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El segundo plano de Ana María Moix
Poesía al SUR

El segundo plano de Ana María Moix

Siempre a la sombra de su hermano Terenci, una discreción más elegida que impuesta, la poeta catalana, aficionada al fútbol y el tabaco, cosió una obra dispersa pero lúcida, presa de varios silencios: «No podíamos hacer otra cosa sino vivir»

Alberto Gómez

Viernes, 3 de abril 2020, 01:02

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Su padre quería que estudiara Farmacia, convencido de que si se matriculaba en Filosofía y Letras se moriría de hambre. Pero la pequeña Ana María, entre tímida y rebelde, desoyó el consejo familiar y se convirtió en la única mujer incluida en la antología de José María Castellet 'Nueve novísimos poetas españoles', donde compartió cartel con autores como Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero. A Moix la llamaban 'La Nena', como la apodó su hermano Terenci, de quien se ocupó incluso después de muerto, reivindicando su legado. Entre finales de los años sesenta y setenta, cuando la 'gauche divine' de Barcelona alcanzó su esplendor, luego deslucido, publicó algunos de sus libros más destacados, como 'Baladas del dulce Jim', 'Call me stone' y 'No time for flowers'. Nunca alcanzó el éxito de su hermano, pero tampoco lo buscó; a diferencia de Terenci, excéntrico y genial, cómodo entre aplausos y halagos, Ana María siempre prefirió el segundo plano, aun a costa de descuidar su propia obra, presa de largos silencios.

Para la pequeña de los Moix, más importante que cultivar una biblioteca con sus libros era cultivar la amistad. Y lo hizo, tendiendo la mano a muchos de sus colegas, siempre atenta a la edición de sus textos, recomendando las lecturas que creía que necesitaban. Por eso Jaime Gil de Biedma, a quien atendió en su última época, cuando estaba enfermo de sida, arrinconado por otros colegas quizá más ilustres, menos humanos, le dejó en herencia su colección de libros. Ana María ya conocía el dolor de la pérdida. Lo aprendió pronto, cuando murió su hermano Miguel a los dieciocho años, nacido con espina bífida. Ella aún era una adolescente. Aquel golpe marcó su vida y la de Terenci, zarandeados también por las continuas peleas entre sus padres, un ambiente del que huyeron en cuanto pudieron, aunque él, relataba su hermana, lo llevaba mejor: «Inventaba grandes historias de Hollywood a partir de esas discusiones». Ambos amaban el cine, la vía de escape que la gran pantalla les ofrecía en plena dictadura.

La publicación de un cuento, 'El hermano', en memoria de Miguel, provocó que en casa descubrieran su vocación literaria, hasta entonces escondida. Escribiendo, Ana María centrifugaba su sentido del humor, a menudo ácido, y abordaba asuntos prohibidos. En la novela 'Walter, ¿por qué te fuiste?', una pequeña joya de la literatura española de su generación, puso un espejo frente a los conflictos sexuales derivados de una educación religiosa empeñada en perpetuar las ideas del pecado y la culpa. Su voz representaba a miles de jóvenes desubicados, entre el recuerdo de una guerra que no vivieron y la esperanza de una libertad que les parecía imposible.

Inquieta y dispersa, Moix también escribió cuentos infantiles, colaboró en diferentes periódicos y tradujo a autores como Samuel Beckett y Margarite Duras. Ya había dado muestras de su talento en las conversaciones literarias con escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, publicadas en TeleXpres. Comprometida hasta el final, nunca escondió sus preferencias ideológicas, llegando a reconocer que votaba al Partido Socialista «con la nariz tapada» para evitar que gobernase la derecha. En 2011, tras años de silencio editorial, publicó 'Manifiesto personal', con personajes a los que hacía coincidir en la panadería o en la esquina del barrio y que le permitían denunciar la deshumanización a la que, en su opinión, había conducido la crisis económica, fulminando valores como la convivencia, la solidaridad, la educación de los niños y el cuidado de los ancianos, temas presentes de una u otra forma en su obra.

Sin cigarrillos

Entre su círculo más íntimo figuraban Ana María Matute, Colita, Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite y Esther Tusquets, pioneras en un mundo dominado por hombres. También Maruja Torres, que tras su muerte en 2014 escribió: «Lloradla si queréis, pero sobre todo leedla». El cáncer le había asaltado «enmascarado, como un bandido», en palabras de la propia Torres. En cuanto fue diagnosticada, Ana María dejó el tabaco, otra de sus grandes pasiones junto al fútbol como declarada aficionada al Barça. Se hacía raro verla conversar con los dedos quietos, sin llevarse un cigarrillo a la boca.

Su popularidad nunca alcanzó las cotas que consiguió Terenci, bajo cuya sombra vivió sin protestar, agradecida por mantenerse lejos del foco mediático, pero se ganó el respeto de la crítica y de un puñado de fieles. La enfermedad, especialmente cruel en los últimos momentos, moldeó su aspecto y su carácter. Evitó las apariciones públicas, refugiada en casa junto a Rosa, su pareja, y los hijos de ésta. Convencida de que no se debe publicar nada que no merezca la pena «porque los libros cuestan demasiados árboles», su trabajo ha quedado diluido en el tiempo y la desmemoria, aunque Lumen publicó en 2002 un delicioso libro de relatos titulado 'De mi vida real nada sé', coincidiendo con la reedición de su narrativa completa, probablemente a su pesar.

ANA MARÍA MOIX

Homenaje a César Vallejo

Moriré en París, como César, una tarde de frío y aguacero.
Se lo dije a la sombra, antes de que se fuera:
Habrá un muerto que no saldrá en los periódicos.
Y sonrió con labios de fantasma y risa hueca.

Baladas del dulce Jim (fragmento)

Tembló el mar como una golondrina
cuando por fin comprendimos
que no podíamos hacer otra cosa sino vivir.
Pero las ciudades estaban lejos
y, como si una gran helada
hubiera caído a mis espaldas
y me fuera imposible regresar,
no puedo decir cuántos días tardé
en averiguar que todas las calles
desembocan en los muelles
y qué triste es tener que abandonar las casas
para que las paredes y los libros no nos vean llorar.

Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer

Dicen que con frecuencia se traslada uno en sueños.
Solitario piensas o vuelas.
De entre luz y sombras no se regresa jamás.
Allí crece la flor azul de Novalis.
Ave de suaves alas, si la rozas, morirás.
No hay claridad.
Cierra tus ojos si aún tienes ojos: no hay bosques.
Entre luz y sombra irreal parece la sombra de los vivos,
ave que nunca fuiste, ¿por qué franqueaste el umbral?
Herida, en las quietas aguas del estanque
un temblor vivo reflejas. En el jardín oscuro
se estremecen de dolor los amelos azules.
No vuela en banda el zorzal.
¿Qué llamada empujó tu cadenciosa marcha,
qué voces falsamente guiaron tu vuelo?
En roja llama incendió tus alas el sangriento atardecer.
Y erraste el vuelo: ¿fue por mirar acaso un pálido y frío rostro
en los cristales? Callada surge la noche.
Azul es la locura en el fondo de un ojo vacío. Está lejos el mar.
La muerte llora en las esquinas revestida de hojalata.
¿Por qué en pleno vuelo detuviste tu mirar?
A través de unos párpados amarillentos no puede brillar el sol. Una banda de músicos pasea por los prados
y ensaya la nota capaz de abrir la piedra
y detener el vuelo de ese pájaro bobo
que ama el campo en primavera: y te alcanzó.
El crispeteo de tus alas en el fuego aviva ahora el silencio
en lo más hondo de la hoguera. Y caíste, a punto de saber
si es entre luz y sombras prohibidas
a donde va el amor cuando se olvida.

No time for flowers y otras historias (fragmento)

Cuando yo muera, amado mío,
no cantes para mí canciones tristes.
Olvida falsedades del pasado,
recuerda que fueran solo sueños que tuviste.
Hubo un palacio de quimeras en mi rostro.
Eso fui.
Mi epitafio preferido sería que mañana,
cuando la tierra cubra ese cuerpo dolorido que es el mío,
tú anduvieras desangrándote por calles y plazuelas,
diciendo mi nombre, no en voz baja,
que se apaga tan sólo con el ruido de los pasos,
no con palabras encendidas,
ya dijimos que se venden,
no con ojos enrojecidos por las lágrimas
que quizá no serían para mí.

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