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Javier García Chico, en el salto de pértiga de Barcelona'92. Efe
Un Chico muy grande y un Bubka muy pequeño

Un Chico muy grande y un Bubka muy pequeño

El catalán logró un sorprendente bronce en la prueba de pértiga, donde el indiscutible favorito pinchó

Pedro Gabilondo

San Sebastián

Domingo, 6 de agosto 2017, 00:39

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El pasado 22 de julio, Javier García Chico vivió una doble fiesta: cumplió 51 años y subió al podio de estadio Serrahima para ser homenajeado al cumplirse un cuarto de siglo de su sorprendente medalla de bronce en la prueba de pertiga de los Juegos de Barcelona. Es decir, que Chico tenía 26 años recién cumplidos cuando se codeó con los mejores atletas de la prueba más circense del atletismo.

Para García Chico eran sus segundos Juegos. Ya había estado cuatro años antes en Seúl, aunque sin éxito, y repetiriría en Atlanta y Sídney para completar cuatro presencias olímpicas. Llegaba en buena forma a Barcelona encadenando récords para subir de 5,65 a 5,77 metros.

El salto de 5,75 metros que a la póstre le dio el bronce lo considera «uno de los cinco mejores momentos» de su vida. Porque fue una prueba con suspense, con tensión de la que se contagió parte del público que abucheó a los rivales del catalán cuando intentaban superar el listón. Al igual que Fermín Cacho, compitió con zapatillas nuevas y logró superar un listón que el mismísimo Sergey Bubka, muy nervioso, derribó después de dos nulos en la altura anterior. El zar se la jugó a un salto superior... y cayó.

En efecto, Bubka tuvo su cruz en la ventosa tarde de Montjuic. Llegaba con un inigualable palmarés, con 35 récords del mundo entre 1984 y 1992, a los que se sumaban tres campeonatos del mundo (luego lograría otros tres) y el oro de Seúl'88. Un año antes de los Juegos de Barcelona se pudo disfrutar en Anoeta de su récord del mundo en pista cubierta (6,10). Y tras Barcelona seguiría su cosecha. En realidad, en su carrera subió el récord del mundo desde 5,86 hasta esos 6,15.

Con todo ese bagaje, Bubka no tuvo prisa por empezar en Barcelona. Fue espectador del desfile de intentos de sus rivales, porque no quería empezar hasta 5,70 m. Dudó demasiado en el pasillo, en espera de momentos de menos viento pero el tiempo límite de 2 minutos para cada ensayo le acabó abrumando para pasar a la muerte súbita en 5.75 m. que fue fatal. El oro se lo llevó su compatriota Maksim Tarasov.

Retirado de la competición en 2003, Chico ha seguido vinculado al atletismo entrenando a pertiguistas. 'Perdió' su medalla de bronce durante dos años y apareció en casa de su madre. Licenciado en publicidad, trabajó en una agencia y en una productora de televisión. «Tengo que reconocer que sigo viviendo del eco de mi medalla aunque hay gente que ya ni me llama.».

Mientras, Bubka sigue en todos los escenarios atléticos en condición de directivo. Vio cómo Lavillenie le arrebataba su récord de mundo en la ciudad donde el ucraniano lo había dejado establecido, Donetsk, y cómo Sebastian Coe le ganaba la elección a la presiencia de la Federación Internacional.

El secreto de Peñalver

Otra de las grandes sorpresas del atletismo español en Barcelona'92 la proporcionó el decatleta murciano Antonio Peñalver con su plata en la prueba de los supermanes. Había sido el 23 en los precedentes Juegos de Seúl y octavo en el Mundial de Tokio, un año antes. Dio su primer 'toque de atención' con su bronce en el Europeo de pista cubierta de Génova, cuatro meses antes Barcelona, y en su casa de Alhama de Murcia al sumar 8.478 puntos en mayo. Pero su objetivo olímpico era una plaza de honor. Sin embargo rubricó una actuación impecable. Al término de la primera jornada era tercero tras el alemán Meier y el checo Zmelik, que a la postre se llevaría el oro. A falta del agónico 1.500, Peñalver tenía la plata segura. Le bastaba con que el americano Dave Johnson no le sacase 17 segundos. El murciano se pegó como una lapa a su rival y se garantizó el subcampeonato olímpico.

Como suele suceder tras las pruebas de decatlón, Peñalver abrazó a sus rivales, luego saludó al Rey... y también abrazó al entrenador que le había cuidado desde niño, Miguel Ángel Millán.

El pasado mes de diciembre, casi un cuarto de siglo después de los Juegos, la Policía detuvo a Millán en Tenerife por abusos a menores. Y entonces se desataron una serie de denuncias de sus vergonzosas acciones con los chavales que entrenaba en los ochenta en Murcia. Uno de los que confesó sin tapujos que fue objeto de dichos abusos fue Antonio Peñalver.

Una frase suya -«Cuando abracé a Millán en Barcelona pensé 'qué mierda estoy haciendo'»- fue todo un impacto. Con rostro compungido contó que los abusos comenzaron a los 13 años y se repitieron. «Éramos niños de pueblo y él ejercía de gran padre de todos, al menos eso nos decía». Este hombrachón de 48 años, de 1,93 de estatura y casi 100 kilos, desveló casi entre lágrimas su gran secreto.

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