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Piedras

Piedras

CRUCE DE VÍAS ·

La curiosidad por el futuro me tiene obsesionado; lo mismo que me intriga el pasado

JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA. ILUSTRACIÓN SR. GARCÍA

Sábado, 15 de enero 2022, 00:02

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Hay una imagen que tengo grabada en la memoria desde hace años. No sé si la vi en un sueño, una película o sucedió en la vida real. El caso es que estoy en un patio rectangular trasladando piedras de un extremo a otro y cuando están todas juntas las vuelvo a llevar al lugar donde estaban amontonadas al principio y vuelta a empezar. Así una y otra vez hasta que cae la tarde. Desde siempre me han atraído las piedras, grandes o pequeñas, da igual. Ayer me dediqué a colocar piedras encima y alrededor de las macetas para que el viento no las volcara. Me atraen de manera especial las piedras cuyas marcas delatan que alguna vez estuvieron en el fondo del mar o de un río. Ignoro lo que piensan de mí los vecinos cuando ven que levanto del suelo la pesada carga para luego depositar la piedra en el hueco preciso con el fin de proteger la vida secreta de las plantas. La semana pasada fue la niebla quien hizo desaparecer el mundo que nos rodea y ahora es el viento quien amenaza con destruir la vida vegetal.

Anoche el viento soplaba con tanta fuerza que me impidió conciliar el sueño. No era el ruido lo que me mantenía alerta sino el temor de que las piedras no tuvieran el peso suficiente para sujetar las macetas. Hace años aprendí a crear barreras de piedras con forma de media luna para proteger los cultivos. Esta mañana temprano he recogido los frutos que han caído al suelo. Después he recibido la visita de una amiga. Mientras yo recolocaba las piedras, ella se ha preguntado en voz alta por qué si las piedras vivían miles de años nosotros no íbamos a ser igual. No ha conseguido desvelar el misterio, pero tenía la absoluta certeza de que nosotros también éramos inmortales. Cuando se fue, me quedé reflexionando sobre lo que había dicho. Me asomé al patio y al ver las piedras protegiendo las plantas recordé aquellas vacaciones que pasamos juntos en la isla griega de Donoussa. Al lado de la casa donde nos hospedábamos estaba el pequeño cementerio con sepulcros de piedra. Se estaba bien allí, escuchando las olas del mar, como si viviéramos un tiempo muerto. Un paréntesis en medio del juego frenético de la vida cotidiana.

Las piedras las cambio de posición según sople el viento. Quién iba a decir a las piedras del fondo del mar que acabarían en el patio de una casa situada en lo alto de una montaña. La eternidad tiene cosas como esta, uno cambia radicalmente de vida sin darse cuenta. La curiosidad por el futuro me tiene obsesionado; lo mismo que me intriga el pasado, el origen de cualquiera de estas piedras, el mío propio. ¿Dónde acabaré instalado cuando deje atrás el presente?

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