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Sr. García .
Un hipopótamo (y un genio) en el tablero

Un hipopótamo (y un genio) en el tablero

Cuentos, jaques y leyendas. ·

El letón Mijail Tal, octavo campeón del mundo, jugó al ajedrez como un ilusionista

MANUEL AZUAGA HERRERA

Domingo, 23 de mayo 2021, 02:00

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La letona Ida Grigorievna, mujer atractiva, bohemia, judía, vivió por un tiempo en París, donde conoció al escritor ruso Iliá Ehrenburg, a Pablo Picasso y al poeta Louis Aragon, buen ajedrecista. En las noches de glamur parisinas Ida se enamoró de un enigmático personaje, Robert, pero decidió regresar a Letonia para casarse con un primo, el afamado doctor Nehemiah Tal. Al poco, sin tener noticias de estas nupcias, Robert apareció por Riga en busca de su amada. Los tres llegaron a un acuerdo y, como en una película de Woody Allen, se las arreglaron para vivir bajo un mismo techo. El 9 noviembre de 1936 Ida trajo al mundo a un hermoso bebé llamado Mijail. Muchas fuentes y testimonios coinciden en señalar a Robert, «el tío Robert», como el padre biológico de la criatura, pues Nehemiah, conforme a esta versión de los hechos, era estéril. El parecido entre Mijail y Robert, ciertamente, es asombroso. El pequeño Misha nació con sólo tres dedos en la mano derecha. Al parecer, durante el embarazo, Ida se inyectó cloruro de potasio por vía intramuscular y esto provocó la ectrodactilia, la mano hendida en el feto. Aunque quizás solo fuese un presagio, el rasgo sobrehumano y pintoresco de un chico que estaba llamado a convertirse en uno de los genios más fascinantes de la historia del ajedrez: Mijail Tal, el mago de Riga.

A los tres años Misha ya sabía leer; y a los cinco, multiplicaba de cabeza cifras de tres dígitos. Antes de que en julio de 1941 las tropas nazis desfilaran por la capital letona, Ida pensó en la única jugada intermedia posible: huir. Al fin y al cabo eran judíos y debían evitar cualquier casilla amenazada. Se refugiaron cerca de los Urales, a la espera del fin de la contienda. El doctor Nehemiah pasaba consulta y curaba a los enfermos como podía. Era un buen hombre. En cierta ocasión, el pequeño Misha observó cómo los pacientes de su padre jugaban al ajedrez. Aquella escena le fascinó. Mijail empezó a mover las piezas y a practicar en familia, sin más pretensiones que la de divertirse, hasta que un primo suyo le ganó en sólo cuatro movimientos. Misha recibió el golpe mortal que todo principiante encaja, el jaque mate del pastor. En ese justo instante, la catástrofe llamó a la puerta de su pequeño corazón. Pocos años más tarde, de nuevo en Riga, Mijail se dirigía al Palacio de los Pioneros de la ciudad con el propósito de unirse a un grupo de teatro. Entonces leyó un cartel: «Sección de ajedrez». Tal se acordó de su primo y entró a probar suerte. Y ahí empezó todo, como el propio Misha escribiría: «Cuando uno de nosotros juega por primera vez al ajedrez sucede igual que cuando un hombre ha recibido una dosis de microbios de, por ejemplo, la gripe de Hong Kong. Un hombre así camina por la calle y aún no sabe que está enfermo. Está sano, se siente bien, pero los microbios ya están haciendo su trabajo».

Tal descubrió un universo mágico pero, al mismo tiempo, quedó infectado por el virus del ajedrez. «Ocupa el ciento diez por ciento de mi vida», dijo Misha. En pocos meses su comprensión del juego experimentó una mejora extraordinaria. En 1948 Tal supo que el nuevo campeón del mundo, Mijail Botvinnik, disfrutaba de un merecido descanso en algún lugar del mar Báltico, cerca de Riga. En un alarde de osadía, o de confianza en sí mismo, Tal se propuso buscar a Botvinnik para retarlo en el tablero, pero cuando le contó a su familia cuáles eran sus planes, lo convencieron de que aquello era un disparate. Sin duda tenía por delante un futuro prometedor, pero Misha era entonces un chico de 12 años.

El estilo de juego de Tal era el de un relámpago en mitad de la tormenta. Sus combinaciones tácticas aparecían de la nada, en el medio juego, como destellos de una luz relumbrante. Nadie sacrificaba las piezas como él lo hacía. El ajedrecista y escritor Viacheslav Ragozin describió esta habilidad con una hermosa sentencia: «Tal no mueve los trebejos con la mano, él usa una varita mágica». El propio Misha confesó: «Jugar con blancas y buscar las tablas es, hasta cierto punto, un crimen contra el ajedrez». En 1957 logró lo inimaginable. En su primera participación, Tal ganó el campeonato de la Unión Soviética. Es cierto que Botvinnik y Vasili Smyslov faltaron a la cita, pues estaban preparándose para luchar por el título de campeón del mundo, pero el nivel del torneo, aún sin ellos, era superlativo, con rivales de la talla de Petrosian, Spassky, Bronstein o Víctor Korchnói. La afición se frotaba los ojos con las partidas de Misha, pues nunca antes se había visto algo parecido. Su constante iniciativa en el tablero tenía un punto suicida, como si las piezas buscaran casillas sin fondo en las que arrojarse al vacío. Piotr Romanovski, leyenda del ajedrez soviético, trató de enfriar la euforia generada: «Con ese estilo de juego, este tipo no tiene mucho futuro en el ajedrez».

Pero Romanovski se equivocó. El ascenso de Tal a la cumbre del ajedrez mundial fue vertiginoso. En 1958 se adjudicó el torneo Interzonal de Portoroz (Yugoslavia), donde hizo tablas con un quinceañero que jugaba como los ángeles, Bobby Fischer. Unos meses más tarde, Misha ganó el Torneo de Candidatos, lo que le convirtió, ahora sí, en el retador oficial de Botvinnik. El propio Tal se mostró sorprendido: «Nunca se me pasó por la cabeza la idea de que alguna vez jugaría un 'match' por el campeonato del mundo, pero ha llegado el momento». Por aquellas fechas, Mijail estaba casado con una joven y bella cantante, Sally Landau, con quien tuvo un hijo. Sally publicó en 2019 'Checkmate! The Love Story of Mikhail Tal and Sally Landau', un controvertido libro en el que muestra sin rubor las virtudes y las miserias de Misha. Su relación con el mago de Riga se rompió en 1970, pero el amor entre ambos nunca se apagó del todo. Investigo y descubro que, en 1981, mientras Tal jugaba el Torneo Costa del Sol en la Peña El Sombrero de Málaga, Sally llegó a escondidas y se alojó en la misma habitación de hotel. Fue Misha quien planificó el reencuentro. Sally recuerda: «Hasta veinte veces tuve que lavar su camisa porque era su camisa de la suerte».

El carácter de Tal era volcánico y audaz, dentro y fuera del tablero, con un rasgo distintivo que cristalizaba en su completa impericia para casi cualquier tarea cotidiana. Misha era capaz de pasar el día entero con dos zapatos derechos y no darse cuenta de ello. No cocinaba, tampoco sabía hacerse el nudo de una corbata. Fumaba como un carretero, de tres a cinco bolsas de tabaco 'Kent', sin casi hacer uso del encendedor, pues antes de apagar un cigarrillo encendía el siguiente con la brasa del anterior. A pesar de sus graves problemas renales, bebía vodka y whisky, «bebidas limpias», nunca vino o cerveza. Por un tiempo se hizo adicto a la morfina, hasta que su tercera mujer, Angelina, le advirtió: «Si quieres que tengamos un hijo sano, Misha, ¡deja de tomar drogas!». En 1975 nació su hija Zhanna.

Pero les había contado que Tal se convirtió en el aspirante al título del mundo, en el rival de Botvinnik. El duelo se celebró en el Teatro Pushkin de Moscú al mejor de 21 partidas. La expectación era máxima. No quedó ni una butaca a la venta. Cientos de curiosos se agolparon en las inmediaciones del teatro para seguir las partidas en un enorme tablero de madera colocado en la calle. El campeón Botvinnik representaba un estilo de juego sólido, robusto y posicional. Sin duda era el favorito pero, a pesar de ser moscovita, no contaba con la simpatía local. Los aficionados conectaban más con la personalidad intrépida y temeraria del mago de Riga. En la sexta partida, Tal sacrificó un caballo negro en la casilla f4. El público se llevaba las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad y asombro. Hoy sabemos que el sacrificio de Tal no fue del todo correcto, pero en aquel momento le sirvió para noquear a Botvinnik y anotarse la victoria. El 7 de mayo de 1960 Mijail Tal, el letón de los ocho dedos, se proclamó campeón del mundo. Tenía solo 23 años. Nadie había conseguido la corona siendo tan joven.

Como parte del premio, Tal recibió un automóvil, pero él nunca aprendió a conducir, por lo que se lo regaló a su hermano. El título de campeón le duró un suspiro. En 1961 lo perdió en su revancha contra Botvinnik, de nuevo en Moscú. Pero Tal se lo tomó con humor: «Tuve suerte porque 1960 fue un año bisiesto, así que pude ser campeón un día más. Aunque eso, en realidad, no me preocupa porque el título de campeón es provisional y el de excampeón es eterno».

En 1964 Tal se enfrentó en Kiev al maestro ruso Eugenio Vasiukov. En una posición de doble filo, Misha se tomó una pausa para calcular un sacrificio de caballo (19.Cxg7), pero no estaba convencido de que esta entrega de material funcionara. Entonces, sucedió algo sorprendente. «No sé por qué», contó Misha, «pero en aquel instante recordé la célebre poesía infantil de Kornéi Chukovski cuando dice: «¡Oh, qué difícil debe ser el trabajo de sacar a un hipopótamo del pantano!». Recuerdo que en mi cabeza se amontonaban cabrestantes, palancas, helicópteros... hasta una escalera de cuerda. Después de una larga reflexión, admití mi derrota como ingeniero, pues no encontré ningún método eficaz para sacar al hipopótamo del pantano. Así que, con gran amargura, pensé: ¡Pues que se ahogue! El hipopótamo desapareció del tablero y me encontré con que la posición era ahora más clara de lo que creía. Por supuesto, sacrifiqué el caballo». Y ganó la partida. Al día siguiente los periódicos describían el increíble modo en el que Tal, tras pensar más de 40 minutos, realizó uno de sus mágicos e implacables sacrificios.

En 1992, durante el transcurso de un torneo de ajedrez rápido en Moscú, Tal fue ingresado de urgencia debido a una insuficiencia renal. A pesar de su delicada salud, logró escapar del hospital para jugar contra el campeón Gari Kaspárov, al que, para sorpresa de los presentes, derrotó por apuros de tiempo. Un mes más tarde, con 55 años, el mago de Riga se despidió de este mundo, aunque quizás solo quiso cruzar el umbral al que él mismo llevaba a sus rivales con su varita de mago, «un bosque oscuro y profundo donde dos más dos suman cinco».

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