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Sebastián Arteaga
Sábado, 23 de abril 2016, 14:52
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Los chanquetes con huevo frito, los maimones, el Pescaito frito con pan Pero también el salitre, el olor a marisma, el Guadalmedina, la luna fueron los entremeses que Salva Marina (voz), Pepillo (flauta y saxo) y Perico Ramírez (guitarra) ofrecieron a los fieles seguidores del legendario grupo. Junto a las nuevas incorporaciones (soberbia percusión, teclado, bajo y batería), ninguno de los presentes, tanto dentro como fuera del escenario, pudo escapar del eco de Don Roberto González Vázquez, el poeta y músico trinitario conocido como Rockberto.
La tenue e hipnótica luz azul con la que comenzó el recital presagiaba la calidad y profundidad del directo de Tabletom. Un homenaje a la portada de Andrés Mérida que se encontraba entre el público y en definitiva, a la propia ciudad. Azul místico, que diría el Sr. Albarracín.
La sala Eventual Music tuvo el privilegio de acoger a uno de los mejores públicos que se ha visto nunca en los conciertos celebrados en la ciudad. Acostumbrados al típico perfil rockero, rasta, heavy o metalero de rigor, esta vez la sala se llenó también de un público variado, en todos los sentidos. Desde la edad generación de los 50, 60 y 70 en adelante hasta la actitud: bailes y mimos entre parejas que crecieron en rebeldía con el arte del grupo, saltos y gritos típicamente rockeros, cánticos, aplausos, etc. El que asistió al concierto pudo captar la sensación de compartir el amor por la música de una manera inusualmente sana y auténtica. Todo olía a los 70, literalmente.
Música, libertad, mantra
Con esas palabras podríamos resumir la dinámica del concierto. Un absoluto gazpacho malagueño aderezado del blues, rock, funk, flamenco, reggae al que Tabletom nos ha venido acostumbrando desde hace ni más ni menos que 40 años. Y claro, esa demoledora trayectoria se traduce en un virtuosismo técnico y artístico brutal sobre el escenario. Así, las agradecidas incorporaciones de Carmen y Eva Montiel como coristas fueron ya un excelente guiño y homenaje familiar a la tradición musical de Los Ramírez.
Como todo queda en familia, entre himnos del terreno como Me estoy quitando, No tengo na o el propio Luna de mayo completo (sonrisas y lágrimas con Asomándome y San Rockberto de Hachís), hemos de destacar la extraordinaria complicidad y compenetración entre todos los miembros de la banda. Sería un insulto describir con palabras las geniales improvisaciones entre los Ramírez brothers: de la guitarra al saxo, y del saxo a la flauta. Un absoluto festival de mestizaje cultural puro y duro. Un regalo para los malaguitas de verdad, para esos valientes que, pese a sufrir La parte chunga que a veces nos toca vivir, deciden atreverse y seguir en las nubes.
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