Borrar
SUR

La aventura de Virginia en su vuelta a casa

La malagueña, portera del Boden Handball sueco hasta esta campaña, tuvo que recurrir a tres vuelos y un trayecto en tren para un regreso de 48 horas a Málaga

marina rivas

Jueves, 16 de abril 2020, 00:47

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Lleva más de un mes esperando el mejor momento para poder regresar a casa y cuando, por fin, emprende su viaje, se convierte en una aparatosa experiencia de dos días que, seguramente, jamás olvidará. La malagueña Virginia Fernández lleva dos temporadas guardando la portería del Boden Handball de la primera división sueca de balonmano. O llevaba, porque, esta campaña –inacabada, dada la cancelación de la Liga– ha sido la última para la costasoleña, que decidió no renovar y cuenta con otras ofertas en el extranjero para el próximo año. La noticia del fin de la competición nórdica se produjo en marzo. Sin embargo, le ataba un último motivo para quedarse allí: su contrato, que concluía a mediados de abril.

Estos últimos días allí fueron especialmente duros para la meta. Veía por un lado cómo algunas de sus compañeras se habían quedado atrapadas en los aeropuertos de vuelta a sus países, y por otro, seguía incrédula la evolución del COVID-19 en España mientras que en Suecia la gente seguía campando a sus anchas por unas calles que no conocían el confinamiento. Al fin, hace una semana y gracias a las gestiones de su club, la malagueña comenzó el viaje de vuelta a casa. Así relata su hoja de ruta: «Me trasladé a Lulea (localidad a 20 minutos en coche desde Boden) y esa tarde cogí un vuelo hasta Estocolmo, allí hice noche. Ya siendo jueves, fui de Estocolmo a París». Cogió ese primer avión muy a su pesar, porque recuerda que iba completamente lleno y nadie seguía las medidas de seguridad mínimas. «Me miraban como si fuera una extraña porque nadie aquí lleva mascarillas ni guantes», afirma.

«Me miraban como si fuera una extraña porque nadie aquí lleva mascarillas ni guantes»

Ya en la ciudad de la luz, tuvo su primer percance. «Una vez allí me cancelaron el vuelo para Madrid, que lo tenía al día siguiente, pero tuve la gran suerte de que me reubicaron en otro vuelo que salía justo esa tarde. Así no tenía que pasar tres días esperando dentro de un aeropuerto». Le acompañó la suerte esa vez; algo que ella achaca en tono bromista a que era Jueves Santo. Su siguiente «señal divina» a modo de anécdota, fue que nada más llegar a suelo español (al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas), las pantallas de televisión de las instalaciones retransmitían en ese momento un España-Suecia de balonmano.

En la calle

Pero en la capital española comenzó la locura. «Pretendía hacer noche en Barajas, pero me dijeron que allí no podía quedarme, entonces pensé en hacerlo en Atocha, porque me daba igual dormir en el suelo después de todo el tiempo que llevaba de viaje. Pero también cerraba por la noche». Las fuerzas de seguridad tampoco le ayudaron demasiado entonces, según recuerda. «Les dije: ahora, ¿me tengo que quedar en la calle? Y me dijeron que ese era mi problema, que como mucho me podían conseguir un sitio para dormir pero como a 50 kilómetros de Madrid», comenta. Y tampoco podían asegurarle nada. Todo era un caos. Su única esperanza entonces llegó de nuevo por casualidad. «Coincidí con un grupo de cinco españoles y un argentino. Nos vimos los cinco en la tesitura de tener que dormir en la calle, pero el hombre más mayor había reservado en un hostal y le dijimos si podía hacer el favor de preguntar por más habitaciones. Después de varias horas en la calle, nos dijeron que sí», recuerda todavía emocionada. «Esa noche dormimos tres personas en la habitación, cada una en una esquina para tener algo de distancia de seguridad».

Sin haber pegado ojo, Virginia comenzó a ver la luz en el AVE de las 7.20 horas del viernes, el que le llevó de Atocha a la estación María Zambrano. Por supuesto, todo lo que no durmió aquella noche, lo hizo en aquel tren. Pero le invadió la emoción cuando quedaban todavía unos kilómetros para llegar a Málaga y nada más salir de aquel tren, derramó la primera lágrima. Eso sí, de felicidad. Había llegado a casa. «Llegué sobre las 10.00 horas. Se me saltaron las lágrimas porque fue un viaje complicado y por fin podría ver a mi familia. Ya estaba en casa, estaba emocionada».

«Espero que esto sirva para que muchos vean lo que en estos momentos tenemos que hacer los que estábamos fuera para poder volver a casa. Ha sido difícil, pero lo importante es no rendirse»,añade. Aunque ahora vive sus primeros días de confinamiento, junto a su tía en una casa de campo a las afueras de Málaga, la meta está más feliz que nunca. Eso sí, tendrá que pasar unos días en cuarentena antes de poder abrazar a su madre, que vive justo en la casa de al lado.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios