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ANTONIO GUERRERO / SOCIO CONSULTOR DE STRATEGYCO. PROFESOR DE POLÍTICA DE EMPRESA
Lunes, 7 de abril 2025, 02:00
La descalificación ha sustituido al argumento, la bronca al análisis, y el desprecio al adversario es la forma aceptada, incluso aplaudida, de hacer política. Sólo ... hay espacio para el ataque, el insulto, la caricatura, la burla. No se dialoga, no se debate, ni si siquiera se discute. Quizás por eso tantos ciudadanos se sienten desconectados de sus dirigentes. Porque no hay liderazgo sin saber escuchar, ni autoridad sin reconocimiento y respeto mutuo.
Pero no sólo es ruido. Es un sistema. Una forma de evitar entrar en el fondo de las cosas. Porque hablar de verdad, debatir y acordar, implica escuchar, argumentar, tener criterio, sentido autocrítico (no sólo crítico). La bronca no es la consecuencia, es el vehículo que conduce al empobrecimiento social. Al bloqueo que no deja avanzar. Al escepticismo y la indiferencia.
Por lo mismo, en las empresas en las que cada departamento defiende su pequeño feudo, cada directivo su trinchera. Donde se convierte la discrepancia en enfrentamiento personal, donde se cultivan rivalidades internas, disfrazadas de competitividad, pero profundamente estériles y poco inteligente. El resultado es previsible: la innovación se congela, la motivación se diluye, el talento se marcha. Se dejan de tomar decisiones relevantes, se posterga la estrategia, se pierde visión de conjunto. Lo urgente tapa lo importante, y el conflicto eclipsa las ideas.
En el fondo, en la política como en la empresa, hay una pregunta común: ¿cómo se puede construir algo cuando el otro no es parte del proyecto, sino un obstáculo a eliminar? Cuando la lógica del adversario sustituye a la lógica del socio, el diálogo se rompe, la cooperación se vuelve imposible y la inteligencia colectiva se desperdicia. En el ámbito empresarial, esto se traduce en equipos divididos, culturas tóxicas y decisiones tomadas desde la desconfianza. En la política, genera polarización, parálisis institucional y sociedades cada vez más enfrentadas y menos capaces de acordar lo esencial.
La bronca es fácil. Lo difícil es pensar. Escuchar. Ceder. Construir. No son gestos de debilidad, son actos de liderazgo. Y, aunque más lentos y exigentes, son también los únicos caminos que valen la pena cuando lo que está en juego es el futuro común.
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