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Llegada de Pedro Sánchez. Efe
Candidatos con «ganas»

Candidatos con «ganas»

Casado, Rivera, Sánchez e Iglesias protagonizan un debate de gestos calculados

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Lunes, 22 de abril 2019, 22:06

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No llueve pero un guardaespaldas lleva tres grandes paraguas grises bajo el brazo. El primero en llegar es Pablo Casado, sonriente candidato del PP, que luce despreocupado. Antes que las palabras, se ensaya la imagen. El debate comienzará a las 22.00 horas.

Sentado atrás y a la derecha, Casado abre la puerta y baja con pie firme. Saluda con un «Hola» al aire, dirigido allí donde hay cámaras y los directivos de RTVE. Pero nada más pisar tierra, les da la espalda. Su esposa baja por la otra puerta, y él la espera. Avanzan medio paso y es momento de estrechar manos y posar en el 'photocall'. 28-A. Tú decides. RTVE.

La sonrisa casi contagiosa de Casado, de traje azul oscuro y corbata del mismo tono no merma, orgulloso de sus líneas de expresión. Mira al frente, espalda firme. Pero insiste en hablar, mientras posa. La indican la dirección al maquillaje y, en el camino, se detiene ante un micrófono del canal público. «Con ganas», dice. Esa palabra será repetida por los cuatro candidatos.

El segundo en llegar es Albert Rivera, rígido candidato de Ciudadanos, que se asegura que su traje, de color similar al de Casado pero con variación de corbata, esté bien cerrado. Palpa su botón mientras cierra la portezuela. Mira al frente, saluda a los directores, no bromea. Despliega su sonrisa. Pero es menos constante que la de Casado. Inevitable comparación, como si habláramos de peinados. En el 'photocall' mira al frente. Alza la ceja derecha. Da por terminada la sesión de fotos. «Con ganas», dice también. «Tranquilo», se define, sin detenerse en el micrófono. Al traspasar la barrera, confiesa su impresión: «Es un poco atípico».

Si los coches son señas de identidad, Casado se trasladó en un Volkswagen y Rivera en un Lexus. El tercero se acerca en un Audi. Pedro Sánchez, el presidente contra el que los demás juegan en estas elecciones, espera a que su guardaespaldas del asiento delantero le abra la puerta. Baja, media sonrisa, traje azul, corbata borgoña. Dos besos a los directores. Cierta confianza. «Bien», dice. ¿Qué tal? Buenas noches, completa ya en el posado. Reconoce «nervios», como quien se admite humano. «Pero con ganas de empezar», advierte. Manos atrás. Más natural, quizás que la parada militar de los anteriores.

Cuando se espera a Iglesias, se rompe el guión. José Luis Ábalos baja de un coche a los lejos y hace el paseíllo de los candidatos. De gris y rojo. Nada es casual. Se detiene ante los directores. Habla. Casi con desparpajo. Aunque para él no hay flashes.

Poco después, Pablo Iglesias, serio de semblante el candidato de Unidas Podemos, baja de un Polo. Tampoco mira a las cámaras. Va con un sobretodo negro. Como el de aquella foto de la campaña a las europeas. Debajo, la camisa azul, con la que hará el debate. Pantalón beige. Combinación de los noventa, aunque sin corbata amarilla. Se ha recortado la barba, esos pelillos que se salen del sombreado perfecto. Le hacen las mismas preguntas que los otros despacharon con una palabra. Pero él lanza un pequeño argumentario. «Confrontar ideas...». Sube a su camerino. Cada uno tiene uno individual. Van al estudio después del maquillaje. Cruzan el jardín. Rivera, Sánchez, Casado, Iglesias.

Un portarretrato de Ikea

El debate se «rompe» cuando Sánchez se vira a su derecha e increpa a la cara a Casado. Están cerca, unos metros salvables si ambos estiraran los brazos. Las palabras son duras. Las miradas se estrellan. Sánchez ha bajado el tono una octava. El falsete de la irritación que dejará cuando se dirija al público. Pero Casado aguanta el lance. Sostiene su mirada y no retrocede ni siquiera por precaución. Entre los tres hombres del traje gira el debate.

Pareciera que el ropaje excluye a Iglesias, arrinconado a la izquierda. Pero es él quien se aparta de la discusión. Se enroca en un actitud de viejo profesor, agotado, boli en mano, concentrado en sus apuntes. Iglesias es el único sin reloj. Ajeno al tiempo, invierte sus bloques de cuatro minutos en leer la Constitución. Dos artículos completos. Llamativo en alguien que proponía una Constituyente y que juró su bautizo político con un guiño a las palabras de Chávez sobre la «moribunda» Constitución. Ahora recomienda su seguimiento. Cuando se muestra agresivo con Sánchez, no lo mira. Con -algunas veces- la izquierda metida en el bolsillo, tacha sus notas incluso antes de terminar. Pero parece más moderador en sus llamados a los demás que contrincante. «Pedro», le dice. Y el otro responde con un «señor Iglesias».

La anécdota de la noche surge con un portarretrato de Ikea, de nombre sueco y precio de tres euros, que Rivera saca de algún lugar de su chistera. Tenía la mano escondida mientras tanto. La enseña como prueba del delito. Como el engañado que contrata al detective de Sabina para que grabe la infidelidad. La pone en su atril, el pequeño reino de su casa, y la interpone entre él y Sánchez cuando se encaran. Termina el debate y ninguno ha pronunciado la palabra «cultura». Este mismo martes, el segundo 'round'.

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