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Los Capuchinos. La serie de lienzos expuestos en el Museo Bellas Artes con La Porciúncula en el centro. SUR
Murillo, otra mirada

Murillo, otra mirada

El 400 aniversario del genio del Barroco busca que no se vea solo como un pintor de vírgenes dulces

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Miércoles, 6 de diciembre 2017, 00:29

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Bartolomé Esteban Murillo es bautizado el primer día de enero de 1618. El día exacto del nacimiento no se sabe, pero, como escribe uno de sus mayores estudiosos, Diego Angulo, es presumible que viniera al mundo de la ciudad de Sevilla a finales de 1617, en plenas fiestas navideñas. Lo bautizan en La Magdalena, una iglesia medieval que fue derribada durante la ocupación napoleónica del XIX. Este siglo fue lo peor y lo mejor para el pintor que tomó su segundo apellido, con el que mundialmente se le conoce, de su abuela materna. Su madre se llamaba María Pérez y su padre, barbero cirujano, Gaspar Esteban. Era el último de 14 hermanos y aunque alguna biografía cuenta que estuvo a punto de irse a las Américas, como algunos de ellos y luego un hijo (Sevilla era todavía un puerto para las Indias), Murillo vivió y pintó en Sevilla toda su vida hasta morir en 1682.

Esto es reseñable porque, a diferencia de otro universal pintor nacido en la misma ciudad y época, Diego Velázquez, a Murillo siempre se le ha considerado el pintor de Sevilla por antonomasia. Velázquez se marchó joven, apenas pintó en Sevilla. Al morir Murillo, al caerse de un andamio mientras pintaba «Los Desposorios de Santa Catalina’, más de 300 de sus lienzos estaban repartidos por iglesias, conventos, palacios y casas señoriales. «Era un pintor muy querido en Sevilla», cuenta Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte y experto en su obra. Y no solo en su ciudad. Ya en el XVIII era un pintor cotizado en Europa. Un militar francés tenía especial obsesión por su pintura. El expolio del mariscal Soult con la francesada napoleónica de 1810 a 1812 (llegó a llevarse 50 murillos para colgarlos en su casa en Francia) y la posterior desamortización eclesiástica de Mendizábal dejaron a Sevilla con apenas 50 de sus lienzos.

El expolio del general Soult dispersó una obra que la hizo universal y ahora vuelve a Sevilla en ocho exposiciones y numerosas actividades

«La dispersión de su obra se debe a los robos de los franceses y a la desamortización de los bienes de la Iglesia. El Estado fue cómplice de que su obra se vendiera a manos extranjeras». Paradójicamente, unos hechos «clave» para que hoy Murillo esté «muy bien representado en las colecciones internacionales», lo que le otorgó fama universal y «demuestra la importancia de su obra», explica el profesor Benito Navarrete, comisario de la exposición ‘Murillo y su estela’, inaugurada ayer.

Esta es la segunda de las grandes exposiciones con las que Sevilla conmemora el cuarto centenario del nacimiento del pintor. La ciudad se ha volcado con el genio del Barroco. El ‘Año Murillo’ reunirá en la capital andaluza más de 600 obras del artista y seguidores en ocho exposiciones. Ya está también abierta la muestra ‘Murillo y los Capuchinos de Sevilla’, en el Museo Bellas Artes, y este viernes el Arzobispado colabora con ‘Murillo en la catedral de Sevilla’, con obras habituales expuestas ahora con otra perspectiva.

El año Murillo

  • Museo Bellas Artes ‘Murillo y los Capuchinos de Sevilla’. 28 noviembre- 1 de abril 2018.

  • Espacio Santa Clara ‘Murillo y su estela’. Desde 5 de diciembre a 8 de abril de 2018.

  • Catedral ‘La mirada de la santidad’. A partir del 8 de diciembre. Todo el año 2018.

  • Murillo intacto. 8 de diciembre a las 10.00 Un viaje ofrecido por Atrium Cultura desde el Hospital de la Caridad a Santa María la Blanca pasando por la catedral. Son 23 obras que se salvaron del expolio.

  • Simposio Marzo. En espacio Santa Clara. Participan 55 ponentes de todo el mundo.

  • Ciclo musical en octubre ‘La Europa de Murillo’, desde el 13 de octubre de 2018 al 7 de diciembre. Espacio Joaquín Turina.

  • Antológica 1 de noviembre de 2018. Museo de Bellas Artes.

También esta semana comenzará una de las rutas organizadas para conocer la Sevilla en la que vivió Murillo y los lugares para los que pintó partiendo de su última casa, ahora propiedad de la Junta de Andalucía. El programa, organizado por esta administración y el Ayuntamiento, cuenta con ciclos musicales y literarios, un congreso internacional y culminará dentro de un año con una antológica en el Bellas Artes, comisariada por María Valme Muñoz, directora de la pinacoteca, y el especialista Ignacio Cano.

Todo un despliegue que, al margen de objetivos turísticos para convertir Sevilla en un destino cultural, busca devolver a la ciudad parte de lo que le perteneció, aunque sea por unos meses. Vuelven después de dos siglos a esta ciudad obras ahora desperdigadas en museos de Alemania, Austria, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Rusia... Y sobre todo, el ‘Año Murillo’ busca una relectura de la imagen del pintor «dulce» del Barroco conocido por sus Inmaculadas.

Arriba, Inmaculada, de la serie de los Capuchinos. En el centro, Benito Navarrete fotografía la Virgen de la Faja a su llegada a Sevilla. Abajo, la casa de Murillo en el barrio Santa Cruz. SUR y María Aguilar
Imagen principal - Arriba, Inmaculada, de la serie de los Capuchinos. En el centro, Benito Navarrete fotografía la Virgen de la Faja a su llegada a Sevilla. Abajo, la casa de Murillo en el barrio Santa Cruz.
Imagen secundaria 1 - Arriba, Inmaculada, de la serie de los Capuchinos. En el centro, Benito Navarrete fotografía la Virgen de la Faja a su llegada a Sevilla. Abajo, la casa de Murillo en el barrio Santa Cruz.
Imagen secundaria 2 - Arriba, Inmaculada, de la serie de los Capuchinos. En el centro, Benito Navarrete fotografía la Virgen de la Faja a su llegada a Sevilla. Abajo, la casa de Murillo en el barrio Santa Cruz.

Fue mucho más. Hay interés en que este año Murillo, con el lema ‘Sevilla, la mirada innovadora’, culmine observando al artista con «otros ojos», con una «imagen real, no estereotipada por el filtro romántico, sino la que críticamente le sitúe en su contexto y para eso es muy importante conocer el auténtico valor y sentido de sus pinturas», afirma Benito Navarrete, autor de ‘Murillo y las metáforas de la imagen’.

Cambio radical

Murillo es un pintor de temas religiosos, pero da un «cambio radical» en la pintura de este tipo en la Sevilla de Zurbarán con sus luces, sombras, encuadres y escenas de cotidianidad hogareña, lo que invita a «centrarnos en la emotividad y en las sensaciones, en la dulzura, en el sentimiento para llevar al visitante al amor, a la oración», explica Ignacio Cano.

Un logro que no puede desprenderse de la realidad de la Sevilla del XVII en la que vivió. Una ciudad que perdió el privilegio del comercio con América y que sufrió una epidemia de peste que diezmó su población, pasando de 120.000 habitantes a 50.000 entre 1649 y 1650. Familias enteras murieron. Es posible que el pintor perdiera alguno de sus hijos. «La pintura de Murillo sirvió para aliviar esa dureza, como un bálsamo para las heridas», considera Valdivieso, autor de la biografía ‘Murillo: sombras de la tierra, luces del cielo». Murillo fue un pintor que se «acercó a lo popular» de forma extraordinaria, de manera que la gente «se reconocía en sus pinturas», añade Valdivieso sobre cómo los rostros de santos y personajes secundarios de sus cuadros eran retratos de personas vivas de su tiempo.

Muchas de sus pinturas retratan niños desharrapados o pícaros, escenas cotidianas que no eran tanto del gusto de la clientela sevillana y sin embargo sí interesaba a los muchos comerciantes flamencos que iban a Sevilla. ¿Era Murillo un pintor social? Benito Navarrete opina que Murillo era sobre todo una persona culta e inteligente y un manipulador de imágenes que sabía cómo evolucionaban los gustos.

En ‘Murillo y su estela’ se exhibe por primera vez ‘Retrato del Venerable Fernando de Contreras’ (1470-1548), que pintó Murillo por encargo del canónigo de la catedral hispalense Juan de Loaysa. El profesor Navarrete explica que este cuadro demuestra que entonces a Murillo «lo utilizaban para crear imágenes de santidad».

El pintor contaba con una extensa biblioteca y conocía la literatura popular de la época, como el Guzmán de Aznalfarache. Sabía de esa picaresca de «niños pobres falsos» de la Sevilla de su época y los pinta. Lo hace porque sabe que esas estampas populares que hoy documentan la situación de pobreza de la ciudad, entonces gustaban a los extranjeros, anota el profesor Navarrete.

Pero la misión de propiciar una nueva mirada intelectual queda para los 55 expertos que desde el 19 al 22 de marzo de 2018 debatirán sobre ello en la capital andaluza. Para el visitante está todo lo demás, empezando por la oferta de estas semanas. Una propuesta para conocer la obra de Murillo y sobre todo su malograda relación con Sevilla es hacerlo a través de una de las rutas que empiezan en la última de las muchas casas en las que vivió en Sevilla, en el barrio Santa Cruz, que será centro informativo del ‘Año Murillo’ y contendrá actividades para la chiquillería.

El ‘Año Murillo’ reunirá en Sevilla más de 600 obras, muchas no vistas en España en dos siglos

Las rutas, dirigidas por Enrique Valdivieso, completan las tres exposiciones abiertas. En el Museo de Bellas Artes podrá apreciarse la reconstrucción por primera vez de la colección de cuadros que Murillo pintó para los franciscanos de la iglesia de Capuchinos entre 1665 y 1669. Se trata de una de las series pictóricas más relevantes del Barroco y ya ninguno de sus lienzos se encuentra allí víctimas del expolio de la francesada y de la desamortización. Destaca ‘El jubileo de la Porciúncula’, hoy propiedad del Museo Wallraf-Richartz Museum de Colonia, que lo ha cedido por diez años al Bellas Artes a cambio de su restauración.

Murillo y su estela

En ‘Murillo y su estela en Sevilla’, en el espacio cultural Convento de Santa Clara, hay también reencuentros sentimentales con una primera vez desde que las pinturas salieron: la de la ‘Virgen de la Faja’, de colección privada que fue propiedad de los Montpensier en el Palacio de San Telmo, y la ‘Virgen con el Niño’, de Palazzo Pitti de Florencia. La muestra pretende hacer un viaje en el tiempo desde el XVIIal XIX para demostrar la vigencia de los modelos murillescos a lo largo del tiempo. Podrá apreciarse la gran influencia que hasta el XIX ejerció Murillo en otros pintores dada la popularidad que adquirió en algunos países europeos. Luego con las vanguardias dejó de gustar. Hay obras de Domingo Martínez, Bernardo Germán y de Alonso Miguel de Tovar, coetáneo, que incluso creó pinturas murillescas haciéndolas pasar por el maestro.

El itinerario pasa por la iglesia Santa María la Blanca, en la que se han reproducido las obras robadas por el mariscal Soult. También por la iglesia del hospital de la Caridad, donde también hay algunas copias y otras originales. Dos ejemplos de cómo Sevilla ingenia cómo recuperar las glorias de Murillo. También por los Venerables, otro hospital, en el que estuvo su famosa Inmaculada Concepción, robada por los franceses y ahora en El Prado. Su historia también es peculiar. Franco «se obsesionó» con ella y logró, junto a otras, que el general Pétain de Francia las canjeara por pinturas de la escuela de Velázquez. «Hay connotaciones políticas y cómo las imágenes de Murillo seguía generando pulsiones siglos después», cuenta Benito Navarrete.

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