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Un Sergio del Molino ideológico

CRÍTICA ·

Aunque no es su secuela, este libro aclara malentendidos a los que 'La España vacía' pudo dar lugar

IÑAKI EZKERRA

Sábado, 14 de agosto 2021, 00:02

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Con los libros que se convierten en éxitos editoriales y que cita todo el mundo, en muchos casos sin haberlos leído, es casi inevitable que se produzcan malentendidos. Hay quienes dan por hecho que 'El fin de la historia y el último hombre' tiene como tesis que Occidente ha llegado a una última fase política cronológicamente irreversible que no conocerá más revoluciones ni desdichas colectivas, esto es, «que no pasarán más cosas», cuando lo que sostiene Fukuyama en ese ensayo es que ha concluido la lucha dialéctica entre capitalismo y comunismo y que, «aunque pasen más cosas», el único horizonte factible de felicidad política y social seguirá estando en el modelo de la democracia liberal y la economía de mercado. Salvando las lógicas distancias, algo muy semejante es lo que ha sucedido con 'La España vacía', el exitoso libro que Sergio del Molino publicó en 2016. El escritor madrileño afincado en Zaragoza lamenta hoy ciertas desvirtuaciones y falsas interpretaciones que ha acarreado la popularidad de esa obra, en la medida en que los activistas contra el vaciamiento demográfico y la propia clase política han hecho suyo el sintagma que le servía de título y lo han llegado a poner al servicio de intereses contrarios a los que lo inspiraron. Dicha crítica la hace en su nueva entrega ensayística, 'Contra la España vacía', que «no refuta ni corrige» su libro anterior, según advierte, pero que algo o mucho sí parece tener de cumplimiento de una asignatura que percibe que, desde aquella publicación, le quedó pendiente.

A la ambigüedad a la que contribuía, sin duda, el carácter poético del título del libro, esa 'expresión fetiche' que podía hacer de metáfora progresista o reaccionaria, es a la que ahora renuncia en un texto en el que se desnuda ideológicamente con una sinceridad y un valor que hay que reconocerle. 'Contra la España vacía' es un texto que en realidad se manifiesta contra el identitarismo étnico de los nacionalismos catalán y vasco; contra la izquierda que se ha aliado con ellos para interpretar como un resabio franquista cualquier proyecto común de convivencia y cohesión nacional; contra la extrema derecha que ha hecho un patrimonio propio de la bandera y los símbolos colectivos; contra los populismos que lamentaban o celebraban lo que veían como un Estado fallido que la crisis sanitaria ha demostrado que no era tal; contra un Gobierno como el actual al que considera «débil e ideologizado»; contra los que han despreciado el logro que constituyó la Transición y reclaman una refundación del país con una Constitución nueva; contra el vicio de interpretar todo mal español a la luz o a la oscuridad de la Guerra Civil; contra la propia expresión 'la España vaciada', en la que el autor ve una errónea tesis -la huida del campo a la ciudad como fenómeno generado a la fuerza desde el poder- o una «simplificación más propia del pensamiento religioso que del analítico». Y pese a toda esa carga crítica, no es este un libro en el que se imponga el tono agrio y beligerante sino en el que también abundan los posicionamientos a favor de determinadas causas o aspectos de la vida española. El primer capítulo, titulado 'Pijoprogre', es toda una apología de esa fauna izquierdista con la que Del Molino se identifica. 'Algo así como un epílogo' viene a ser una defensa de la casa como hogar y propiedad privada. 'Contra la idiotez', que es el quinto y último de los que aparecen numerados, es un elogio de 'El infinito en un junco' de Irene Vallejo; de 'Feria', el polémico libro de Ana Iris Simón, y del propio Manuel Azaña, en quien el escritor ve un ejemplo a seguir de político antisectario, antibelicista y conciliador. Como hay en varios momentos del libro una reivindicación del 'patriotismo constitucional' de Habermas que no es nueva en el discurso moliniano ni tampoco en la política española pues dio título a una ponencia del XIV Congreso del PP que se celebró hace ya dos décadas. Exactamente en enero de 2002, aunque ya no lo recuerde ni la propia derecha.

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