Imagen de la capilla ardiente instalada en el salón de los espejos del Ayuntamiento de Málaga. Germán Pozo

El escritor y el hombre

JUAN MACÍAS TROYANO

Viernes, 19 de abril 2019, 17:19

Dentro de un concepto biológico de la existencia, decir muerte natural resulta una obviedad redundante. ¿Acaso hay algo más natural que la muerte, incluso cuando ... no se la espera? Pero acabo de escribir un sin sentido, pues no debería haber alguien que no esté esperando su muerte. El pueblo llano acierta otra vez cuando afirma que es lo único que tenemos seguro. Lo que ocurre es que, pese a saberlo, nos gusta hacernos los distraídos.

Publicidad

Lo que no es en absoluto natural es el empezar a vivir. No puede serlo algo que requiere de muchas explicaciones para ser comprendido. Y sigue sin aclararse ese gran enigma que es el nacer. Una vez traídos a este mundo, sólo nos queda aceptar que cada día que pasa es como morir un poco. Un amigo mío, tan bueno como optimista, está persuadido de que cada día de vida es un día más que se nos da y no un día que se nos quita. Pues ya se convencerá de lo contrario.

Reflexiones como estas, poco halagüeñas por cierto, es muy probable que las haya compartido el firmante con quien acaba de partir a ese viaje a ninguna parte. Manuel Alcántara ha sido hombre profundo. Tanto, que no lo parecía. A la fuerza había de serlo quien juntaba en su cabeza la clarividencia con el escepticismo. Las personas nobles de corazón, y Manolo lo era, son remisas a creer a la vista de lo que muestra la vida. De ahí deriva el inevitable pesimismo y, como remedio lógico, el humor. Dicen sus lectores: qué difícil saber escribir como él. No, lo difícil es saber pensar como él, saber ser como él.

Mi amistad con Manuel Alcántara es tardía. Fue el encargado de entregarme un premio en Cádiz y ya no perdimos el contacto. Nos llamábamos por teléfono, yo además le escribía cartas y almorzábamos alguna vez que otra. Hablábamos de escritores de todas las épocas, y lo hacíamos como considerándolos parte de nuestras vidas, sin retórica ni pedantería, al menos por su parte. Se estableció entre nosotros una afinidad espontánea y tal vez por eso consintió en prologarme un libro, cosa que le agradeceré como el primer día mientras yo viva.

He conocido y tratado escritores, mas ninguno como él de entrañable. Desde el primer momento tuve la certeza de no hallarme ante un personaje tocado por el narcisismo proverbial en la gente de pluma. Ser como él era suele tener un efecto algo cruel, y es el de ser más querido que admirado. Pero en él lo uno no causó merma en lo otro. En todo caso, hay que admitir que su tenacidad sin igual en el columnismo ha podido enturbiar para la visión popular lo que más fue: un gran poeta. Y para mí, humorista epilogal de los Tono, Mihura y cuantos nos sirvieron más de una vez de tema de animada charla.

Publicidad

Pero no es esta la ocasión para detenerse en el escritor sino en el hombre que ya sabe lo que es el tránsito que le obsesionaba. Un gran sabio del que mucho yo le hablaba aconsejaba pensar con frecuencia en la muerte, hablar de élla, trivializarla, para perderle el miedo. Él, no menos sabio, así lo hacía. Y, ya que fue maestro de la cita bien traída, confiemos en que sea cierta esta de Julio César: muchas veces lo malo parece más grande de lejos que de cerca. Pues pequeña se queda la muerte ante el gran Manuel Alcántara: el escritor, el hombre, el amigo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad