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Rui Junior y Sergio del Río, artífices del Restaurante Óleo. SUR
Óleo

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Línea de fuga ·

Ahora el cuadro del CAC cerrado, de una librería menos en la ciudad y de un restaurante formidable chapado les ha dejado retratados

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Domingo, 28 de abril 2019, 00:05

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Íbamos allí después de cada decepción. La consulta estaba cerca, ellos casi acababan de abrir y nos pillaba de camino al aparcamiento de la calle Salitre. Pedíamos mesa y mirábamos la carta por no mirarnos el uno al otro. Dos copas de vino, una sonrisa callada y de nuevo a la carta con la cabeza en otra cosa. Decíamos una comanda atolondrada, sólo para que el camarero dejase de esperarnos. Entonces aparecía una tosta con tomate y sardina en escabeche. Una tapita de hummus. Rollitos crujientes de langostinos con soja. El ceviche de jurel. Un nigiri de anguila y otro flambeado de atún y foie. Sashimi de vieiras. Algún postre que ahora no recuerdo, porque la mente es sabia y olvida los pecados que nos permiten seguir viviendo. Y una hora después la pena seguía ahí, pero menos. La mesa en Óleo se convirtió en un tratamiento frente a la melancolía, en una excusa para dedicarnos un rato entre semana. Y así vivimos cómo el local se iba llenando; cómo a menudo convenía reservar antes de ir, por si acaso; cómo lo que nosotros habíamos encontrado allí lo iba descubriendo cada vez más gente ante nuestra mirada un poco orgullosa de yo-lo-vi-primero.

Óleo –como Uve Doble, Candamil y otros pocos restaurantes– forma parte de nuestra geografía sentimental y sospecho que no somos los únicos. Allí hemos encontrado consuelo y alegría, serenidad y ganas de juerga. Empezamos en mesas de dos y hemos acabamos en otras de cuatro. V ha bailado en la terraza alguna tarde de primavera y M se ha zampado un plátano sentado en mis rodillas, mirando muy fijo cómo iba creciendo una crónica apresurada en la pantalla del ordenador portátil. A Óleo hemos ido cuando queríamos comer sushi con amigos a los que no les gusta el sushi (y que pese a esto siguen siendo nuestros amigos). En Óleo he pedido la cena para llevar como forma de pedir perdón, hemos quedado con la familia para lamernos algunas heridas y allí hemos acabado muchos domingos que no sabíamos qué hacer ni adónde ir.

Hoy es domingo y parece que Óleo está cerrado. Habían previsto empezar a limpiar y recoger de puertas adentro, porque el miércoles tenían que entregar el local vacío para que recogiera las llaves el Ayuntamiento. Bajan la persiana Óleo y la librería Agapea del CAC Málaga porque el nuevo concurso para la gestión del centro de arte se ha retrasado tanto, se ha enredado tanto, que ya ha emprendido el camino de la extrañeza al bochorno, del sainete al drama, al menos, para las 17 casas donde ha dejado de entrar una nómina porque los 17 trabajadores de Óleo han tenido que irse a la calle. El contrato para la gestión del CAC Málaga vence el próximo martes después de once años, diez de vigencia y otro de prórroga. Once años para sacar a su debido tiempo el nuevo concurso sin que sea necesario el parche de tener que cerrar el centro, asumir su gestión en precario de manera provisional y volver a externalizarlo cuando se resuelva un proceso en el que han decidido deslindar la explotación del restaurante, pero no iniciar la licitación en paralelo para que ambos espacios tengan al unísono su correspondiente adjudicatario. Es más, a día de hoy, ni siquiera han iniciado esos trámites, así que cuesta poco imaginar el CAC Málaga sin restaurante durante los próximos meses. Habrá quien piense que un buen restaurante y una nutritiva librería no son servicios básicos en un museo y en ese pecado llevan la penitencia.

Una procesión que va por dentro en algunos despachos municipales, donde cunde la tentación de achacar este escenario a la fatalidad cuajada a fuego lento en un perol con ingredientes como una nueva ley de contratos, un par de bajas laborales, un raquítico equilibrio de fuerzas en la política local y un par de vaivenes de criterio por el camino. Y vale que al concurso del CAC parece que lo haya mirado un tuerto, pero hasta aquí hemos llegado por la falta de vista de un buen puñado de gestores de lo público. Por más que ahora intenten arreglarlo 'in extremis'. Y ahora el cuadro del CAC cerrado, de una librería menos en la ciudad y de un restaurante formidable chapado con 17 personas despedidas les ha dejado retratados. Al óleo.

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