Love: adictos al amor, al sexo y a la angustia
La segunda temporada de ‘Love’, producida por Judd Apatow para Netflix, se adentra con amargura y dureza en los intersticios de la relación de Gus y Mickey
miguel ángel oeste
Lunes, 3 de abril 2017, 00:03
La segunda temporada de esta estimable comedia romántica de estilo y corazón libre creada por Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust sabe captar las ... sensaciones y emociones de dos personas abrumadas por las flaquezas e inseguridades de lo íntimo y también de lo externo. Esas dos personas Mickey (Gillian Jacobs) y Gus (Paul Rust) vuelven a componer sus personajes con naturalidad, delicadeza, magnetismo y carisma. La nueva entrega comienza justo donde lo dejó la primera. Y al igual que en aquella tiene la destreza de esquivar los lugares trillados y de mantener mediante una escritura hábil los constantes tira y afloja de esta relación donde la tristeza, la esperanza, la melancolía, la amargura se vierten de un modo penetrante y orgánico. «Si nos besáramos éste sería el momento», comenta Mickey. «Pero», dice Gus.
Precisamente la relación de estos dos personajes parece moverse en los puntos suspensivos. Nunca en las certezas ni en las convenciones. Sus movimientos y acciones radican en ese espacio. «Me has empujado más cerca del abismo» le dice Gus a Mickey en el episodio cuatro después de drogarse con unas setas por primera vez. «Y tú me has apartado de él», le responde ella. Ambos se miran. Se sostienen la mirada.
Tensión
La tensión que se da entre los dos es otro de los pilares en los que se sustenta la serie. El sofisticado, frágil y agudo retrato sobre los sentimientos y la relación de pareja es honda, más de lo que aparenta su estilo y las mismas situaciones. De hecho, en el vaivén de lo cómico y lo romántico se cuela casi sin avisar obuses dramáticos con fluidez. Gus con sus inseguridades se asemeja a un Woody Allen posmoderno. Mickey, con sus adicciones y el miedo a la estabilidad, parece sujeta al síndrome de Andrés Hurtado, el personaje de El árbol de la ciencia de Pío Baroja.
La serie tiene un arco dramático que va curvándose desde el acercamiento a la distancia. Quizá Un día, el capítulo cinco, ejemplifica el puente y representa mejor que ninguno la mera sencillez a lo que aspiran ambos, pero también el temor a la pérdida, miedos, dudas, deseos y a ellos mismos. Gus y Mickey son treintañeros que buscan una buena vida personal, afectiva y profesional. Pero los dos se encuentran perdidos en un mundo cada vez más inhumano. Es en este punto donde la segunda temporada de Love cobra más sentido y se humaniza. A la vez, expone sin hacerlo de una manera evidente lo que piensa de estos tiempos y de la deriva de Estados Unidos: «Todos sabemos de qué va América y el presidente lo ha olvidado»; «¿Dónde estudiaste comunicación? En Youtube». Así, además de que los personajes estén desorientados, no es extraño que puedan estarlo en la deriva de esta sociedad parece querer decir Love. Como la parodia alrededor del cine representada por los padres de Arya (Iris Apatow).
¿Relación sana o tóxica?
Love continúa indagando de forma ingeniosa y desprejuiciada sobre las maneras en las que se relacionan los hombres y las mujeres desde la educación que han tenido y el peso (consciente o inconsciente) del pasado y la familia. Revelador en este sentido es el episodio ocho Marty Dobbs- cuando Gus conoce al padre de Mickey. Desde ese momento, algo se quiebra, la bilis de aquello que significa lo que Mickey fue y aspira a ser se filtra de un modo nocivo. El lenguaje corporal de los personajes sigue siendo una pieza fundamental, como la ropa y los detalles y tic físicos. Judd Apatow ha revitalizado el género de la comedia analizando las obsesiones, anemias psíquicas y constantes paranoias de la sociedad actual, pero lo ha hecho sin dejarse llevar por facilidades ni convenciones. Love es tan real como ingeniosa, tan áspera como tierna, tan estimulante como angustiosa, tan absorbente que te arrastra.
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