Análisis del crítico de SUR de 'Blanco de Verano', de Rodrigo Ruiz Patterson
La ópera prima del director mexicano explora las relaciones familiares y la adolescencia en un contenido relato de príncipe de la casa destronado
El cine latinoamericano sigue ofreciendo películas tan prometedoras como discretas. Este jueves, ya en la recta final del concurso del Festival de Málaga, nos ha ... llegado la esperada 'Blanco de verano', ópera prima del mexicano Rodrigo Ruiz Patterson. Esperada porque la película azteca llegaba con la vitola de su selección previa en Sundance. Y a esa gran familia del cine independiente responde esta historia sobre una madre separada y su dependiente hijo preadolescente que viven una pequeña revolución en sus relaciones cuando entra en juego el nuevo novio de la mujer y el joven se siente un príncipe destronado. El síndrome de Edipo arde en el interior de este chaval como ese mechero zippo que el chico no para de encender instintivamente y que augura un freudiano calentamiento. Y hay fuego, aunque el filme nunca termina de explotar.
En la mirada de Ruiz Patterson se agradece que deje a un lado los estereotipos y los topicazos machistas tan presentes en la otra película mexicana de esta edición, 'El diablo entre las piernas'. Por contra, 'Blanco de verano' opta por un retrato más realista, que huye de la caricatura del tercero en discordia que entra en la familia como un malvado Gargamel. Que va. Hay honestidad en la combustión interna de este triángulo que forman el introvertido Rodrigo (Adrian Ross Magenty), su madre Valeria (Sophie Alexander-Katz) y el recién llegado Fernando (Fabián Corres). Y el director deja que sean los pequeños detalles y los silencios los que vayan deteriorando las relaciones entre ellos y aislando al joven en su mundo. Todo está contenido en este conflicto. Tanto, que este interesante relato cargado de intenciones acaba resultando demasiado distante, demasiado plano.
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