La pelota vuelve al Beti Jai de Madrid cien años después
Ocho partidos de pelota y de frontenis vuelven a dar brillo al frontón más importante de la capital, recuperado tras décadas en la ruina
El sonido de la pelota golpeando la piedra del frontis ha vuelto a escucharse en el Beti Jai de Madrid. Haciendo honor a su nombre ... en vasco, la alegría retornó al frontón más emblemático de la capital, que el domingo, recuperó el uso para el que fue levantado hace 130 años. Ocho partidos de mano y de frontenis acabaron con un siglo sin pelota y más de 400 personas acudieron al recinto, todavía muy por debajo de los 4.000 que se dejaban las manos aplaudiendo a finales del siglo XIX, cuando la pelota vasca era el deporte de moda en Madrid gracias a la afición de la Casa Real, que se había enganchado a este deporte durante sus veranos en San Sebastián.
A la una de la tarde, las dos parejas guipuzcoanas, Iñaki Lizaso y Julen Urruzola, por un lado, e Iker Urmeneta y Arkaitz Esnaola, reinauguraron el Beti Jai y terminaron con la pesadilla en la que el frontón se sumió hace tres décadas.
Ubicado en el barrio de Chamberí, uno de los más señeros de Madrid, entre las calles de Marqués de Riscal y Fortuny, la 'Capilla Sixtina de los frontones', como se le había bautizado por su belleza, estaba casi en la ruina, okupado y con los arbustos creciendo con libertad.
El Beti Jai se ha recuperado en diferentes fases desde 2011, tras varios intentos de apertura sin éxito, y en Semana Santa recibió a sus primeros visitantes, convertido primero en un centro de interpretación. Los partidos de pelota suponen el espaldarazo definitivo al frontón, que sueña con albergar partidos de competición.
El arquitecto de Laredo Joaquín de Rucoba levantó este «frontón comercial» que se inauguró en 1894 y que en sus primeras décadas de vida sirvió como auditorio, hipódromo, taller mecánico, taller de escayola y cartón piedra, mítines políticos y escenario de los inventos del genio cántabro Leonardo Torres Quevedo. Pero tras su esplendor, llegaron los malos tiempos. En 1918 se celebró el último partido de pelota y en 1919 se cerró al público para convertirse en un taller de diferentes usos (incluso fue sede del concesionario de Harley-Davidson en España en 1923). En la Guerra Civil, devino en comisaría y cárcel y tras la contienda, fue utilizado por las bandas de música falangistas para realizar allí sus ensayos.
En 1955 fue adquirido por la empresa automovilística Citroën, que se mantuvo abierto hasta 1995. En 1997, una sociedad vasca compró la instalación por 2,3 millones de euros con el objetivo de que se volvieran a celebrar allí partidos de pelota, pero ninguno de los planes que se manejaron entonces, como convertirlo en un hotel de lujo, cuajó, hasta el 2010, cuando el Ayuntamiento de Madrid se involucró en la recuperación de la instalación.
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