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El exvicepresidente del Gobierno y expresidente de Bankia Rodrigo Rato (c) sale de su domicilio de Madrid escoltado por agentes de Aduanas.
Rato: la ruina de un hombre brillante

Rato: la ruina de un hombre brillante

Antonio Papell

Jueves, 16 de abril 2015, 22:10

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La historia de Rodrigo Rato es la de una llegada a la cumbre, seguida desde 2004 de un verdadero descenso a los infiernos, de la ruina progresiva de su imagen hasta arrastrarse por el lodo y la cárcel.

Rodrigo Rato, encumbrado representante de las clases altas y aristocráticas, rico de cuna y de una brillantez exultante, llegó, como parecía natural, a lo más encumbrado en política: ministro de Economía y vicepresidente económico con Aznar en el periodo 1996-2004. Y rozó la gloria con la punta de los dedos ya que fue durante largo tiempo el delfín del presidente del Gobierno y del PP para recibir el testigo de sus manos. Sus vacilaciones y quizá el olfato de Aznar frustraron sin embargo aquel designio y fue Rajoy el elegido para sorpresa de muchos. Parece hoy lo parece más, si cabe- que Rato no digirió aquella postergación, y desde entonces aquel economista inteligente, simpático y bon vivant, no hizo más que descender hacia el abismo.

El primer gatillazo fue resonante: designado, tras un intenso despliegue diplomático que contó con la cooperación de todos los partidos españoles, director gerente del FMI el mismo 2004, dimitía absurdamente tres años después alegando motivos personales. Sin ver seguramente que aquella defección era una traición a su país, que perdía sin motivo conocido un resorte internacional muy relevante.

A su regreso, tuvo como es natural muchas oportunidades: conforme a un hábito de dudoso gusto y sospechosa intensidad, se lo rifaron numerosas compañías. Eligió el banco de inversión Lazard, que después se vincularía sospechosamente a Caja Madrid cuando ya Rato, en una designación política del actual gobierno, se había convertido en presidente de la quebrada caja de ahorros madrileña. De Lazard se llevó Rato más de seis millones de euros, que ahora se investigan. Y el tránsito por Caja Madrid/Bankia fue simplemente desastroso: como todo el mundo sabe, Rato está inculpado por varios delitos societarios a raíz de la salida a bolsa de Bankia. E imputado también por administración desleal y otros delitos económicos a raíz del caso de las tarjetas black, que el exministro utilizó a espuertas con indecente desparpajo.

El hundimiento final de su crédito personal se precipitaba en las últimas horas: primero se conocía que Rato había acudido a la regularización fiscal de 2012, algo inconcebible en quien ha tenido tan altas responsabilidades. Después se sabía que estaba siendo investigado por presunto blanqueo de capitales. Finalmente, ha sido detenido por alzamiento de bienes delito relacionado a buen seguro con la prestación de fianzas que le han sido requeridas en los procesos en que está incurso-, blanqueo de capitales y fraude fiscal. Así concluye el periplo profesional e incluso personal de quien se ha equivocado en todo en esta empinada cuesta abajo que conduce al abismo.

En todo este relato hay elementos trágicos porque, tras los aparatosos protocolos de los registros domiciliarios y posterior detención ante las cámaras, Rato es ya un personaje destruido. La justicia tiene a veces este efecto demoledor. Pero es muy aleccionador que quienes están o vayan a estar en política sepan a lo que se exponen. Desde hoy, los personajes públicos no serán más vulnerables que los demás mortales pero tampoco menos. Y seguramente, esta democracia necesitaba esta inmolación para reconciliarse consigo misma y mostrar a todos, tan plásticamente, que la igualdad ante la ley no es una simple teoría.

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