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marina rivas
Miércoles, 12 de septiembre 2018, 20:21
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Salta al foso como si no hubiese un mañana. Nunca piensa en el futuro, no le asusta, pero sencillamente, prefiere vivir día a día, como ha hecho desde 1916 hasta ahora, con 102 años, cuando ha dejado de contar las medallas y récords mundiales que ha conseguido como atleta, desde que comenzó de forma tardía, a los 75. Giuseppe Ottaviani, el hombre más veterano del Mundial de Málaga, no tiene la clave del éxito ni de la longevidad, pero sí que asegura: «De momento hasta aquí, he tenido muy buena suerte y he trabajado para estar bien», contó ayer a este periódico tras adjudicarse su segundo oro en dos días, con una marca de 1,77 metros, en el triple salto.
Su última presea antes de tornar, tranquilamente, a Italia, junto al mayor de sus tres hijos, Paolo, que le acompaña en cada uno de sus campeonatos desde los 95 años, le apoya, le ayuda a andar y le da indicaciones tomándose en serio cada una de las citas a las que asiste. Daba gusto verles repetir una y otra vez la técnica del triple entre los seis intentos de la prueba, en Málaga, mientras era ovacionado por la grada del estadio sólo por el hecho de intentarlo.
Ottaviani dedicó su vida a ser sastre, al igual que su madre, aunque antes vivió momentos de extrema dureza. No fue piloto, pero sí que se desempeñó como soldado en la base aérea en Turín, nada menos que durante la Segunda Guerra Mundial, de la que aún recuerda escenas que traumatizarían a cualquiera. «Bombas, bombas por todas partes. Turín era todo fuego. No cesaban de caer bombas», cuenta exaltado. «Sí que hubo momentos en los que llegué a pensar que moriría allí, en los alrededores del Palacio Real, las bombas caían prácticamente al lado, encima incluso y recuerdo que todo temblaba», asegura, cuestionado al respecto.
El tiempo le llevó a volver a la tranquilidad de su vida cotidiana, en Sant'Ippolito, donde reside junto a su mujer, de 94 años. «Salimos tres veces en semana a andar juntos y luego, en mi día a día, voy al gimnasio y también paso tiempo con ella en casa», cuenta sobre su rutina. Ella, el amor de su vida, fue quien le hizo dejar de fumar, a los 50 años. Un vicio insalubre del que se deshizo a tiempo, aunque de vez en cuando sí que sigue consumiento alguna copa de vino.
Y es que, rompiendo esquemas, asegura que las dietas no son lo suyo: «¿Dieta? No sé que es eso, como de todo. Eso sí, la ensalada siempre es lo primero, aunque mis comidas favoritas son las sardinas, que precisamente son típicas en Málaga, y el arroz, y luego me gusta beberme algún vino, pero no mucho», se sincera. Se niega a obsesionarse con los buenos hábitos y, de momento, le ha ido bien. Eso sí, sabiendo que en lo que le queda de vida, hará lo posible por seguir ligado al atletismo. «El mejor consejo que puedo dar es que la gente haga deporte. Mi lema es que el deporte es un juego, es diversión», concluye, con una sonrisa y agitando el brazo con la fuerza que sigue demostrando.
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