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Año 1992, la guerra bosnia generó un millón de desplazados. :: ap
La vida en una maleta

La vida en una maleta

El central croata del Liverpool huyó de la guerra de Bosnia con tres años y ahora pide una «oportunidad» para la gente de Siria

ROBERT BASIC

Lunes, 20 de febrero 2017, 00:25

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Dejan Lovren tenía tres años cuando se hizo mayor. Su mundo inocente y feliz desapareció de la noche a la mañana y se convirtió en un largo peregrinaje hacia lo desconocido en el que conoció el miedo, el dolor, la incertidumbre, la escasez, la muerte. El central del Liverpool e internacional con Croacia repasa en un documental producido por su club su vida de refugiado durante la guerra de la antigua Yugoslavia titulado 'Lovren: My Life as a Refugee', un testimonio imprescindible para entender el pasado y evitar la comisión de los mismos errores en el presente. El defensa se sumerge en sus recuerdos más oscuros, en los dramas familiares y sociales de un país borrado del mapa, y relata su historia de exilio mientras observa cómo el mundo fracasa en Siria. Más de dos décadas después, las imágenes muestran a personas como él, desesperadas, sin hogar, sin futuro, con fronteras y muros. «He pasado por todo eso y sé cómo se sienten. Dadles una oportunidad», pide, y narra un durísimo viaje con final feliz.

LOVREN Y PELÍCULA

  • uDejan Lovren tiene 27 años y nació en Kraljeva Sutjeska (Bosnia). Ha jugado en el Dinamo de Zagreb, Inter Zapresic, Lyon, Southampton y ahora Liverpool.

  • uDocumental. 'Lovren My Life as a Refugee' puede verse gratis en www.liverpoolfc.com (en inglés).

Kraljeva Sutjeska (Bosnia)

Lovren nació en Kraljeva Sutjeska, un pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina situado a 54 kilómetros de la capital, Sarajevo. «Era un sitio familiar, sin estrés, donde vivíamos felices. Mi familia tenía una tienda y jamás hubo problemas entre los vecinos. Entonces ocurrió», desliza en alusión a una guerra salvaje, que dejó 100.000 muertos y más de un millón de desplazados. «Me gustaría explicar lo que pasó, porque nadie sabe la verdad. La gente simplemente cambió», comenta en voz baja, todavía incapaz de olvidar el ulular de las sirenas que anunciaban los bombardeos. «Estaba asustado y pensaba: 'Ahora va a pasar algo'». Y bajaba con su madre al sótano, donde consumían horas de vida y oían llover el plomo. Hasta que decidieron marcharse a Alemania. «Llenamos un par de maletas y cogimos el coche. Lo dejamos todo: casa, tienda... El viaje duró 17 horas y pasamos por varios controles». Tuvieron suerte porque les permitieron seguir, muchos otros fueron obligados a regresar o ejecutados.

Múnich (Alemania). 1992

Alemania acogió a la familia Lovren, que tenía una puerta a la que llamar. El abuelo de Dejan, que había emigrado décadas atrás en busca de trabajo, les dio cobijo en una «pequeña casita en la que llegamos a vivir 11 personas». Todos los días eran una lucha por la supervivencia y a las diez de la noche el ritual se repetía. «Encendíamos la radio para escuchar las noticias. Mi madre no paraba de llorar y yo no lo entendía. '¡Para, ya ha acabado!'», le decía. Su país era consumido por las llamas y el odio y ellos empezaban de cero. «Tuvimos suerte», reflexiona ahora el central. «Alemania nos recibió con los brazos abiertos y es nuestra segunda casa. ¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos salido? Nos hubiesen matado, como a mi mejor amigo. A un tío mío lo degollaron. Hay que sobrevivir, eso significa ser un refugiado. No se trata de buscar un trabajo maravilloso y ganar mucho dinero, sino ir a un sitio en el que sentirse seguro». Él lo encontró. A los seis años empezó a jugar al fútbol con su padre, que un día le llevó a ver al Bayern. «Me hice fotos con Lizarrazu, Matthäus...». Y jamás volvió a separarse del balón.

Karlovac (Croacia). 1999

Tras siete años en Múnich, los Lovren no consiguieron renovar la residencia en su país de adopción. «La guerra ha acabado», les dijeron. Así de sencillo. Fuera. Regresar a una Bosnia asolada y fracturada no era una opción, así que volvieron a meter su vida en un par de maletas y se trasladaron a la ciudad croata de Karlovac, muy cerca de la frontera con Eslovenia y a 55 kilómetros de la capital. «No hablaba muy bien el idioma. Tenía 10 años y los niños me decían: '¿Por qué tu acento es diferente?' Se burlaban de mí». No se arrugaba y se hacía entender peleando. «Peleaba mucho, pero con el fútbol empezaron a respetarme. Ahí era el jefe». Sus padres lo pasaban mal para sacar a la familia adelante y hubo épocas en las que no podían pagar las facturas. «Un día mi padre -ganaba 350 euros como pintor- vendió mis patines de hielo porque no llegábamos a fin de mes. Le dieron 50 euros». Un parche para unas cuentas rotas que el fútbol saneó. Con 14 años le llamó el Dinamo de Zagreb y allá fue, solo. Triunfó. Jugó en el club más grande del país, fichó por el Olympique de Lyon (2010-2013), Southampton (2013-2014) y el Liverpool. «Mis padres me dejaron seguir mi sueño», comenta, aún atado a su pasado.

Esperanza

Lovren espera que las nuevas generaciones sepan perdonar, cerrar la herida de una guerra cuyo recuerdo aún escuece. «Tal vez puedan olvidarlo. Mis hijos viven en un mundo diferente. Tal vez algún día escriba un libro y ellos puedan leerlo para que entiendan mi dolor y ver por lo que he pasado». La historia de un niño que huyó de la muerte y triunfó en el fútbol, y que aún recuerda que «lo dejamos todo, casa, tienda, amigos...».

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