La ruptura
Las palabras se repiten en una espiral que es el tiempo y las circunstancias. Tras la muerte de Franco se plantearon dos salidas para el ... futuro: la reforma o la ruptura. El pueblo español y los dos grandes partidos optaron por la reforma que, siempre desde el lenguaje, ha llevado a la nación a una democracia parlamentaria de la que se cumplen varias décadas.
Sin embargo, en estos últimos días hemos asistido a dos hechos que resucitan la palabra ruptura, al menos en parte. Me refiero a la moción de censura planteada por Podemos y al congreso del PSOE. Son dos hechos diferentes y nada tiene que ver el uno con el otro; sin embargo es obligado el análisis riguroso y, desde este, veremos que hay muchos elementos en común.
La moción de censura se planteó, inicio el análisis, por la situación de «alarma social» en la que vive el país y por la «parasitación» de las instituciones por parte del gobierno, el gobierno del «partido más corrupto» de Europa. La literalidad de los significados es grave; según estos, transmitidos por lo que Maestre e Iglesias expusieron en la tribuna, España arde en la demanda de «echar al PP». El panorama, sigo con el léxico empleado, solo puede reflejarse en una de las pinturas de Goya.
El análisis de los textos, la lingüística textual, tiene un apartado que es la construcción del mundo a partir del mensaje. Montero-Iglesias construyeron un universo a base de frases cortas y de una repetición constante de las mismas, titulares diversos para los medios y eslóganes para sus seguidores; la clásica forma retórica de enardecer a los suyos. Otra cosa es que ese universo se corresponda con lo que llamamos realidad. No voy a entrar en ello; el lector juzgará la coherencia del discurso y el día a día.
El insulto, no necesito repetir la definición de la palabra, fue el campo léxico en que ambos oradores desarrollaron su intervención; pocas veces la cámara ha escuchado un texto que no ha sido argumentativo, sino apelativo, emocional, preparado pero sin la articulación retórica de la dialéctica parlamentaria. «¡Qué vergüenza!» repetía la diputada una y otra vez. Al mensaje acompañó el lenguaje no verbal, perfectamente adecuado a un mitin: Los brazos abiertos, saliendo por los límites de la tribuna, acompañaban a la función apelativa que es la que dominó la intervención de Maestre.
Como es lógico Iglesias mantuvo un tono medio, más sereno pero sin alterar un ápice el contenido. En las dos intervenciones se pueden establecer unas palabras-llave que son verdaderos adoquines verbales por su contundencia en una lucha de barricadas. Todo se resume en la imprescindible ruptura con el sistema actual a favor de un caudillismo que hace trizas la democracia representativa y se mueve en otros ámbitos perfectamente analizados para partidos totalitarios.
El gobierno, en boca de su presidente, se acogió a cifras y a perfumes de ironía; es lo preceptivo. Quedó al portavoz parlamentario la tarea de rebajarse al «género ínfimo» de los tres posibles según la rueda virgiliana, y adentrarse en el barrizal léxico del adversario; aunque este, por su tono e intención, actuaba más como enemigo arriscado y contumaz.
El congreso del PSOE ha sido una clara ruptura con una estructura mantenida durante décadas. El lenguaje de Sánchez se ha radicalizado en grado sumo y si se establece una estadística de unidades empleadas comprobamos que hay muchas coincidencias con el de Podemos. La ruptura es interna pero, sobre todo, es externa. Como si hubiera una competición. Sánchez también emplea corrupción a cada momento y la necesidad de «echar al PP»; así como la emergencia. De hecho, Sánchez ha establecido un vínculo genético con el 15-M, momento ya mítico y augural de lo «nuevo» en la izquierda. El líder socialista también quiere beber del manantial de los indignados. La lucha del lenguaje es la lucha del poder.
En el caso de Sánchez la ruptura no se plantea con tanta claridad como lo hace Iglesias; pero hay dos elementos muy notables: Una vez terminado el Congreso el ganador se dio un baño de militantes como si la legitimidad estuviera entre miles y no entre los delegados. Este aspecto no es verbal pero es clarísimo. El segundo elemento es la introducción de la plurinacionalidad como objetivo de su programa.
Por mucho que Lastra ponga como ejemplo a Bolivia que, es oficialmente plurinacional, no pasa de ser, este país sí, un crisol multiétnico. Plurinacional se entiende en la práctica como autonómico y no como nación de naciones.
Ya me he referido a la contradicción entre la unidad y la plurinacionalidad, salvo en lo que se refiere al respeto a las formas culturales y lingüísticas. Las naciones sin estado luchan por conseguirlo. Ej. Los Balcanes después de la Gran Guerra.
De hecho, ante la alarma provocada -me gustará escuchar las explicaciones que la flamante portavoz, Irene Montero, da de este punto-, ya han empezado los eufemismos y las matizaciones y los donde dije... No hemos hecho más que empezar otra vez.
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