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ALBERTO GÓMEZ / ALEJANDRO DÍAZ
Miércoles, 7 de marzo 2018, 00:17
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Desde finales de la década de los años ochenta hay una preocupación generalizada por el impacto de los campos de golf sobre el medio ambiente. Varias comunidades autónomas españolas llegaron a redactar una normativa que permite controlar la incidencia de los campos de golf sobre dos aspectos fundamentales: las transformaciones paisajísticas y la procedencia del agua consumida. Las evaluaciones de impacto ambiental y el uso cada vez más generalizado de aguas depuradas contribuyen a minimizar los efectos sobre el entorno de estas instalaciones, que constituyen una interesante oferta turística de calidad sin estacionalidad. La Junta de Andalucía ya modificó el decreto sobre la construcción de campos de golf de interés turístico. Desde el Gobierno autonómico apuestan por la sostenibilidad y por aumentar la calidad del destino, rechazando iniciativas que solo respondan a intereses urbanísticos o especulativos. La pregunta está abierta: ¿puede un campo de golf ser ecológico? Si juzgamos por la perspectiva que de forma automática equipara este deporte con el elitismo, el falso derroche de agua o la especulación inmobiliaria, desde luego que no. Pero hay muchos más argumentos tras esos antiguos y engañosos prejuicios. Más del 70 por ciento de la mayoría de los campos está compuesto de 'rough' y de áreas no destinadas al juego que presentan pastos naturales, árboles, arbustos y otras plantas. Combinado a las áreas abiertas de los 'fairways' y los 'tees', el campo resulta un hábitat atractivo para la vida silvestre. El césped protege al suelo de la erosión del agua y el viento, mantiene más fríos los objetos durante un día caluroso, reduce la contaminación sonora y minimiza el resplandor de la luz solar en forma más efectiva que las superficies de cemento y los edificios. Además, muchas comunidades han aprendido que el césped es una excelente elección para restaurar áreas dañadas por depósitos de basura, minas, canteras y áreas abandonadas. Estas cicatrices del paisaje pueden transformarse creando campos de golf, parques o áreas naturalizadas que ofrezcan espacios verdes para la recreación y el bienestar de la comunidad. En definitiva, bien legislada, la construcción de campos de golf puede ser sostenible e incluso beneficiosa para el medio ambiente, algo que ha confirmado el Pacto Nacional del Agua, que considera «residual» el consumo de este bien que realizan los campos españoles.
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