Quique González: «Cuidar a los míos es la forma que tengo de cambiar el mundo»
El cantautor madrileño presenta este sábado en el Teatro Cervantes 'Sur en el valle', su disco más existencialista, nacido de una crisis de fe en el oficio: «Nunca sabes si volverás a escribir una canción que te emocione»
Se asoma al balcón de los cincuenta años, pero Quique González (Madrid, 1973) aún reivindica su doble condición de rockero y hippie, etiquetas difuminadas en 'Sur en el valle' (Varsovia Records), su último disco, concebido en plena pandemia tras una crisis de fe en el oficio. Por eso sus letras arrastran un aire más existencialista, menos narrativo pero repletas de imágenes poderosísimas: «Un escalofrío en la nuca, el murmullo del ventilador. / ¿Cuántas veces te saliste con la tuya / y creíste tener el control? / Siempre que dices nunca / dejas un rastro de traición».
Aquel tipo talentoso que en los años noventa recorría los bares de Madrid inspirado por Antonio Vega y Enrique Urquijo, para quien compuso 'Aunque tú no lo sepas', es hoy uno de los cantautores mejor considerados de una industria que lo ha visto crecer en los márgenes, alejado de las multinacionales. Pero González, tímido ante los halagos, también es ahora un padre de familia que ha renunciado a la electricidad de otros tiempos para dejar paso a su vocación más reflexiva. Este sábado, en el Teatro Cervantes, hará un repaso por su repertorio más clásico, con éxitos como 'Charo' y 'Pájaros mojados', y presentará su último álbum.
–No sé si debería hacer esta entrevista.
–¿Por qué?
–Porque admiro tu trabajo y no me gustaría caer en un dilema ético.
–Te agradezco que la hagas, entonces. Y lo prefiero a otras posibilidades, ¿sabes?
–Pero he recordado aquello que escribiste en 'Viejos capos' sobre el riesgo de conocer a los ídolos: «Tus putos héroes / no siempre van a estar a la altura».
–(Risas). Intentaré estarlo.
–¿Eres consciente de que has hecho un disco complicado para el oyente, algo críptico, repleto de imágenes que requieren una escucha atenta?
–Ya era consciente de eso mientras lo estaba haciendo. Ahora hay tanta información que nos hemos acostumbrado a no prestar atención a la música. Desechamos una canción si no nos toca la patata en el primer estribillo. Pero yo soy de la vieja escuela. Como oyente, me gusta sacar las tripas a los discos, no sentenciarlos en la primera escucha.
–¿Qué ha provocado ese giro contemplativo en tu escritura? Antes tus discos eran más narrativos.
–No creo que fueran tan narrativos, salvo algunas canciones como 'Y los conserjes de noche' o 'Charo'. Desde hace tiempo me gusta la idea de crear imágenes dentro de las canciones, rodar pequeñas escenas como en una película. El contexto, el entorno, puede ayudar a entender la canción.
–¿Qué pasó después de publicar 'Me matas si me necesitas'? Hubo varios años de silencio. ¿Sufrió una crisis de fe en el oficio?
–Siempre que termino una gira, y aquella duró dos años, me quedan secuelas. Y mis crisis de fe, como las has llamado acertadamente, tienen que ver que con el abismo que se abre después de cada proyecto. He sufrido decepciones y durante un tiempo tuve muchas dudas sobre si quería seguir haciendo música, es cierto. Luego por suerte siempre llegan amigos que te aportan confianza y surgen ideas.
–Siempre hay cierta distancia entre la percepción que uno tiene de sí mismo y la que tienen los demás, pero sorprende que un tipo tan respetado como tú, con un talento indiscutible para la música, pueda sentirse fuera de lugar, incluso llegar a preguntarse si esto es lo suyo.
–Supongo que también influyeron asuntos personales. Hubo un desgaste natural, por otro lado. Han pasado treinta años desde que empecé a tocar en garitos. Es relativamente habitual que tengamos momentos más álgidos y otros más oscuros. No siempre estamos bien. Ocurre en todos los trabajos, supongo: en algunos momentos tienes más confianza que en otros. Nunca sabes si volverás a escribir una canción que te emocione, aunque la gente esté segura de que sí. No tengo una máquina de la que salga música. La vida, las emociones, son el material del que están hechas las canciones. Y a veces no estás seguro de ti mismo, de lo que haces.
–Hace años que escribiste un manifiesto titulado 'Peleando a la contra', en el que denunciabas la falta de escrúpulos de la industria y su comercialización salvaje. ¿Esa rebeldía ha agravado el desgaste frente a otros colegas que han aceptado contratos draconianos?
–Me ha costado vivir al margen de la industria. He tenido menos apoyos, menos presupuesto, pero trato de ser consecuente con lo que pienso. Eso también me ha dado libertad absoluta para hacer mis discos y sacarlos en el momento que consideraba oportuno. Nunca he tenido presiones. Siempre pagas un precio por cada decisión que tomas, pero para mí este camino ha sido más sano aunque me haya costado más trabajo. Y a estas alturas no lo cambiaría por grabar con multinacionales.
–¿No te sentiste atraído, cuando eras más joven, por esos fogonazos de los grandes contratos, aun a costa de firmar una letra pequeña brutal?
–Supongo que hubo algo de inconsciencia por mi parte, pero siempre he tenido el convencimiento de que mantenerme al margen de todo eso, de esos contratos salvajes, era lo mejor para mí. Y no creo que sea una decisión que haya tenido consecuencias artísticas. He grabado en las condiciones que he querido y cuento con un equipo pequeño, un sello que sólo edita mis discos. Nunca me he arrepentido, la verdad.
–También en el sonido se percibe una evolución. 'Sur en el valle' suena más sobrio, más limpio que otros discos.
–Siempre hay conexiones entre unos discos y otros, pero me interesa hacer cosas diferentes. Este disco, como dices, es más sobrio. Hay más espacio, menos instrumentación. Pero son las canciones las que te dicen qué traje les queda mejor. Puedes querer hacer un disco rockero, pero si has compuesto con una guitarra acústica tú solo en tu habitación, probablemente no funcione. Las canciones siempre mandan.
–¿Qué te llevó a vivir a Cantabria, siendo madrileño?
–Lo que me trajo hasta aquí fue la casualidad, una broma que fue demasiado lejos. (Risas). Supongo que había una necesidad de aislarme, de salir de ciertos ambientes... Madrid es una ciudad que tiene mucha agresividad, va todo demasiado rápido. Y en el fondo tengo un espíritu rockero pero también hippie. Me gusta estar en contacto con la naturaleza todos los días. Y me atraía la idea de encontrar un refugio donde volver, descansar, tener días largos para hacer canciones o para no hacer nada... En Madrid siempre es como si tuvieras muchas misiones que cumplir.
–¿Cómo mantienes a raya ese desdoblamiento entre tu condición rockera y la vocación contemplativa?
–Creo que lo llevo bien. Ya tengo casi 49 años y no siento esa ansiedad, esa necesidad de salir mucho y hacer muchas cosas. También he tenido una hija que tiene cuatro años. Eso te sitúa en otro plano. Mis necesidades han cambiado.
–Disculpa la impertinencia, pero ¿da vértigo asomarse a los 50?
–Pues sí que da vértigo, sí. (Risas). Por un lado tienes muy presente lo que has vivido y por otro eres consciente de que te queda menos por vivir de lo que has vivido. La balanza se desequilibra y se abre un tiempo de mayor incertidumbre. (Piensa unos segundos). Supongo que pasará, pero los cincuenta es una cifra muy significativa. La juventud se ha ido a algún sitio. Siempre hay decadencia en el paso del tiempo y el temor de saber que estás más cerca del otro barrio.
–En sus discos está muy presente ese paso del tiempo.
–Siempre me ha interesado, es cierto, pero supongo que se acentúa con la llegada de los cincuenta. Físicamente también se nota, y en la cabeza. Llevo hechas un montón de canciones y me pregunto si seré capaz de mantener el ritmo que he llevado en los últimos veinticinco años. Probablemente no.
–En una de las canciones del último disco escribe: «No me desvela la ambición / y nunca supe cómo explicártelo». ¿Hasta qué punto es importante que no te aplasten esas ganas?
–La ambición es otro de los temas que me interesan. Tener ambición no es bueno ni malo, pero si es puramente económica me resulta vacía...
–También en 'La tripulación' aparece la ambición.
–Esa canción habla de cuidar tu entorno, la pequeña tripulación que todos tenemos: la familia, los amigos. Cuidar de esos pilares, estar cerca de la gente que quieres y que te quiere, es en lo que intento poner mi ambición, la forma que tengo de cambiar el mundo.
–Cuando uno recibe aplausos supongo que se eleva el riesgo de acabar hecho un gilipollas.
–Sí, pero también las críticas feroces pueden volverte un gilipollas y hacer mucho daño.
–¿Te duelen las críticas?
–Después de tanto tiempo ha habido de todo, pero me siento respetado por el trato que he tenido por parte de los medios. Pero con las redes sociales, ya sabes, todo el mundo tiene una opinión sobre lo que haces y es imposible que no te afecte, aunque no estoy demasiado pendiente. Lo raro es que cuando te dicen que eres un genio no te lo crees y cuando te dicen que eres un tostón te lo acabas creyendo. Esa es la puta realidad, somos así.
–Ese funcionamiento de la autoestima es una putada.
–Hay que ser fuerte para aislarse de las opiniones de la gente. Siempre habrá alguien que diga: «Esto es una mierda».
–¿Qué te parece que C. Tangana cante 'Aunque tú no lo sepas'?
–Si quiere hacerla, ahí está. Las canciones también se escriben para que otros las lleven a sitios distintos. No conozco mucho su trabajo ni me siento cerca de su arte, pero desde fuera me parece un tipo interesante.
–¿Cómo te enfrentas a la elección del repertorio para el concierto de Málaga? Supongo que es inevitable cometer pequeñas traiciones cuando tienes más de diez discos.
–Precisamente me pillas haciendo el repertorio...
–¿Se aceptan sugerencias?
–Claro. Estaba pensando en abrir el repertorio y sacar algunas canciones del cajón. No me gusta repetir el repertorio porque se acaba automatizando, y afortunadamente tengo una banda fantástica y talentosa que me ayuda a que cada noche sea diferente. ¿Qué propones?
–'Considerando', su versión del tema de Rafael Berrio: «Si te hundes tú, suéltame a mí. / Yo ya sé venirme abajo solo, / puedes ahorrarte el trance de morir matando».
–Pues la vamos a hacer.
–¿Cuando escribió «Quiero intentar vivir al estilo mediterráneo» se estaba despidiendo de Cantabria?
–Llevo ya 17 años viviendo aquí, manteniendo esta casa como estudio y refugio, pero es algo que elegí yo solo. Ahora, por mis circunstancias familiares, sí que pienso en moverme a otro lugar... Ya no sólo tengo que pensar en mí, sino en mi mujer y mi hija. Me gustaría vivir en un sitio que eligiéramos los tres.
–Imagino que la conciliación también es complicada en la música.
–Para mí sí, porque he sido muy caótico escribiendo y componiendo. Siempre lo he hecho de noche, pero ahora ya no puedo acabar a las siete de la mañana porque media hora después tengo que llevar a mi hija al cole y sería un cadáver el resto del día. He tenido que disciplinarme y aprovechar los momentos en los que estoy solo, ordenar un poco todo ese caos.
–Ahora compone en horario escolar.
–(Risas). Eso es, he pasado a trabajar en horario escolar.
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