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UN DRÁCULA DE NUESTRO TIEMPO

IKER CORTÉS

Sábado, 18 de enero 2020, 00:01

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Hay personajes que a veces parecen intocables. Da igual que sus adaptaciones se cuenten por centenares y que sus puntos de partida se hayan retorcido en multitud de ocasiones. Ha vuelto a ocurrir con 'Drácula', la relectura que han hecho Mark Gatiss y Steven Moffat, autores de la irresistible 'Sherlock', de la novela de Bram Stoker. Desarrollada entre Netflix y la BBC, la serie de tres capítulos se aventura a contar tres historias distintas, de una hora y media de duración cada una, levemente conectadas entre sí y con el chupasangres como protagonista. Dos de ellas han gustado bastante, la tercera, en cambio, ha decepcionado a la crítica.

Precisamente son el primero y el segundo los más fieles a la historia epistolar de Stoker. 'Las reglas de la bestia' ilustra los elementos que ponen en jaque al vampiro -la luz del sol, los crucifijos, las estacas- y sigue los pasos de Jonathan Harker, que tras huir del castillo del conde Drácula, va relatando a dos monjas, una de ellas Agatha Van Helsing -interesante cambio-, los horrores que acontecieron durante su estancia. Con unos decorados victorianos y barrocos, una pizca de terror, algún toque de gore y una atmósfera desasosegante, la narración no evita el humor -esto ha hecho pupa a los más intransigentes-, pero tampoco cae en la parodia, gracias a que Claes Bang se mueve con una finura increíble, y deja un acto final interesantísimo. 'Navío sangriento' relata la travesía que el conde realiza a Londres en una cochambrosa embarcación llena de pintorescos personajes. Es una mezcla sugerente y divertida entre el 'slasher' noventero y la novela de Agatha Christie. Menos impactante en su resolución, vuelve a encandilar, merced a unos diálogos potentísimos que se muestran en su plenitud en la conversación entre Drácula y Van Helsing.

El punto de partida de 'La brújula tenebrosa' es la irrupción de Drácula en nuestro tiempo, después de haber estado cientos de años hibernando. El choque de realidades genera fundamentalmente humor, primero por la desubicación de un tipo con toneladas de experiencia a sus espaldas, después por la forma en que se aprovecha de esa nueva realidad. Y eso no ha sentado nada bien. Es una pena, porque los clásicos están para pervertirlos.

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