Exministro de Cultura y exdirector del Instituto Cervantes
César Antonio Molina: «El ministro es el principal enemigo de la cultura española»El escritor, muy crítico con el Gobierno de Sánchez, participa mañana en el ciclo 'Viral', sobre tecnología y cultura
Atiende a SUR por teléfono, de camino a conocer a su nieto. «En el futuro quizá no haya abuelos, tengo que aprovechar», ironiza. Porque el ... escritor César Antonio Molina (La Coruña, 1952), ministro de Cultura entre 2007 y 2009, bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, vislumbra el futuro con más inquietud que esperanza. Hace casi dos años que publicó '¿Qué hacemos con los humanos?', «una reivindicación humanista de la libertad frente al totalitarismo tecnológico». Así ha titulado también su conferencia de este martes (18.30 horas, Colegio de Arquitectos de Málaga) como parte de 'Viral', el ciclo de humanismo digital impulsado por la Fundación Unicaja que conecta ciencia, tecnología y cultura.
–Vivimos un momento en el que la inteligencia artificial lo inunda todo, también la cultura. ¿Qué lugar le queda al pensamiento humano en este escenario?
–Estamos ante una revolución sin precedentes. Ni la imprenta de Gutenberg ni la Revolución Industrial se le parecen. Esta ruptura afecta al tiempo y al espacio: las noticias son instantáneas, los objetos se imprimen en 3D, las casas se construyen con máquinas... Todo cambia a una velocidad que nadie había previsto.
–¿Y qué consecuencias cree que tendrá esa transformación?
–Hay una dimensión económica evidente. Muchos trabajos desaparecerán o serán asumidos por la robótica. Y entonces, ¿a qué se dedicará toda esa gente? Se dice que tendrán más tiempo para leer o estar con la familia. Bien, pero ¿quién paga eso? También cambiarán la medicina, la política, la organización social, el modo de gobernar, los sistemas de votación, la propia idea del ser humano en relación con su entorno… Todo se va a redefinir.
–¿Le preocupa que la creación artística o el pensamiento político acaben subordinados a los algoritmos?
–Claro. La gran pregunta es quién maneja esos algoritmos. Porque ya se está trabajando para que la inteligencia artificial se autogestione, para que se construya y se guíe a sí misma. En ese momento estaríamos conviviendo con otros seres que también pensarían. Y habría que otorgarles derechos, obligaciones, controles. Todo eso está ocurriendo a una velocidad vertiginosa.
«Muchos trabajos desaparecerán o serán asumidos por la robótica. Y entonces, ¿a qué se dedicará toda esa gente?»
–¿Llegará un momento en que se prefiera leer novelas, ver películas o escuchar música hechas por máquinas?
–Es posible. Ya hay obras musicales completadas por inteligencia artificial, como sinfonías inacabadas de Mahler o Mozart. Mi preocupación es qué espacio quedará para la expresión humana. En el arte, en la literatura, en la música. Mi aproximación es humanista, no científica. Yo vengo del mundo de las humanidades, y desde ahí me pregunto cuál será el papel del hombre en un mundo donde ya está muy controlado.
–¿Y cuál podría ser ese papel diferencial del ser humano?
–Hay novelas que ya imaginaron esa convivencia entre humanos y robots. Hoy más que ciencia ficción deberíamos hablar de «realidad científica». 'Máquinas como yo', de Ian McEwan, o 'Klara y el Sol', de Kazuo Ishiguro, muestran mundos donde los robots desarrollan vidas propias. Lo que antes parecía imposible ahora es cotidiano. La cuestión ya no es si existirá esa convivencia, sino cómo será: ¿igualitaria, jerárquica o en complicidad?
–De todo lo que la inteligencia artificial puede replicar, ¿cree que la ética es irreproducible?
–La ética, la moral, la política, la metafísica… Todo eso está en cuestión. La ciencia ofrece respuestas a preguntas que antes eran patrimonio de la filosofía o la religión. Se habla incluso de vencer a la muerte. Pero si la vida se prolonga indefinidamente, ¿qué sentido tiene la idea de trascendencia? Las leyes y la ética deberán adaptarse a ese nuevo tiempo.
–¿Y qué pasará con las personas que no formen parte de esa élite científica o tecnológica?
–Esa es otra gran preocupación. Los científicos y los ingenieros serán minorías dominantes, mientras millones de personas quedarán en la indefensión. Hay estudios que estiman que más de mil profesiones desaparecerán en esta década. No digo que sea bueno o malo, pero hay que sentarse a resolverlo. No podemos seguir peleando por trozos de tierra como en el siglo XIX mientras el mundo cambia radicalmente.
–¿Considera que esa comodidad que proporciona la tecnología implica un empobrecimiento intelectual?
–Ya lo está provocando. Hemos prescindido de la memoria, que es la base de nuestra identidad. Ahora todo está en el móvil. Pero saber, por ejemplo, dónde está Moscú, te da una imagen mental del mundo. Si delegas eso en una máquina, pierdes la visión global. Lo noto en los estudiantes: menor atención, menos concentración, menor capacidad de escritura... El silencio ha desaparecido.
–¿Y qué se pierde al desaparecer la memoria?
–Se pierden los recuerdos, las emociones, la capacidad de reflexión. Si no recuerdas, no puedes elegir. Dependemos tanto de los aparatos que si un día fallan, nos paralizamos. Lo vimos en el apagón reciente: gente que no sabía volver a casa sin GPS. Parece una novela distópica, pero es real. Yo siempre digo que ojalá muchas de las cosas sobre las que escribo fueran ficción, pero desgraciadamente no lo son.
–¿Ser abuelo le hace pensar de otro modo en el futuro?
–Sí, claro. Probablemente en el futuro ni siquiera haya abuelos. Por eso hay que disfrutarlo ahora. El tiempo humano aún tiene un valor que las máquinas no pueden proporcionar.
–No puedo evitar preguntarle, como exdirector del Instituto Cervantes, cómo ve la polémica entre esta institución y la Real Academia Española.
–El Instituto Cervantes ha hecho una labor extraordinaria y debe seguir haciéndola sin mezclarse en la política. Como decía Lázaro Carreter, la Academia es el Vaticano y el Cervantes, las misiones. Nuestro papel siempre fue difundir la lengua común y las cooficiales por encima de las discusiones partidistas. Cuando fui director, me dediqué a abrir centros en todo el mundo, no a conspirar.
–¿Crees que el fango político ha llegado al Cervantes?
–No a la institución, pero sí su actual representante (Luis García Montero). A ninguno de los anteriores directores se le habría ocurrido crear una polémica tan absurda. Es un problema político.
–Y ya para terminar: ¿cómo valora la política cultural actual en España?
–Un desastre. Nunca se había visto que el propio Ministerio de Cultura sea el principal enemigo de la cultura española.
–Es una acusación grave.
–Lo he denunciado por escrito muchas veces y todavía no me han encerrado.
–¿Por qué lo considera así?
–Por su ideología comunista, por su deriva woke y por su empeño en destruir las huellas de un pasado común. Es una política cultural que no cultiva, que divide.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión