Cuando Picasso salía con pistola a la noche de París
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La editorial Renacimiento rescata 'Picasso y sus amigos', testimonio de su compañera Fernande Olivier sobre las andanzas de juventud del artista durante sus años pendencieros de miseria y bohemiaLos libros de memorias corren el riesgo de escribirse con el doble filo de la nostalgia, en ocasiones apuntalada por el rencor, el mero desdén o cierto aire de justificación y revancha. Algo de todo eso desfila por las páginas de 'Picasso y sus amigos' y, sin embargo, su autora sostiene que sus recuerdos tratan, en esencia, de unos años felices. Míseros, pendencieros y atribulados; pero, sobre todo, felices. Y ese regusto queda tras la lectura de este libro de Fernande Olivier, compañera de Picasso en aquel tiempo, ahora reivindicada en una exposición en el Museo de Montmartre y aquí cronista privilegiada en un texto que durante décadas ha sido casi inencontrable en su traducción española y que acaba de rescatar la editorial Renacimiento.
Porque 'Picasso y sus amigos' brinda un relato fascinante sobre los años más arrabaleros del genio, pero también ofrece un pulso palpitante sobre el nacimiento de las primeras vanguardias y, en especial, del cubismo. Y en esa travesía, Olivier se deja comandar por la perspicacia y la inteligencia, no exenta de ciertas dosis de mala baba, salpicada hacia su amante de entonces, hacia algunos de sus compañeros de armas artísticas y también hacia ella misma, nacida con el nombre de Amélie Lang.
«Compañera fiel de los años de miseria, no he sabido ser la de los años de prosperidad», escribe Olivier en las primeras páginas antes de lanzar: «¿Se acordará Picasso ahora de la joven amiga que con frecuencia le sirvió de modelo y que, en cierta época, no pudo salir a la calle en dos meses porque no tenía zapatos?». Al fin y al cabo, 'Picasso y sus amigos' tiende el puente desde los años de la pobre bohemia hasta el «aburguesamiento» del malagueño con sus primeros éxitos comerciales. En esa peripecia, la autora no escatima anécdotas, curiosidades y pullas. Muchas de ellas, claro, dirigidas a su amante de entonces.
Desde su pasión por los temas españoles, el circo y el boxeo hasta sus enfermizas supersticiones, pasando por la necesidad de sentirse admirado y sus rivalidades, el libro de Olivier combina lo personal y lo histórico, lo sentimental y lo artístico con jugosas pinceladas de 'salseo' picassiano. Ahí está Picasso con algo de dinero en el bolsillo y una cartera de la que nunca se desprendía… como de la pistola que siempre llevaba encima, según el relato de su compañera entre 1904 y 1912.
Porque cuenta Olivier que Picasso iba armado cuando andaba por alguno de los locales nocturnos donde él y sus amigos se convirtieron en sospechosos habituales: «Una noche, en el Lapin à Gill, había sido festejado, aclamado, llevado triunfalmente por un grupo de alemanes. Sintió deseos de estar solo. (...) De pronto, sacó su revólver, que nunca abandonaba, e hizo unos cuantos disparos al aire. En un instante quedó desierta la plaza».
En su recuperación, Renacimiento sigue la senda de la edición en español publicada en 'Temas de hoy' allá por 1964 a partir de la traducción de Manuel Álvarez Ortega. Ese legado queda enriquecido ahora con un nuevo prólogo de Juan Manuel Bonet y el prefacio original de Paul Léautaud en una edición supervisada por Marie-Christine del Castillo.
«Compañera fiel de los años de miseria, no he sabido ser la de los años de prosperidad», escribe Fernande Olivier
«Es la visión personal de una mujer inteligente y también artista, de los primeros años de Picasso en París, sus relaciones con pintores y poetas aún no conocidos y que luego serán clásicos: Apollinaire, Max Jacob, Braque, Matisse, Derain, Van Dongen, Marinetti... Este libro lleno de vida, de anécdotas, de juicios, aporta un testimonio originalísimo y de primera mano de Picasso y su entorno», abrocha la editora.
Del Castillo recuerda que la primera edición de 'Picasso y sus amigos' se publicó en francés en 1933, con el malagueño en plena ascensión hacia la cúspide del arte moderno. «En 2023 hará 50 años de la muerte de Picasso y este libro, sin duda, aporta un matiz de autenticidad, de realismo, a la figura de Picasso», añade la editora. «Este libro –sigue la editora– se diferencia de otros testimonios porque su autora, Fernande Olivier, fue no solo el modelo, la musa de Picasso, sino también su mujer. Es importante subrayar que se trata de uno de los primeros libros sobre un Picasso aún no conocido y aún no universal».
Años en los que el Bateau-Lavoir, aquella desvencijada casa de madera levantada en el número 13 de la rue Ravignan, se convirtió en el laboratorio del arte moderno y donde Picasso engrasó su rutina para evitar «que le molestaran»: trabajar de noche, acostarse al amanecer y dormir hasta primera hora de la tarde. Al fin y al cabo, Picasso y sus amigos formaban «una pequeña capilla en donde no era nada fácil entrar», de ahí el valor de este relato rescatado para los lectores en español.
La rivalidad con Matisse, la complicidad con Max Jacob y el estrecho lazo que unió a Picasso durante años con Guillaume Apollinaire van pasando por las páginas del libro hasta hacer parada en la llegada de los primeros coleccionistas y, con ellos, de los primeros réditos monetarios con la segunda década del siglo XX. «Picasso conoció entonces una gloria de mala calidad, que a pesar de todo le satisfacía», escribe Olivier con retintín antes de añadir en la misma línea sobre su compañero: «Continuaba trabajando sin hacer el menor caso de los consejos de los marchantes, que no podían ver sin temor su cambiar constantemente de maneras».
Comer estopa y beber petróleo
Y aquí engancha Olivier con otro asunto personal: la querencia de Picasso por la fama y el dinero y su retrato poco complaciente de un marchante fundamental en el nacimiento del cubismo: Daniel-Henry Kahnweiler. «Era un verdadero comerciante judío y sabía arriesgarse para ganar. Audaz y diligente, regateaba horas enteras hasta llegar a cansar al pintor, que, abrumado, consentía en la rebaja solicitada». También brinda el volumen el origen de una de las citas más célebres sobre el cubismo. La acuñó Georges Braque, a la postre punta de lanza de esta corriente, pero que en sus primeros escarceos espetó al malagueño ante estas obras seminales: «Tu pintura es algo así como si quisieras hacernos comer estopa o beber petróleo».
Sigue afilando la punta de su relato Fernande Olivier cuando describe a Juan Gris como un artista «sin grandes dotes, pero astuto»; a Vlaminck como alguien que «no era más que un buen pintor impresionista (…) que carecía de cierto gusto»; a Braque como «un pintor menos dotado que los demás» y a Matisse «más viejo, recién llegado entonces tras unos años de miseria», si bien para la autora, «era el más sabio, el de apariencias más audaces». Pocos se libran, por tanto, del repaso de Olivier, cronista también del salto económico y social que Picasso libró cuando pasó del Bateau-Lavoir al más pudiente bulevar de Clichy, aunque en ese camino «dejaba los más bellos recuerdos de su vida». Quizá, de la vida de ambos.
Así oscila Olivier entre la delicadeza y el despecho, entre el amor y la ferocidad lacerante. «Yo no he visto nunca a Picasso leer demasiado. La pintura era lo único que le interesaba y absorbía», escribe sobre el artista antes de recordar cómo Picasso llegó a convivir con «tres gatos, una perra y una mona» en una excentricidad que volvía a conectarle con el niño que siempre fue.
«Picasso tenía una faceta de ingenuidad y ternura contra la que parecía estar defendiéndose de continuo», firma Olivier en su lado amable. Para sólo unas líneas después apuntillar: «Era, en suma, un hombre que no se entregaba del todo nunca y que, por esa causa, sin duda, ha pasado junto a muchas alegrías sin sospecharlas siquiera».
Picasso cada vez más rico y famoso, propinando un «directo en la mandíbula» a un tipo en un bar; Picasso ermitaño y festivo al mismo tiempo, huraño y locuaz; Picasso desde la miseria de sus primeros años en París hasta la fama de una década más tarde. Hasta ese 'Ahora' con el que Olivier cierra su relato: «Algunos, como Picasso, por debilidad, por vanidad, se han dejado acaparar por un ambiente que les será siempre extraño. (…) Pero yo conozco a algunas mujeres de artistas, compañeras de buenas y malas horas de juventud, que envejecen solas también, con sus recuerdos como fieles y únicos compañeros».
Compañeras que, en ocasiones, dan a esos recuerdos la forma de un relato, escrito entre la nostalgia quizá algo de rencor, como muchos libros de memorias.
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