó Roma, París y Londres, donde facturó esa maleta que no llegó con él a Nairobi.

La relación del presidente Obama con España viene de lejos y responde a un fenómeno social. «En Estados Unidos se le da más importancia a nuestro país de la que creemos aquí», explica José María Marco, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE. Y se nota en asuntos tan fuera de la órbita política como el interés de los jóvenes por visitarnos.

«Más de 26.000 estadounidenses vienen a estudiar», precisa Miguel Benedicto, docente en la Universidad Europea y autor del libro Obama 3.0. Malia, que hará prácticas en la embajada de Madrid este verano, es solo un número más. Como su madre, Michelle, y su hermana, Shasha, que pasaron una semana de vacaciones en nuestro país en 2010. El año pasado, llegaron un millón y medio de turistas americanos, «un 23% más que en 2014». Aquella visita en julio de hace casi seis años fue una excelente e impagable campaña internacional de nuestro sol y playa que ha dado sus frutos.

Las Obama y su corte (una decena de personas) se alojaron en un resort de lujo de Benahavís (la habitación más barata costaba 209 euros de entonces), se bañaron en la playa Costalita (45 metros cerrados a cal y canto para su disfrte particular), pisaron el albero de La Maestranza de Ronda (donde comieron jamón pata negra y se interesaron por las corridas)... Y acabaron el retiro estival con una comida en el Palacio de Marivent, agasajadas por los Reyes. Don Juan Carlos le regaló a Michelle semillas de productos españoles para su huerto ecológico de Washington, que el año pasado mostró in situ a doña Letizia en la visita que los actuales monarcas hicieron a EE UU.

España contra McCain

España también le ha servido a Obama para ganar batallas políticas. Como su cara a cara con John McCain en 2008, durante la campaña de su primer mandato. En una entrevista del candidato republicano con un medio latino, le preguntaron si se entrevistaría con Zapatero en caso de llegar a la Casa Blanca. La respuesta fue desconcertante y evidenciaba cierto desconocimiento sobre quién era el presidente español y dónde se situaba el país que dirigía en el mapa geoestratégico estadounidense. Balbuceó algo así como que «estaba dispuesto a trabajar con los líderes que respetan los derechos humanos, la democracia y la libertad». Raudo y veloz, Obama le hincó el diente: «España es un aliado de la OTAN, no sé si lo sabe».

Pero más allá de la política, está la emoción. El mandatario americano quería visitar nuestro país desde hace tiempo. Se lo dijo a los Reyes en septiembre, al ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, en abril... Y en repetidas ocasiones a su amigo James Costos, cuyas credenciales como embajador de EE UU en Madrid firmó con gusto. Precisamente, será Costos quien le guiará en su visita del próximo 9 de julio. Junto a él estará su pareja, Michael S. Smith, el interiorista al que los Obama recurrieron para hacer la Casa Blanca un poco más amable y más suya tras relevar a George W. Bush como inquilino. Quizá también le llamen para remodelar el número 2.446 de la calle Belmont, la casa que ocuparán cuando finalice este segundo y último mandato del primer presidente negro en la historia del país que fundó George Washington con los padres de la patria.

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