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Aura Garrido y Oriol Pla, en una escena de la serie. SUR
'El día de mañana'. ¿Quién fue Justo Gil?

'El día de mañana'. ¿Quién fue Justo Gil?

Sur en serie ·

La nueva serie producida por Movistar + dirigida por Mariano Barroso es un fascinante retrato del tardofranquismo

miguel ángel oeste

Lunes, 9 de julio 2018, 00:25

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A nadie debería sorprender que las series de televisión que se basan en novelas o libros de no ficción encuentren en el texto literario su razón de ser. Un material literario que si los creadores saben moldear y adaptar al medio audiovisual amplía las perspectivas de este último, dando profundidad a la historia, volumen a la estructura y complejidad a los personajes. 'El día de mañana', la última producción de Movistar + hasta la fecha, en colaboración con MOD, dirigida por Mariano Barroso y escrita por Alejandro Hernández y el propio Barroso, a partir de la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, consigue adaptar con naturalidad una novela difícil por la polifonía de los numerosos personajes que la pueblan y por las muchas historias que en ella se contaban, centrándose la serie en un par de líneas narrativas para preservar la complejidad psicológica de los personajes y el retrato convulso de los años turbios que representaba, como es la Barcelona que va de 1966 a 1977.

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Si Ignacio Martínez de Pisón es un escritor de estilo transparente cuya fuerza narrativa está en los hechos que narra, para lo que se suele documentar concienzudamente (aunque en sus espléndidas novelas el lector no perciba la documentación, sino la absorbente narración de las historias que tan bien sabe trenzar el autor de 'Derecho natural'), Mariano Barroso ha demostrado que es un cineasta que no divaga, que no busca artificios explicativos, que prefiere también un estilo clásico, transparente, sutil, nada explicativo, con momentos de hondura psicológica incuestionable que alejan al espectador de zonas trilladas para cuestionar cosas y situaciones en un ambiente de confusión y miseria moral que se refleja en que no hay maniqueísmo en ninguno de los personajes principales y secundarios de 'El día de mañana'; que todos y cada uno de los intérpretes compongan retratos verosímiles con nitidez, precisión, profundidad. No hay que olvidar que Mariano Barroso ya había dirigido la serie de seis episodios 'Todas las mujeres', producida por TNT, que después condensó en una película de noventa minutos que estuvo en el Festival de Málaga y que obtuvo cuatro nominaciones en los Premios Goya, obteniendo el de Mejor Guion adaptado.

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Sin destripar nada, 'El día de mañana' cuenta la historia de un inmigrante, Justo Gil Tello (Oriol Pla), que llega a Barcelona en 1966 con su madre, a la que quiere curar, pues está aquejada de una grave enfermedad cerebral. La vida de Justo es reconstruida a partir de distintos personajes para crear un personaje poliédrico, ambiguo, que encuentra su raíz en el pícaro español, pero que va más allá de este arquetipo. A partir de los inicios de Justo en casa de su primo Martín Tello trabajando con él en la peluquería, luego como vendedor de máquinas de escribir hasta convertirse por circunstancias en un delator, la vida de Justo es el retrato de nuestro pasado de hace dos días. Un retrato del tardofranquismo que entronca con nuestro presente y nos define más de lo que parece a simple vista. Porque se habla del abuso de la religión, de las torturas policiales, de la identidad sexual, de la diferencia de clases, de la corrupción, de los cambios ideológicos, de los sueños y las oportunidades perdidas y del miedo que lo emponzoña todo. El miedo que recorre el país y se afianza para dominar el futuro. Tal y como verbaliza Mili (Pere Ponce), el director de teatro que ejerce de pigmalion en el personaje Carme Román (Aura Garrido): «Los humanos vivimos en el miedo y no lo soportamos».

La serie cuenta la historia de un inmigrante que llega a Barcelona en 1966 con su madre enferma

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Desde la llegada de Justo, un inmigrante, a Barcelona en 1966, con sus ojos ávidos, curiosos, grandes, que miran la ciudad, el mañana, que se abren al mundo, y el detalle de cómo le coloca los dedos y la cabeza a su madre, definen un joven que paulatinamente irá cambiando, como el resto de los personajes y el país, porque las modificaciones de Justo, un personaje tan magnético como abyecto, representan las de una ciudad y un país. «Aquí hay dinero en todas partes. Lo que hay que saber es llegar a la gente y darle lo que necesita», dice Justo a su primo Martín en el 66, pero que podría ser el Management actual. La habilidad del guion de Alejandro Hernández y Mariano Barroso es comprimir las numerosas historias y reducir personajes de la novela de Martínez de Pisón para centrarlas básicamente en dos –el ascenso y caída de Justo y la relación de este con Carme–, pero manteniendo la polifonía de voces y la investigación que realiza un periodista de la figura de Justo, tan compleja como difícil de definir o atrapar. Esto confiere al relato una enorme agilidad, un gran ritmo, un tono vigoroso que aumenta a medida que la serie avanza, como si la dirección de Barroso se afianzara gradualmente, apoyada en una luz radiante que contrasta con el subtexto, una espléndida ambientación que afianza la representación del pasado, y un equilibrio interpretativo en el que cada actor y actriz despliegan registros que contribuyen a recrear la complejísima atmósfera que se muestra. Si uno está atento, percibe que los rasgos psicológicos de la primera intervención de Carme hablando a cámara, no es la misma que la posterior cuando está en la imprenta y llega Justo. Las intervenciones de la Carme a cámara –el presente narrativo– retratan a una mujer diferente, más vivida, melancólica, a través de detalles en sus rasgos, en la vestimenta, en los leves movimientos que hace. Esto es aplicable a cada uno de los personajes, lo que marca una minuciosa dirección actoral, algo habitual en los trabajos de Barroso.

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Pero es que las secuencias duran lo que tienen que durar, dando espacios a los silencios (tremenda por el calado y la hondura de lo que representa es la escena final), creando una atmósfera única que no se parece a ninguna mediante una narración compensada con los diferentes elementos formales siempre a través de una puesta en escena de raigambre clásica que mira a los ojos y en la que predomina el plano contraplano, aunque en ocasiones se quiebra para ampliar la paleta moral de una sociedad difusa por los tiempos cambiantes, en transformación, que tan bien capta la novela y la serie. Porque la combinación de relato narrativo y relato emocional se establece desde variaciones estéticas que exploran la condición humana desde esa convención de que lo clásico llega a ser más moderno que determinados experimentos narrativos. Una planificación que despliega símbolos constantemente, que asocia imágenes (Carme que acude el sábado al lugar de encuentro con Justo, pero este no aparece y mientras la cámara la encuadra tras una verja, entre los rayos de luz, la escena corta a Justo entre rejas) para contar la historia de Barcelona con los abusos de la Brigada Político-Social, los ecos de la Gauche Divine, el activismo clandestino…

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Así, como si se tratase de la investigación por desentrañar la figura de Charles Foster Kane, el periodista de 'El día de mañana' trata de averiguar quién fue Justo Gil Tello, un fantasma, una niebla que nos pone sobre aviso sobre lo que fuimos y lo que seremos. Adictiva, con algunas de los mejores composiciones dramáticas que se recuerdan –las de Oriol Pla y Aura Garrido, principalmente– la serie dirigida por Mariano Barroso es el ejemplo de lo que es una serie de calidad. El ejemplo de que aquí, en España, se hacen series extraordinarias. Solo hay que apostar por ello y ofrecer a los creadores las condiciones para hacerlo.

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