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Fernando González
El poeta que enseñó a andar palabras

El poeta que enseñó a andar palabras

Conocimiento, comunicación y temporalidad son las señas de identidad de una producción poética enmarcada en la llamada Generación del 50 y que abrió el libro 'Manera de silencio'

francisco ruiz noguera

Jueves, 18 de abril 2019, 13:24

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Manuel Alcántara termina su libro 'Este verano en Málaga' con el soneto 'Niño del 40', cuyo terceto final dice: «No se estaba ya en guerra aquel verano, / mi padre me llevaba de la mano, / yo estudiaba segundo de jazmines». Valgan estos versos para situarlo en la llamada Generación del 50 o de 'los niños de la guerra'.

La Generación del 50, cuyos miembros se dan a conocer sobre todo en la primera mitad de esa década. Los jóvenes del momento intentaban superar los presupuestos del realismo social de la generación anterior. Aunque no hay en ella una uniformidad estética, sí se observa una mayor preocupación por el cuidado del lenguaje a la hora de tratar asuntos más cercanos a lo personal que a lo social. Así lo vemos en obras como las de Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Gil de Biedma, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Alfonso Canales, Carlos Barral, Francisco Brines, Manuel Alcántara, Eladio Cabañero, Antonio Gamoneda, Carlos Sahagún, María Victoria Atencia o Vicente Núñez, entre otros.

Alcántara se da a conocer como poeta en los años en que se están trazando las líneas de lo que va a ser el desarrollo de la poesía española durante esa década y buena parte de la siguiente, con dos tendencias en litigio: la que considera que la poesía es una forma de conocimiento, y la que defiende que es forma de comunicación. Su primer libro, 'Manera de silencio', es de 1955 y, a pesar de la juventud del autor, puede decirse que era ya un libro de madurez. Alfonso Canales llamó la atención sobre esto: «Alcántara revela madurez desde su inicio, con acusada personalidad, dominio del lenguaje y abundantes hallazgos expresivos». Están allí, en efecto, sus señas de identidad expresivas y el repertorio de sus inquietudes, que entran de lleno en la deriva existencial de la lírica española de entonces, una línea que arranca de lo que Dámaso Alonso llamó «poesía desarraigada». Así, en el primer poema, 'Biografía' encontramos los temas en los que Alcántara centrará su obra, temas coincidentes con lo que podíamos llamar 'espíritu generacional'.

En unos versos de 'Biografía', leemos: «Unas pocas palabras me mantienen: / duda, esperanza, amor… Siempre me pierdo… / Amor, duda, esperanza… Siempre vienen… / La ilusión, si la he visto, no me acuerdo». Este último verso refleja una posición existencialista o por lo menos de escepticismo; por eso, a pesar de que entre las tres palabras que 'mantienen' al poeta figura la esperanza, es la duda la que se impone; incluso el amor es visto desde la perspectiva de su acabamiento: «Ocurre que el olvido antes de serlo / fue grande amor, dorado cataclismo». Memoria y olvido: he aquí una de las recurrencias en la poesía de Alcántara, donde los dos conceptos quedan fundidos a manera de oxímoron: «Lo mejor del recuerdo es el olvido».

En cierto modo, esta 'Biografía', escrita desde un yo sin ocultamientos, además de centrarse en la persona y sus circunstancias («Manuel, junto a la mar, desentendido; yo era un niño jugando a la alegría»), tiene también un carácter de declaración poética («Enseño a andar palabras de la mano… / Tengo un desconocido por el pecho. / Sí. Miradme a los versos. No os engaño»).

En ese 'Enseño a andar palabras' está la conciencia del 'oficio' del poeta y la alta consideración en el uso de la palabra en poesía («La poesía aspira a que no haya una palabra baldía»). Por otra parte, en los otros dos versos, estamos ante tres ideas fundamentales que entroncan con la poética generacional y con las disputas de principios de los cincuenta que antes mencioné. Por un lado, la identificación de poesía y verdad ('No os engaño'), pero, además, la segunda persona ('Miradme') nos lleva a la consideración de la poesía como vía de comunicación de esa verdad; sin embargo, en el verso anterior se ha dicho «Tengo un desconocido por el pecho», y ese 'desconocido' es el que va revelándose, conociéndose a través del ejercicio poético, de manera que, desde este punto de vista, para Alcántara, también la poesía es forma de conocimiento del mundo y de conocimiento personal. Así pues, el detenerse, de forma reflexiva, en el valor de la poesía como vía de conocimiento y de expresión del yo es otra de las señas de identidad de su escritura. En el poema 'Palabras' de su siguiente libro, 'El embarcadero', queda clara esa voluntad de síntesis entre las dos posturas: conocimiento y comunicación.

También está en 'Biografía' otro de los temas fundamentales de su poesía (y de la poesía de todos los tiempos), probablemente, el que de forma más rotunda la articula: el paso del tiempo («El tiempo es un camino para andarme»). El sentido de lo temporal es un rasgo más que acerca la poesía de Alcántara al existencialismo, aunque las huellas de esa tendencia deben buscarse, en su caso, en la tradición barroca española. La fusión de presente, pasado y futuro está planteada en estos verso: «Tengo un niño olvidado en la memoria…/ El porvenir de ayer es ya recuerdo / y el niño nunca sabe dónde empieza / el día de mañana cada día». La conciencia de la temporalidad está asociada al recuerdo de la infancia y, más adelante, al intento de rescate en estos versos de 'Sur, paredón y después': «He venido a buscarme. / Hay un niño extraviado / en medio de la calle».

El sentir existencial del tiempo, junto con la referencia personal a un yo no enmascarado se reúnen en 'Carnet de identidad' del libro 'Ciudad de entonces': «Me dijeron vivir a quemarropa: / siglo XX –acordaron–, en Europa, / en Málaga, en enero y en Manolo. / Todo lo dispusieron: hambre y guerra, / España dura, noche y día, tierra / y mares… luego me dejaron solo»: una 'España dura' sobre la que trató el poeta –nuevo rasgo generacional– en su libro 'Plaza Mayor'.

Dentro también de la tradición española –sobre todo unamuniana–, el conflicto con lo divino, cuya evolución va de la moderada certeza a la abierta duda: desde el inicial «y cuando el alma suena es que a Dios lleva» ('Manera de silencio'), pasando por una soleá de 'Este verano en Málaga': («Si otros no buscan a Dios, / yo no tengo más remedio: / me debe una explicación»), hasta llegar a los últimos poemas –inéditos en libro– que, en coherencia con su trayectoria, reúne buena parte de los temas sustantivos de su obra: el mar (con toda su simbología: misterio, vida y muerte a la vez), el tiempo y la angustia existencial ante acabamiento y lo desconocido: «Desemboca en el mar mi mar de dudas… / ¿Existe el inventor del mar?, ¿no existe?, / ¿la vida es corta, o demasiado corta?».

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