El objetivo era algo más que esto
Garbiñe Muguruza, que hoy se ha metido en la final de Wimbledon, siempre ha ambicionado ser la número 1
IÑIGO GURRUCHAGA
Jueves, 9 de julio 2015, 18:11
Uno de los grandes retos para una adolescente que juega muy bien al tenis es encontrar su camino en el agobiante circuito internacional manteniendo su ... frescura física y mental. Vuelos continuos, hoteles mejores o peores, rutinas de entrenamiento y partido, relaciones públicas, patrocinadores, hinchas, periodistas, fotos... Pero tiene compensaciones. Por ejemplo, Garbiñe Muguruza se encontró el otro día con Antonio Banderas en Wimbledon. ¿Qué haces aquí?, debió de preguntarle. El actor le dijo que le gustaba el tenis. Se sentaron a charlar y Banderas le contó que ha terminado una nueva película. «Y yo le escuchaba así...», confesó Muguruza, componiendo una mueca de arrobamiento. Tiene en ese aspecto algo de Rafael Nadal, que ha mantenido una cierta naturalidad a pesar de ser una gran estrella.
Con la misma naturalidad, la hispanovenezolana explicaba hace dos años, en su segunda experiencia en Wimbledon, su itinerario hasta entonces y cuál era el destino. Sobre el origen ¿vasca?, ¿española?, ¿venezolana? vale lo que el catalán Josep Pla escribió para todas las cosas: que es más difícil describir que opinar y que por eso todo el mundo opina. Muguruza desarma a calibradores de sentimientos patrióticos describiendo pausadamente sus pasos. Su padre, José Antonio, de Eibar, se fue a Caracas a montar una empresa de piezas metálicas y se casó con Scarlet Blanco, venezolana. Tuvieron tres hijos Igor, Asier y Garbiñe, cuyos nombres evocan valles del río Deba, que se convirtieron en muy buenos tenistas en el Club Mampote, en Guatire, al sur de Caracas. La búsqueda de gentilicios políticamente correctos pasa por hispanovenezolana o caraqueña, pero el perfecto es el que usan algunos medios venezolanos. Garbiñe Muguruza es guatireña.
De allí partió a los seis años a Coloma de Cervelló, donde ya estaban sus dos hermanos, en la academia de tenis de Sergi Bruguera. Ha vivido desde entonces en Barcelona, hasta los 16 en la academia y posteriormente entrenándose en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat. Cuando tuvo que decidirse por una nacionalidad porque así lo exigían las federaciones para seleccionarla, la española le ofreció los patrocinios que le han permitido seguir la ruta profesional con las máximas garantías. Con esa misma naturalidad, la guatireña explicaba hace dos años, tras ser eliminada en tres sets por Ekaterina Makarova, la actual número 8 del mundo, caída en segunda ronda en este Wimbledon, cuál era el destino de su trayecto: «Mi objetivo es el número uno. Bueno, objetivo y ambición. Objetivo. Podría decir top 5, porque ya sé que suena en plan sí, sí, Garbiñe, pero realmente lo pienso». Tenía 19 años.
Desde aquel día hasta hoy hay cambios notorios en Muguruza. El primero es que a los 21 años muestra más seguridad, comodidad en su piel, lo que le permite bromear sobre su arrobamiento con Antonio Banderas o su deleite con el diseño de su ropa blanca para Wimbledon por Stella McCartney. En el circuito de mujeres, que es un canal paralelo en torneos dominados en todos los campos por los hombres, esa seguridad es un gran atributo.
Mejora psicológica
Hace dos años era la 59 en el ranking. «Tengo que mejorar psicológicamente mucho», decía. «Me veo muy lejos de los buenos. Soy muy joven. Estoy muy verde todavía». En este Wimbledon se ha visto la profundidad del cambio en su mentalidad. Ha sido siempre una ganadora, pero desde el primer partido al quinto el número de errores no forzados en su juego ha descendido. Y nadie en este Wimbledon habrá salvado más puntos de set que Muguruza.
Impasible, poderosa, mentalmente dura, Muguruza eliminó a Serena Williams en la segunda ronda de Roland Garros y está sorprendida de haber llegado por primera vez a las semifinales de un torneo del Grand Slam en Wimbledon, sobre las pistas de hierba, que le causaron rechazo en el primer torneo que jugó, hace tres años, en Birmingham, y a las que les va cogiendo gusto. En ese cambio de disposición, su entrenador, Alejo Mancisidor, ha jugado un papel clave. En cuanto cayó eliminada de Roland Garros en cuartos de final, Muguruza y Mancisidor partieron a Sant Cugat, donde se entrenan, y pasaron seis días trabajando solo la subida a la red y la volea. Luego fueron a los torneos preparatorios de Wimbledon y Muguruza obtuvo el trofeo de Birmingham en dobles otra forma de practicar el juego de servicio y volea con Carla Suárez.
En un tenis femenino que ha retrocedido hacia la contienda de raquetazos desde el fondo de la pista, Mancisidor ha animado a su pupila a recuperar el clásico juego en la hierba. Más cauta en los primeros partidos, sus subidas a la red han sido importantes en sus dos últimas victorias. Pero hoy tenía una cita con Agnieszka Radwanska, finalista de Wimbledon en 2012, una jugadora variable, ágil, aguda en trucos y estrategias de punto. «Una tenista de hierba», la definió el otro día Muguruza con cautela, aunque la haya batido dos veces este año en cemento. Ha podido con ella y ya está en la final.
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