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Nuria Triguero
Domingo, 12 de octubre 2014, 18:22
En la economía tradicional, el consumidor tenía un único papel: comprar. Ahora, por motivos que se entremezclan -la crisis, las posibilidades de comunicación que da la tecnología, los cambios culturales-, la gente descubre otras formas de interactuar en el mercado: vender, prestar, alquilar, intercambiar... El consumidor pasa de sujeto pasivo a activo y descubre que puede sacar beneficio de compartir sus bienes (coche, casa, ropa o habilidad para cocinar) y, a la vez, acceder al uso temporal de productos o servicios que no puede o quiere adquirir.
3.100 alojamientos oferta actualmente Airbnb enMálaga, un 210% más que hace un año.
26.000 millones de dólares es el volumen actual de la economía colaborativa en el mundo. Puede llegar a 110.000, según Forbes.
¿Para qué comprar un taladro si sólo vas a usarlo una vez al año? ¿Tiene sentido gastarse miles de euros en equipar la habitación del bebé con artículos nuevos que no necesitaremos dentro de dos años? ¿Cuánto ahorraría en gasolina si compartiera coche en el viaje que voy a hacer a Madrid? Muchos consumidores han empezado a hacerse este tipo de preguntas a raíz de la crisis. La respuesta la han encontrado en herramientas basadas en la tecnología como las ya populares Blablacar o Airbnb. En realidad hay cientos de plataformas web y móviles -cada día surge una nueva- pensadas para facilitar el intercambio entre particulares de cualquier producto o servicio imaginable, desde productos Apple de segunda mano (Manzanas Usadas) hasta comer en casa del vecino (SocialEaters).
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Como reflexionan Albert Cañigueral, Cristóbal Gracia y Luis Tamaño, autores del blog 'Consumo colaborativo', «la gente presta mucha atención al gastar el dinero y observa qué tipo de retribución, en cuanto a felicidad o necesidad cubierta, consiguen». Ellos definen el fenómeno del consumo colaborativo (también llamado economía del acceso) como «la manera tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar redefinida a través de la tecnología moderna y las comunidades».
La pujanza de este nuevo tipo de consumo representa un desafío a la economía tradicional. Así lo puso de relieve el economista (y parlamentario andaluz del PSOE) Enrique Benítez en una charla que ofreció esta semana en el Colegio de Economistas para animar al debate sobre cómo puede afectar este fenómeno a Málaga. Su postura es claramente a favor: «Nuestra ciudad, por su movimiento turístico y su población, es muy atractiva para plataformas que promueven este nuevo tipo de consumo y debemos subirnos al carro porque es una oportunidad, no una amenaza», afirma. Para Benítez, hay tres razones para creer que el consumo colaborativo llega para quedarse: «Abre la puerta al aumento del consumo sin aumentar la oferta; permite un mayor aprovechamiento de los recursos disponibles y su uso crece entre los jóvenes, no sólo por ahorro, también como estilo de vida», apunta.
Lo cierto es que las aplicaciones enfocadas al turismo ya tienen activa presencia en la Costa del Sol: Airbnb, que es la plataforma más popular para el alquiler de apartamentos o habitaciones entre particulares, concentra en Málaga un tercio de toda su oferta andaluza, con 3.100 anuncios. «La oferta canalizada a través de esta aplicación ha crecido un 210% en un año», apunta Benítez. Homeaway, Homelidays o Niumba también reúnen miles de alquileres vacacionales que están en el punto de mira de los empresarios hoteleros, que ven con alarma la proliferación de apartamentos de uso turístico que está produciéndose, de forma especialmente llamativa en la capital malagueña. Una oferta que se mueve en una situación de alegalidad que se resolverá con el decreto de viviendas de uso turístico que prepara la Junta.
La patronal hotelera exige medidas restrictivas para estos alojamientos, que juzgan como competencia desleal, pero la recientemente creada Asociación de Viviendas de Uso Turístico de Andalucía (Apartsur) se defiende alegando que se enfocan a otro perfil de cliente y por tanto no roban negocio a los alojamientos tradicionales. «Puede servir para atraer turistas que de otro modo no vendrían a Málaga», coincide Benítez. Llamativo es el contraataque de la cadena hotelera RoomMate: ha creado Bemate, una plataforma que aglutina apartamentos de particulares añadiendo servicios como transporte, limpieza o consigna. Málaga es una de las diez ciudades españolas donde ha arrancado esta iniciativa.
Transporte
Más fuerte es la polémica que ha despertado el consumo colaborativo en el sector del transporte. El enemigo público se llama Uber y, como reconoce Benítez, no es estrictamente un ejemplo de economía colaborativa. La 'app', que pone en contacto a conductores con pasajeros, plantea pocas diferencias con un servicio de coches con conductor, y como tal está siendo perseguido en muchas ciudades por hacer competencia desleal al taxi. En Madrid y Barcelona ya hay sanciones en marcha y el propio Ministerio de Fomento ha alertado de que los usuarios de Uber también incurren en la ilegalidad y pueden ser multados. En otras ciudades europeas también se ha prohibido su actividad, algo que por cierto no ha gustado a la UE. Diferente es Blablacar, la 'app' que permite compartir coche entre desconocidos, que al no tratarse de un servicio profesional es perfectamente legal, según acabó concluyendo el propio Gobierno.
Transporte y alojamiento son los sectores por donde más terreno gana el consumo colaborativo. Pero hay muchas más iniciativas que fomentan el intercambio entre particulares: desde financiación, (¿qué otra cosa es el 'crowdfunding'?) a contenidos digitales, cenas en hogares ajenos o tareas domésticas. Quizá las más excéntricas no sobrevivan a esta fiebre inicial, pero el cambio mental de los consumidores ya está en marcha. Regularlo adecuadamente para proteger al consumidor, poner coto a la economía sumergida y evitar la competencia desleal es tarea pendiente de las autoridades.
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